EL MUNDO – 21/04/16
· Los líderes de Podemos y de IU negocian una alianza nacional para convertirse en la formación hegemónica de la izquierda el 26-JErrejón se resiste y pide pactos con «enfoque territorial».
Pablo Iglesias tiene un plan para dar el sorpasso al PSOE: sumar con Alberto Garzón. Cada vez hay más evidencias de que Podemos e Izquierda Unida van a intentar de verdad concurrir juntos a la repetición de las elecciones. Los contactos informales entre ambas coaliciones están preparando la pista de aterrizaje para la formación de una alianza de carácter general con la que Iglesias consiga, esta vez sí, superar al PSOE en diputados y en número de votos. Ya estuvo cerca de esto último en las pasadas elecciones, cuando se quedó a apenas 300.000 votos de los socialistas. Ahora se ve posible con el millón de papeletas de IU.
Después de quedarse tan cerca en las pasadas elecciones, Podemos considera que tiene una segunda oportunidad para dar el sorpasso al PSOE. Pero no va a poder solo. Por eso, su baza es abalanzarse en busca del millón de votos de IU para intentar dar el salto definitivo con el que «patear el tablero». No parece posible por otra vía después de comprobar encuesta tras encuesta que las perspectivas electorales de Podemos aventuran un importante bajón en la intención de voto si acude en solitario. En paralelo, Garzón recibe una considerable subida de apoyos. Eso ha provocado un aumento de las voces dentro de la dirección de Podemos que apuestan por confluir –entre ellas la de Iglesias– para no dejar escapar la oportunidad, que se considera propicia tras las negociaciones de investidura.
Además, hay que tener en cuenta que un peor resultado que el 20-D se leería internamente como un castigo directo a la estrategia de negociación del líder de Podemos y, por tanto, provocaría grietas en su liderazgo.
Con todos estos elementos sobre la mesa, Iglesias ha asumido la arriesgada táctica de diseñar un nuevo plan para Podemos respecto al de las elecciones de diciembre, desplazando a un segundo plano la tan mencionada estrategia de la «transversalidad» –que huye de la refundación de la izquierda y de sus etiquetas en busca de mayores consensos–.
«Garzón y yo estamos obligados a hablar y a estar a la altura», dijo ayer Iglesias, preparando el terreno para tres semanas intensas en las que tendrán que negociar formalmente ambos partidos. El límite de plazo para registrar una coalición electoral concluiría el 13 de mayo.
En paralelo, el máximo defensor de la vía de la transversalidad, Íñigo Errejón, viene alertando en contra de una «suma de siglas» y de «las cuentas de ábaco», porque cinco más uno –cree– no suman seis en política.
En este giro estratégico para buscar la «colaboración electoral» con IU, Podemos ha asumido que tendrá que aceptar una de sus principales exigencias: el pacto debe ser nacional y no «a la carta», como proponía Podemos para aliarse sólo en determinados territorios. Garzón fue muy tajante hace semanas al señalar que sin un pacto estatal, que se pueda aplicar en todas las comunidades, IU ni siquiera aceptaría entablar una negociación con Podemos. Y así se lo está exponiendo a Iglesias en las conversaciones informales en las que están preparando la previsible alianza. Eso sí, la negociación formal sobre fórmulas, listas, incluso la marca, no se abrirá hasta que se convoquen las elecciones.
La dirección de Podemos empieza a asumir que la vía tendrá que ser un pacto nacional, a pesar de que provoca reticencias en Errejón, que ayer mismo insistió en abordar ese acuerdo con un «enfoque territorial». Pese a su opinión, varias fuentes reconocen que están abiertos a la fórmula estatal.
Podemos e IU admiten el acercamiento, pero niegan categóricamente que haya un preacuerdo entre Iglesias y Garzón. Es más, subrayan que habrá muchos frentes que negociar cuando se abran contactos formales y algunos de ellos serán difíciles. Por ejemplo, el nombre, porque IU quiere preservar su identidad. También está el encaje de sus miembros en las listas en puestos de salida y en territorios donde un desplazamiento de gente de Podemos puede voltear los equilibrios entre pablistas y errejonistas.
Mientras, desde la dirección del PSOE se afirma que no temen la alianza Podemos-IU. Varias fuentes de la Ejecutiva Federal consultadas ayer por EL MUNDO aseguraron que el movimiento de Podemos supone «un giro de 180 grados» sobre su estrategia de 2015. Los socialistas entienden que Iglesias «cede fruto de su desesperación» por sus malas expectativas electorales.
«Podemos, en estos cuatro meses, se ha convertido en el partido del bloqueo permanente», aseguró un importante dirigente socialista, «e intenta amortiguar su caída agarrándose al flotador de IU, que parece crecer».
En Ferraz están convencidos de que la suma de Podemos e IU no dará como resultado una suma aritmética de votos, sino que situará al partido morado más a la izquierda, perderá su transversalidad y muchos de los votos que le hicieron alzarse como tercera fuerza podrán irse a la abstención o a otros partidos.
Los socialistas entienden que el resultado del 26-J no dependerá tanto de si Podemos cierra una alianza con IU, sino de que el PSOE acierte a demostrar que es el partido que más ha hecho «para que haya un Gobierno de cambio, nos hemos dejado hasta las pestañas en el intento», aseguró un miembro de la Ejecutiva.
Sánchez piensa que Podemos se nutrió en diciembre de millones de votantes enfadados con el PSOE, que ahora no entienden que Iglesias haya decidido «dar una segunda oportunidad a Rajoy» en lugar de apoyar a un presidente socialista. Esos electores podrían no apoyar a Podemos. Una parte irían a la abstención y otra podría volver al PSOE si este partido se sitúa como la única alternativa al PP.
La visión de Ferraz contrasta con la de los críticos. Varios presidentes autonómicos próximos a Susana Díaz consideran que el resultado de junio puede ser peor que el del 20-D. No confían en Sánchez y creen que otra campaña con muchos elementos en contra puede lastrarles de forma que el PSOE se quede estancado en el peor resultado de su historia o, incluso, por debajo de él.
EL MUNDO – 21/04/16