José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Que Iglesias callase, huyese o resultase noqueado, formaba parte de lo previsible. Pero que su partido consintiese este caudillaje silencioso y escurridizo, constituye una enorme decepción
Pasan ya quince días de las elecciones del 21-D y Pablo Iglesias, que con tanto ardor respaldó a la plataforma de Ada Colau en la que integró al Podemos de Cataluña, no se ha dignado salir a la palestra para explicar el porqué y las consecuencias de su fracaso. Solo hizo una excepción: lanzó un tuit para criticar el mensaje de Navidad de Felipe VI, pero no se le conocen otras actividades políticas ni lúdicas. Bien podría ser que el líder morado se encuentre noqueado, es decir, que esté fuera de combate político después del varapalo catalán. Que de verdad lo ha sido.
Porque CSQEP, su antecesor en las elecciones del 27 de septiembre de 2015, logró 11 escaños con más de 367.000 votos. El 21-D, la cosecha disminuyó: 8 escaños y 323.969 sufragios. De tal manera que, según el barómetro municipal de Barcelona del pasado jueves, el partido de Colau y Domènech no ganaría en la Ciudad Condal, donde sí lo hizo en las municipales. Tampoco hay que olvidar que en los comicios generales del 20-D de 2015 y el 26-J de 2016, los comunes y los morados se alzaron con la victoria, con lo cual los resultados de las últimas catalanas se aproximan al fracaso absoluto.
Iglesias no sabe cómo enhebrar un discurso que explique con alguna lógica el porqué del fiasco
Esa es la razón por la que Iglesias está callado y huido: no sabe cómo enhebrar un discurso que explique con alguna lógica el porqué del fiasco. O mejor dicho: el líder de Podemos no quiere reconocer que se confundió. Que asumió tesis que se percibieron como más próximas al independentismo que al constitucionalismo. Que coincidió con los separatistas en la denuncia del artículo 155 que recabó, sin embargo, apoyos, incluso dentro de su partido (lo dijo Monedero, aunque luego se revolvió contra sus propias declaraciones). Que en una sociedad polarizada, la opción de los comunes y morados no era ni carne ni pescado, solo ofrecía procedimiento (el referéndum acordado) pero no decisión (unidad territorial de España, sí o no).
Y el fracaso se produjo pese a que no faltaron líderes —automáticamente fulminados— como Carolina Bescansa que advirtieron a tiempo de que Podemos con Iglesias hablaba más a los independentistas que a los españoles y que al partido le faltaba un gran proyecto para España. Tampoco hizo caso Iglesias a académicos que han estado en el nacimiento de su partido, como el catedrático Jose Luis Villacañas que llegó a calificar el planteamiento de Podemos en Cataluña como «inviable». Ni siquiera Iglesias entendió la renuencia de Íñigo Errejón a participar en la campaña electoral, ni el muy escaso entusiasmo de otros dirigentes del partido a hacerlo. Desde que el 26 de agosto pasado el zamorano cenó en casa de Roures, en Barcelona, con Junqueras y Domènech, Cataluña devoró a Iglesias y lo ha destrozado.
Pero han pasado más cosas. A propósito de las elecciones catalanas (Catalunya en Comú-Podem no tiene ya ni carácter arbitral en el Parlamento) las encuestas auguran que Ciudadanos ha ‘sorpasado’ a los populistas de manera amplia y rotunda, lo que a Iglesias le habrá noqueado también: que el «falangista» Rivera, que el «cuñado», que el hombre del que Rajoy debía «desconfiar», le haya superado en unos pocos meses, debe resultarle un tanto mortificante. Lo mismo que la declaración de ese hombre tan equilibrado y sensato que es José Luis Ábalos, secretario de organización del PSOE, según el cual Podemos ha dejado de ser «socio preferente» del socialismo español que trata así de encontrar el desfiladero por el que transitar entre los naranjas y los morados.
Resulta convencional, «viejuno» y, a la postre, mucho peor que una organización como Podemos esté dando por bueno el prolongado silencio de Iglesias
Que Iglesias callase, huyese o resultase noqueado formaba parte de lo previsible. Pero que Podemos como tal organización consintiese este caudillaje silencioso y escurridizo de responsabilidades, constituye una enorme decepción. Es de suponer que todas las corrientes y confluencias de Podemos están tomando nota del comportamiento de su líder, pero resulta convencional, «viejuno» y, a la postre, mucho peor que las prácticas de los partidos tradicionales que una organización como Podemos que se jacta de asamblearia, de dar voz a sus bases, de interpelar inmediatamente a sus máximos responsables, esté dando por bueno el prolongado silencio de Iglesias.
Con el líder de Podemos la organización ha pasado, desde Vistalegre II en febrero pasado, de una expectativa política interesante a otra errática y con disminuidas posibilidades. Su fuerza está todavía en los municipios y en algunas comunidades autónomas, pero no ya en la cúpula, en la almendra de la organización, en ese grupo de complutenses que crearon una ilusión y la dejaron en las peores manos: en las de un anacrónico leninista al que le falta la entereza de enfrentarse al fracaso.