José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Los dilemas ‘comunismo o libertad’ y ‘fascismo o democracia’ han sido marcos mentales para acotar el debate electoral y han puesto en marcha peligrosos mecanismos de deslegitimación recíproca
El giro de la campaña de la izquierda no se produjo en el incidente –obviamente hiperbólico– que protagonizaron Rocío Monasterio y Pablo Iglesias en la cadena SER, sino días antes, cuando en el debate en Telemadrid, el candidato socialista se dirigió al secretario general de Podemos –no a Mónica García, candidata de Más Madrid– y le invocó: “Pablo, tenemos doce días para ganar las elecciones”, lo que, implicaba dos reconocimientos negativos para el PSOE. El primero: que los comicios en ese momento –era el día 21 de abril pasado– se percibían fracasados para los socialistas y para toda la izquierda; y el segundo: que una eventual remontada dependía de que el exvicepresidente del Gobierno alterase con su experiencia activista el falso dilema de Díaz Ayuso por otro también falso e igualmente movilizador.
Comprobado que el debate televisivo no lo perdió –tampoco lo ganó– la presidenta en funciones de la Comunidad de Madrid, Iglesias activó la agitación tratando de introducir otro marco mental: “fascismo o democracia”. Santo y seña que, con mayor o menor énfasis, han hecho suyos tanto Gabilondo como García. Y así se ha producido un choque de reduccionismos que busca la deslegitimación del adversario. De ahí que el esfuerzo de la izquierda no consista solo en intentar ganar unas elecciones que se le presentan adversas sino también en poner en duda la legitimidad democrática de una posible y probable entente gobernante entre el partido de Ayuso y el de Monasterio.
Una derecha por ser ‘fascista’ (Vox) y la otra por ‘blanquear’ esa condición del eventual socio (PP) situaría el acuerdo al margen de los estándares democráticos y sumaría una mayoría parlamentaria merecedora de un acoso y derribo desde consideraciones de ética democrática. O en otras palabras: se trataría de argumentar que el sistema electivo puede también introducir en el modelo representativo patologías que deben ser extirpadas. El gobierno de PP con Vox en Madrid sería una de ellas. No, sin embargo, los acuerdos del Ejecutivo de coalición con los sediciosos de ERC o con Bildu, resistente a la condena de los crímenes de ETA. Doble vara de medir.
La facundia o verbosidad de Iglesias va por esos derroteros. El empleo intensivo de un lenguaje lleno de las peores atribuciones totalitarias y hasta delictivas contra el PP y Vox (‘fascistas’, ‘nazis’, ‘criminales’) trata –ignoro si lo ha conseguido y en qué medida– de vincular a las dos derechas con las versiones históricas recientes más radicalmente antidemocráticas que en España se acogen por algunos sectores con una cierta receptividad por la cercanía histórica del franquismo con el que se sigue vinculando a los populares y, por supuesto, a los de Abascal. Lo explica con su habitual claridad José Ignacio Wert en su libro ‘Los años de Rajoy’ (Editorial Almuzara, 2020). Según el que fuera ministro de Educación y es sociólogo acreditado “en el caso de España (…) existe el recurso infalible de lo que parafraseando a Leo Strauss y su `reductio ad Hitlerum´ (…) llamé en un debate parlamentario la `reductio ad Francum´, la referencia a esa dictadura como explicación de por qué la derecha, heredera –según esa construcción maniquea– del franquismo se opone a cualquier forma de progreso social y particularmente a cualquier avance en igualdad”.
Iglesias opone al ‘social-comunismo”‘con el que la derecha moteja al Gobierno de coalición el ‘nacionalcatolicismo’ franquista que a su vez remite al fascismo mussoliniano e, incluso, al nazismo genocida, ambos presentes en la guerra civil española. Si, además, él mantiene relaciones cualificadas con los herederos de los perdedores de la contienda del siglo pasado que no aceptan ni la nación ni la Constitución, la ‘reductio ad Francum’ en su discurso resulta coherente. Así se está jugando con el lenguaje que es un arma poderosísima en la política como describieron autores tan vigentes en estos tiempos como George Orwell y Victor Klemperer. Tanto los nazis como los bolcheviques hicieron de las palabras auténticas armas de combate que compusieron en la práctica un cuerpo de doctrina al dotar a determinados términos de contenidos ideológicos, más allá de su significación literal.
La derecha debería evitar los dilemas tramposos, eludiendo recursos meramente emotivos y hasta viscerales para crear marcos mentales movilizadores y reactivos. Un discurso más integrador y sin dilemas simplistas es inteligible y construiría un modelo ideológico que trasciende a la consigna. Sería más solvente. La extrema izquierda que Iglesias representa tan cabalmente sigue por su parte rentabilizando –cada vez con menor rendimiento– los estereotipos amedrentadores que probablemente fracasarán en su objetivo de lograr adhesiones electorales en la medida en que la realidad española los desmiente.
La `reductio ad Francum´ ha sido funcional para la izquierda revisionista del pacto constitucional de 1978 pero ahora lo es solo de manera decreciente. Veremos hasta qué punto el próximo martes y comprobaremos luego cómo funcionan los mecanismos de deslegitimación que se han puesto en marcha. Y que son peligrosísimos. El historiador José Sánchez Junco lo acaba de recordar en un artículo publicado en ‘El País’ con remisiones a la Guerra Civil bajo el expresivo título de ‘Jugar con fuego’.