ANTONIO CASADO-EL CONFIDENCIAL
- Avanzar o volver a las andadas, esa es la cuestión. La ‘realpolitik’ de Moncloa aparca la dimensión moral y no se plantea si el precio por reforzar a Sánchez puede ser la fragilización del Estado
Antes de que los nazis lo detuvieran en París para entregarlo a los pelotones de fusilamiento de Franco, Julián Zugazagoitia lo dejó escrito: «La guerra de España no ha terminado. Lo que ha perdido en crueldad militar lo ha ganado en virulencia política». «Ni los triunfadores fecundarán la victoria ni los derrotados escarmentaremos en el descalabro. No hay peor enemigo del español —y de lo español— que el español mismo».
«La guerra de España no ha terminado. Ni los triunfadores fecundarán la victoria ni los derrotados escarmentaremos en el descalabro» (Zugazagoitia).
Palabras de dolorosa actualidad por los confesados desafíos del eje UP-ERC-Bildu desde la «dirección del Estado». El lenguaje retrata los planes de Iglesias, Rufián y Otegi: la «casta», los «partidos del Ibex», el «Estado represor», «el partido de la cal viva», «dejar morir el partido de Felipe González», «Democracia española de baja calidad», «venimos a tumbar este régimen», «por una republica plurinacional», etc., etc.
Las intenciones de acabar con el sistema, verbalizado por ellos como una prórroga del franquismo, se han actualizado con su alineamiento en apoyo de los PGE 21. Verificado en el rechazo a las enmiendas de totalidad. Y comprometido para la votación final, a principios de diciembre, siempre que Ciudadanos siga confinado en la foto de Colón y no se les una como un costalero más de Sánchez.
Ahí estamos. Se trata de reforzar el llamado «bloque de la investidura» y la supervivencia del Gobierno Sánchez-Iglesias. Y eso pasa por garantizar la aprobación de los Presupuestos del Estado. Aunque sea con los enemigos del Estado, que cuestionan el vigente orden constitucional mientras reclaman la abolición de la monarquía, la autodeterminación de Cataluña y ese «blanqueo» de los herederos políticos de ETA que el ministro Ábalos denomina «normalización».
Se trata de reforzar el bloque de la investidura, aunque sea con quienes cuestionan el orden constitucional y piden la abolición de la monarquía
¿Y todo eso ocurre con el consentimiento del presidente del Gobierno como resultado de un cálculo pragmático puro y duro?
La pregunta envenena los sueños de nuestra clase política y nuestros finos analistas. Respuesta afirmativa si excluimos la parte moral del asunto. No viene al caso, según la ‘realpolitik’ de Moncloa, plantearse ahora si el precio por reforzar a Sánchez puede ser la fragilización del Estado. Y una vez reducido el problema a su dimensión práctica, se aplica la primera ley de la política: disponerse a desayunar sapos si se quiere conquistar el poder o retenerlo. Poner la otra mejilla si te acusan de reactivar a los enemigos de España o silbar melodías si escuchas que es Iglesias quien manda en el Gobierno.
Denme la herramienta y ya hablaremos luego. Por ahí va el discurso. El Presupuesto es la palanca del Gobierno para hacer política. Si el Congreso los rechaza, hay que convocar elecciones y volver a las andadas generando desgobierno e inestabilidad (cuatro elecciones generales en cinco años). Si los aprueba, hay Gobierno al menos para un periodo de tres años más con un prometedor horizonte de progreso, con 27.000 millones de euros en proyectos civiles de transformación en 2021, modernización de la economía, escudo social, etc.
Hasta que se aprueben los PGE, Sánchez ha de gestionar el cabreo del PNV, algunos ministros y unos cuantos barones socialistas
Construir o destruir. Esa es la cuestión. Avanzar o volver a las andadas de la ingobernabilidad. La explicación de Sánchez, este viernes en Pamplona, no puede ser más reveladora: «el Congreso ha apostado por avanzar». Tan simple como la de la ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno: «La política es el arte a de adaptarte a la realidad». Más claro, agua. Por la izquierda, con ERC-Bildu. O por la derecha con Ciudadanos.
Y aquí el discurso oficial se remite al pensamiento de Deng Xiaoping sobre el gato que caza ratones sin importar que sea blanco o negro, una vez constatada la malograda fantasía de la transversalidad. Pero hasta que se culmine la operación a principios de diciembre, Sánchez debe gestionar el cabreo del PNV (léase Confebask), algunos ministros y unos cuantos barones socialistas, poco dispuestos a aparcar la dimensión ética del problema.