El argumento que mejor avala a Illa para la investidura es de presencia. Una buena parte de los dirigentes catalanes son estéticamente alternativos. Piensen en Jordi Pujol, en el nen barbut, en el Polifemo de Esquerra, en el Rufián de Santa Coloma, que tiene en sus rasgos faciales un aire brocino de raza Duroc blanca. Hay que destacar los resultados alcanzados en su pueblo: ERC ha sido cuarta fuerza política, detrás del PP ¡y de Vox!
Illa era el candidato más triste de las recientes elecciones catalanas. A mí me recuerda mucho a un actor francés, Jacques Dufilho, al que descubrí en ‘Corazón solitario’, una película de Francesc Betriu, en la que interpretaba a un organista. En la primera secuencia le vemos tocando en un funeral. A la salida de la iglesia, la tristeza de su cara llevaba a todos los asistentes a darle el pésame.
Pedro Sánchez ha dicho que “el Gobierno de Cataluña se decidirá en Cataluña”. El mero enunciado basta para poner la afirmación bajo sospecha, pero es que, además, no se sostiene a la luz de los hechos. ¿Por qué se va a decidir en Cataluña, si el propio Sánchez ha negociado el Gobierno de España en Waterloo y en Suiza, es decir, donde ha querido Puigdemont? Entre Sánchez y el pastelero loco uno tiende a creer más a este último; nos ha mentido menos. Por otra parte, su lógica es inapelable al recordar los precedentes: En las autonómicas de 2003, Mas obtuvo cuatro diputados más que Maragall, pero el tripartito hizo president a Maragall. En el año 2006 Mas sacó once escaños de ventaja a Montilla, pero fue Montilla el president. Y el caso más conveniente y próximo: en las generales del 23-J la lista de Feijóo sacó 16 diputados más que la de Sánchez, pero Junts en compañía de otros hizo presidente a Sánchez. ‘Do ut des’, te doy para que me des.
Illa fue nombrado ministro de Sanidad porque Sánchez quiso que se rodara para ser candidato, no por sus conocimientos sen la materia, que eran nulos. ¿Cómo iba a suponer que tendría que hacer frente a una pandemia? Él era filósofo, lo que habría permitido a Rafael el Gallo repetir su dictamen sobre Ortega y Gasset: “Hay gente pa’ tó”.
No hace todavía dos meses, los medios se hicieron eco de algunos aspectos notables de la gestión de Salvador Illa en la pandemia: como Armengol y Torres, pero a lo grande, que para eso era ministro: Illa pagó un 3.500% más por 13 millones de mascarillas a una empresa chipriota de abogados que tenía cuatro empleados. El ministerio de Illa también compró batas desechables a un precio 50 veces superior al de mercado, diez millones a un empresario barcelonés para traer guantes de nitrilo que no llegaron nunca.
Illa otorgó a la empresa FCS Select Products S.L. contratos por 217 millones. Es una sociedad que no presenta sus cuentas en el Registro Mercantil desde 2019, y ha pasado de un beneficio anual de 73.000 euros, antes del Covid, a ingresar más de 200 millones de dinero público. A ver a quién designa el presidente del Parlament como candidato, pero en PSC están renaciendo los antiguos pujos de independencia con respecto al PSOE. Hay una diferencia: nunca antes había tenido el PSOE un liderazgo tan caudillista como el de Sánchez. Habrá que verlo.