José Luis Zubizarreta-El Correo

  •  Las imágenes de Waterloo, el Comité Federal del PSOE y la jura de la Princesa revelan lo que oculta toda la palabrería que inunda la actualidad

En el actual ambiente de silencios, medias palabras y relatos engañosos en que está instalada la política del país, resulta oportuno recurrir a las imágenes que con tanta profusión nos llegan estos días desde los más distantes y distintos puntos de la geografía española y europea. El tópico de que una de éstas vale más que mil de aquéllas es además hoy más acertado que nunca. Y, así, no cabe más certero análisis de la actualidad que el que se base en evocarlas y comentarlas, sin perjuicio de que cada uno las interprete a su gusto y criterio.

Por sugerentes, comenzaremos por las que, en el lapso de estas últimas semanas, nos han llegado desde Bruselas. Quienes estén leyendo el interesante libro ‘Emperador de Roma’ que acaba de publicar en castellano la historiadora británica Mary Beard, premio Príncipe de Asturias, se habrán sorprendido por la asombrosa similitud que se advierte entre las visitas con que nuestros próceres Yolanda Díaz, Andoni Ortuzar y Santos Cerdán, entre otros, han obsequiado al president Puigdemont y las salutationes matutinas con que los paniaguados y serviles senadores romanos acudían a rendir pleitesía al emperador en busca de sus generosos favores. Para mí, al menos, fue lo más llamativo al contemplarlas. Se trató de una transposición temporal sumamente inquietante, al mirarlas con los ojos de un presente distante, pero que se revelaba sólo en apariencia distinto. Era el impactante efecto que causa la imagen en contraste con el que produce una palabra que, como ocurre en los casos citados, se empeña en amortiguarlo y edulcorarlo.

No quedó ahí el efecto de la imagen. La insoslayable comparación con el pasado se me hizo aún más hiriente, cuando, pese al esfuerzo por ocultarla, se abrió ante mis ojos aquella otra imagen de la turba de jóvenes que, como los almonteños que portan en volandas, tras saltar la reja, a la Virgen del Rocío, hacían bailar en el aire una urna del referéndum del 1-O de 2017. Aquel póster evocaba con aún mayor fuerza la humillante actitud que adoptaba el autócrata romano, cuando se divertía ofendiendo, con desplantes y desaires, a los sumisos senadores que acudían a adularle. El fallido intento de ocultarlo por parte de quienes, tratando de evitar la ofensiva imagen de la urna, querían que sólo se viera una aséptica pared en blanco, resultó ser, sin quererlo, el más expresivo reconocimiento de la humillación infligida, así como de la vergüenza y la culpa sentidas. No era, en verdad, tan complaciente actitud digna de su alta condición de representantes del pueblo.

Ocultamiento también hubo, y cuánto, pero esta vez -¡ay!- por cuenta de la imagen, en el acto en que la Princesa Leonor juró, ante las Cortes, el sometimiento a la Constitución y su compromiso de cumplirla y hacerla cumplir. Aquellos escaños apretados de parlamentarios y aquellos repletos sillones de ministros ocultaron deliberadamente las ausencias y, con ellas, la realidad de un país que no es tan compacto en sus adhesiones como las imágenes quisieron presentar. Ni se dejó oír la disidencia ni ver los huecos. Esta vez, la imagen fue tan mentirosa como la palabra. Nada habrían sorprendido los escaños vacíos de aquellos parlamentarios cuya convicción antimonárquica o anticonstitucional es declarada y conocida. Pero sí habrían resultado llamativos y hasta escandalosos los sillones abandonados por quienes aún son miembros del Gobierno o serán pronto llamados a sustituirlos. No estuvo en esto la imagen fina ni a la altura de su obligada honradez, sino que. se adaptó, por bienquedismo, a la mendacidad de la palabra.

Exhibió, en cambio, todo su espíritu de veracidad el 24 del pasado octubre en que nos mostró la impostada unanimidad de los miembros del Comité Federal del PSOE levantándose de sus asientos, como impulsados por un resorte, para explotar en estruendosos aplausos a su líder en el momento en que éste osó, por fin, pronunciar la hasta entonces proscrita y de largo hecha de rogar palabra ‘amnistía’. Fue un testimonio gráfico para la posteridad, que dejó constancia de lo que el tiempo acabará convirtiendo en una gran falsedad. No podía, en efecto, pretender hacerse creíble una imagen que repugna a todo lo que la historia nos ha enseñado de los debates en ese partido. Prefiero tomarla como un guiño al futuro, que, cuando salte por los aires esta borreguil unanimidad, desvelará su sentido en cuanto denuncia anticipada de la mentira que en ella se ocultaba. Te avergonzarás al verte.