José Antonio Zarzalejos-EL Confidencial
Si el dirigente morado no consigue el apoyo de ERC para los Presupuestos, los perderá el Gobierno. Y si lo consigue, lo habrá logrado Iglesias
La izquierda española —PSOE y Podemos— protagonizaron ayer través de sus máximos líderes un espectáculo esperpéntico. El coste de la entrevista carcelaria de Pablo Iglesias con Oriol Junqueras, sin embargo, lo asume casi por completo Pedro Sánchez. Porque si el dirigente morado no consigue el apoyo de ERC para los Presupuestos, los perderá el Gobierno. Y si lo consigue, lo habrá logrado Iglesias ¿Cuál de las dos hipótesis le conviene más al inquilino de la Moncloa? En rigor, ninguna de las dos porque si su afán es permanecer en el poder, y lo es, no necesita ni que se aprueben las cuentas de 2019 porque le bastaría prorrogar las de este año y seguir resistiendo hasta el otoño-invierno del año que viene con la misma táctica e igual estrategia que las actuales. Resistir como lo hizo Rajoy.
El afán político de Pablo Iglesias es el típico de un activista con «formación comunista» y prácticas «leninistas» como refiere el catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense, José Luis Villacañas, en su ensayo ‘El lento aprendizaje de Podemos’ (página 253). Este académico inspiró de forma importante el nacimiento de la organización morada y ha tenido la valentía de denunciar el «caudillismo» y el «resentimiento» de Iglesias. Villacañas (página 257) escribe textualmente: «el mayor problema político que tiene España es su construcción como Estado federal, y eso no se podrá hacer con un caudillo que hoy se expone al jacobinismo de IU y mañana a las grotescas demandas de autodeterminación de Andalucía». Así es.
El retrato del personaje —de Iglesias— que elabora el catedrático de la Complutense (especialmente en el capítulo 17 de su obra) explica sus comportamientos. Villacañas califica de «siniestra» la rueda de prensa de enero de 2016 en la que el secretario general de Podemos condicionó de tal manera la oferta del PSOE que se diseñó «para que fuera rechazada». En aquel trance, Iglesias dejó en ridículo a Sánchez con sus pretensiones exorbitantes —no muy distintas de las que ahora ensaya— y acabó con su fallida investidura en el mes de marzo. Pero aquella lección de deslealtad no le ha vacunado al presidente de persistir en el error de pactar con Podemos con un ritual a mayor gloria de su jefe de filas: el 11 de octubre pasado en la Moncloa con una escenificación un punto extravagante.
El espectáculo de ayer ofreció el peor perfil de Pablo Iglesias y proporcionó a los independentistas una gratuita legitimidad
Un comunista —eso lo saben los veteranos socialistas del PSOE— es, casi por definición, un enemigo acérrimo de lo que representa Sánchez y su partido. Ocurre que Iglesias, una vez que ya ha comprobado que sus errores en la dirección de Podemos no le permiten sobrepasar electoralmente al PSOE, trata de manejar a su secretario general como el escorpión a la rana en la fábula atribuida a Esopo. Terminará por clavarle el aguijón sobre el lomo. En la genética ideológica de Iglesias está impresa una invencible animadversión a los socialistas. Comprobable explícitamente en sus escritos y declaraciones sobre las que ahora recae un piadoso y oportunista silencio.
Oriol Junqueras, por mucho que le visite Iglesias, se sentará en poco tiempo en el banquillo de los acusados en el salón de plenos del Tribunal Supremo y quizás Sánchez, como presidente del Gobierno, tenga que explicar —no a nosotros sino a sus compañeros del Consejo Europeo— cómo es posible que su socio parlamentario para los Presupuestos —y para algo más— se instale en una cárcel para negociarlos con un procesado por un presunto delito de rebelión. Una cosa es el pragmatismo y otra la indignidad. Pero como no hay mal que por bien no venga, el espectáculo de ayer fue tan explícito en su mensaje e interpretación que releva de esfuerzos argumentales para acreditar que el presidente se quedó colgado de la brocha, ofreció el peor perfil de Pablo Iglesias y proporcionó a los independentistas una gratuita legitimidad al convertir a unos de sus dirigentes encarcelados en interlocutor privilegiado del socio gubernamental.
Pedro Sánchez se convirtió ayer en un subalterno de Iglesias al que entregó un estatuto de socio privilegiado
Sánchez ha calculado mal el alcance de esta maniobra. Seguramente es cierto que Iglesias no era su «delegado», pero parece también cierto que no le ha incomodado (salvo cuando compruebe las consecuencias de su error) la excursión penitenciaria del secretario general morado porque se aferró al aforismo español de «a por atún y a ver al duque». Si el populista conseguía algo, bien; si no, en versión voluntarista e ingenua de Moncloa, era Iglesias el que se enredaba en su afán patológico de protagonismo y exposición pública. Pero en la sede de la presidencia del Gobierno habita gente con la suficiente inteligencia para saber que la entrevista de Iglesias y Junqueras deja ‘in púribus’ al presidente. Ya sucedió en enero de 2016 y se ha repetido en octubre de 2018.
Aludiendo a Iglesias, el profesor Villacañas escribe que «quien coopere con esta forma de ejercer el poder, quien calle ante ella, que se disponga a ser tratado como un esbirro» (página 262 del ensayo citado). Sánchez se convirtió ayer en un subalterno de Iglesias al que entregó un estatuto de socio privilegiado que éste rentabiliza con su particular pedagogía de la radicalización. Según nuestro ensayista —que ve en Íñigo Errejón al dirigente sensato de Podemos— este partido bajo el liderazgo averiado de Iglesias «presionará desde fuera el sistema, pero no producirá esa impronta articulada y transformadora a la que aspira toda gran política». Sánchez ha optado por Iglesias en una revancha sobre el nivel arqueológico de su partido. A lo hecho, pecho.