Roberto R. Aramayo-El Correo

Las mentiras circulan a más velocidad que las informaciones fiables y las eclipsan

Al siglo XVIII europeo se lo conoce como Siglo de las Luces por combatir el oscurantismo. Palpitaba el anhelo de verlo todo con una mayor claridad, sin los lastres de la superstición y del prejuicio. La Ilustración se propuso abrir las ventanas de nuestras mentes para exponerlas a la luz del discernimiento y someterlo todo a una crítica fundamentada en argumentos ajenos al dogmatismo.

El proyecto ilustrado tuvo una brigada escocesa, capitaneada por David Hume y Adam Smith -sí, el de la «mano invisible»-. En el París de la Enciclopedia coincidieron Voltaire, Diderot y Rousseau. A Kant, el fichaje prusiano del ‘dream team’ filosófico ilustrado, le correspondió acuñar la divisa del movimiento.

Atreverse a servirse del propio cacumen. Así se sintetizan las claves de un complejo programa que necesitamos revisitar cada cierto tiempo con ánimo de mirar al futuro. Porque aquellas ideas cobraron vida propia y seguirán palpitando bajo los nuevos problemas que nos circundan. Una cita de Rousseau bastará para comprobarlo. Al inicio del ‘Contrato social’, leemos: «¿Se me preguntará si soy un príncipe o un legislador para escribir sobre política? Respondo que no y que justamente por eso escribo sobre política. De ser príncipe o legislador, no perdería mi tiempo en decir lo que ha de hacerse; lo haría o callaría. Por débil que pueda ser la influencia de mi voz en los asuntos públicos, el derecho a votar en un Estado libre basta para imponerme el deber de instruirme al respecto».

La política nos concierne a todos en cuanto ciudadanos y como tales no podemos desentendernos de los asuntos públicos. Esto sigue siendo algo muy válido en unos tiempos como los nuestros donde ha calado un desesperante conformismo, como si las cosas obedecieran a un fatídico destino y nosotros no tuviéramos nada que ver con su posible mejora.

Diderot escribe que si le hacen callar sobre la religión y el gobierno, nada le queda por decir. Voltaire lucha con su disolvente ironía contra un fanatismo religioso que ampara el absolutismo político. Para Kant la moral y la política son dos caras de una misma moneda que se implican mutuamente. Sin la orientación ética no puede haber una buena constitución política y sin esta no pueden darse las condiciones que posibilitan un ámbito moral. Todos entienden que las ideas pueden cambiar el orden existente y moldearlo conforme a una praxis orientada por la teoría más idónea para cada momento.

Destaquemos sólo uno de los hilos conductores que vertebraron la Ilustración: la publicidad, pese a que se le podían sumar otros como el cosmopolitismo y el republicanismo, asociados a un laicismo inseparable de la esfera pública. Definirse como ciudadano del mundo es una seña de identidad para los ilustrados, que comparten también los ideales de libertad, igualdad y autonomía.

La publicidad constituye para Kant el principio transcendental del derecho y es una piedra de toque para discriminar si algo es o no injusto, porque a su juicio cualquier cosa que deba mantenerse oculta para triunfar no puede tener un marchamo jurídico, al igual que no es admisible en la esfera política ni cuenta con un respaldo moral.

El secreto está de capa caída. Mas no porque haya desfallecido su motivación, sino porque ni siquiera hace falta cultivarlo. Hasta no hace tanto la prensa y los medios de comunicación eran llamados ‘el cuarto poder’. Bastaba sacar algún escandalo a la luz para neutralizarlo. Nixon dimitió por el ‘caso Watergate’ antes de ser encausado. En cambio Trump se va de rositas y mantiene que sus fieles le seguirán votando al margen de lo que haga. Lo que se lleva es matar al mensajero.

Parafraseando al Kant de ‘¿Qué es la Ilustración?’, es muy cómodo que los demás piensen por uno y limitarse a buscar sin más en Google o Wikipedia cuanto queremos averiguar. El acceso a la información jamás ha sido tan sencillo. Pero el problema es que tampoco ha sido nunca tan fácil manipular a tantos durante tanto tiempo. Los bulos y las mentiras, que ahora se llaman cosas tan extravagantes como ‘fake news’, ‘hechos alternativos’ o ‘posverdades’ circulan a mayor velocidad que las informaciones más fiables y consiguen eclipsarlas.

Para vacunarse contra esa contagiosa manipulación demagógica disponemos de algo que nos puede inmunizar: el espíritu crítico propio de la Ilustración, que criba los datos y no deja de contrastarlos para decantar un criterio solvente. Lo malo es que quienes transmiten el virus demagógico a veces ni son conscientes de hacerlo, porque se creen asintomáticos, al no dudar jamás de unos mentores que monopolizan verdades absolutas y reniegan con saña de los hechos.

Esta vacuna sí la tenemos a mano y está libre de patentes. Conviene administrarla profusamente a través de una educación pública que busque formar ciudadanos tan autónomos como responsables. Recetemos Ilustración a mansalva y por doquier.