EL NUEVO gobierno de los Estados Unidos obvió la mención a los judíos en la conmemoración, el pasado viernes, del Día del Holocausto. Dijo un portavoz que la mención habría sido injusta para las otras víctimas. Ésa es una tópica mala idea que subraya más que oculta el intento de rebajar el crimen. Y que entorpece la posibilidad de comprender lo específico y es que los nazis no necesitaban matar a la gente por sus acciones: les bastaba con su naturaleza. La actitud de la Casa Blanca coincidió con la prohibición de entrada a los Estados Unidos de ciudadanos de algunos países de mayoría musulmana. Una medida también tomada en razón de lo que son –sirios, iraníes, libios, yemeníes, sudaneses, iraquíes, somalíes– y no de lo que hacen. Otra mala idea.
Gran parte de las malas ideas están basadas en malos sentimientos. Cualquier ciudadano los experimenta. A veces la experiencia es tan obstinada que mancha el voto y la gente vota, por así decirlo, a mala idea. En la mayoría de las democracias y en la mayoría de las épocas las malas ideas ocupan un espacio lateral, inodoro. Pero a veces las circunstancias las colocan en un lugar central. El caso de la última Cataluña, por ejemplo, donde un proyecto xenófobo vertebra la política y la moral pública. El de Gran Bretaña, su descarrilamiento. Y ahora esta idea de mierda y purpurina que ocupa el poder del país más poderoso.
Una frase editorial del Times deja secamente descrita la situación: «La islamofobia y la xenofobia son principios antiamericanos, pero ahora son la política americana». La frase contiene un tremendo desconcierto. Un desconcierto democrático. No hay nada atrás (¡no hay derechos históricos!) del principio americano de la democracia. ¿Pero qué sucede cuando la democracia carga contra sí misma, al modo de las enfermedades autoinmunes? La democracia está fallando en su política de salud pública, en la prevención de las mentiras y en la persecución de su negocio. La mayoría de los catalanes creyó que España les expoliaba y la mayoría de los americanos cree que la violencia y el crimen se han adueñado de su país. Ahora sólo se pueden encarar las consecuencias. Una cierta puerilidad ya nombra la vía del impeachment a DT, tan contaminada del populismo que denuncia. Y tan irrelevante. No hay más camino que el de una defensa radical de la verdad, de la ley y de la responsabilidad que acabe con la ingenuidad democrática. Camino largo. Aunque algo menos que el del impeachment realmente requerido, que afectaría a 60 millones de americanos aprox.