- Si creemos que nuestro sistema de derechos y libertades está amenazado por Sánchez, solo existe una alternativa para sustituirlo en la Moncloa, guste o no
Soy del Deportivo, que le vamos a hacer, el único club de fútbol por el que me molestaría en ver un partido entero. Esta semana hemos sufrido un disgusto. Nuestro delantero estrella, el coruñés Lucas, ha desertado de Riazor y se pira al Rayo para jugar en Primera. El Dépor es hoy propiedad de un banquero. Así que me gustaría que Escotet se rascase el bolsillo y fichase un ariete que poseyese el regate de George Best, la zurda de Maradona, el remate de cabeza de Zarra, la elegancia y precisión de Van Basten y la capacidad de resolución de Bebeto. Pero me temo que no va a ser así. Eso es una fábula.
El puesto de Lucas lo cubrirá un tal Mario Soriano, un chaval de Alcalá de 22 años, que mide 1,63 y del que cuentan que es bastante habilidoso. Ante esta situación caben dos actitudes. Una es ponerse a llorar sobre la leche derramada, lo cual no arregla nada. La otra es ser realista, apoyar al joven Soriano y confiar en que con él podamos salir adelante.
Todo lo que acabamos de contar puede aplicarse también a la situación de nuestra derecha política.
En contra de los tópicos mendaces del mal llamado «progresismo», la derecha se lleva mejor con la libertad que la izquierda. Una consecuencia de ello es que la gente de izquierdas suele cerrar filas con lo suyo, calándose bien a fondo las orejeras del dogma. En sus filas no se admite la crítica. Sin embargo, en la derecha se practica de manera constante el cuestionamiento de lo propio. No hay líder derechista español al que no hayan puesto a parir desde su bando (a Aznar lo llamaban al principio «Charlotín» y cuestionaban sus posibilidades, Rajoy sufrió un serio envite en su propia casa a manos de Esperanza, Casado cayó víctima del fuego amigo… y ahora toca cuestionar a Feijóo). Mientras tanto, la izquierda protege sin una sola fisura a un personaje tan execrable como Sánchez, por una sencilla razón: «Es el nuestro».
El nuevo deporte del público y los comentaristas de centro-derecha y derecha es zumbarle a Feijóo (yo mismo lo he practicado). Y en efecto, puede que no sea el candidato perfecto, como no lo es el delantero que va a sustituir a Lucas en el Dépor. El líder del PP tiene experiencia, capacidad de gestión, templanza y buenas intenciones, pero a muchos nos gustaría que tuviese más carga ideológica, que diese de una vez la batalla de las ideas, hoy clave. Desearíamos que la música liberal le saliese en economía de manera natural (que no es el caso), que se trabajase más el mundo del pensamiento, que fuese un orador más claro, directo e ilusionante. Si somos totalmente sinceros, muchos sospechamos que Ayuso lograría un resultado electoral mejor, porque posee más elocuencia ideológica y además alcanza el ámbito más diestro del espectro.
Pero el ameno pasatiempo de arrearle a Feijóo presenta un problema. Y es que a día de hoy, guste más o menos, supone la única alternativa real para alcanzar la Moncloa en lugar de Sánchez. Es una pura cuestión matemática.
Y ahora vamos con las razonables objeciones (que abundarán en los comentarios a este artículo). La primera dirá así: «Se equivoca por completo, porque existe otra alternativa, que es Vox. Solo queda Vox». No, Vox es parte de la alternativa, y ayudará a que el PP no se duerma, pero no es «la alternativa», porque tiene 33 escaños y hacen falta 176 para echar a Sánchez. Incluso con la fuerte subida que está experimentado (la encuesta de hoy de Target Point en este periódico le da ya 49 diputados), seguiría a 129 de la mayoría absoluta, con solo un tercio de los votos del PP.
«Pero Vox puede despegar a lo grande, como ha pasado con partidos similares en Francia e Italia». Ya, pero hoy el problema de España es acuciante, inmediato, urgente: nos están montando un régimen semi autocrático delante de nuestras caras. Si se espera a que a Abascal le den los números… podemos encontrarnos sumidos ya en una situación de no retorno, o de complicadísima vuelta atrás. Como decía el agudo Keynes, «a largo plazo todos estaremos muertos».
La segunda objeción es también conocida y tiene un puntillo de razón: «Hoy el PP es lo mismo que el PSOE». Pero tampoco es cierto. Comparto que el PP debería diferenciarse mucho más del PSOE en política económica y ofrecer una alternativa moral y de costumbres que pueda revertir la ingeniería social de la izquierda. Pero no son lo mismo, sobre todo ante el tema medular que hoy nos ocupa: ese serio problema llamado Sánchez. El actual presidente está desmontando la democracia de la mano de los más sañudos enemigos de España, y el PP no pasaría por ahí. Feijóo se ha expresado de manera reiterada contra la amnistía, ha prometido defender el orden constitucional y poner fin a la deriva sanchista y ha garantizado que derogará las leyes sectarias de memoria.
¿Querríamos más? Por supuesto. ¿Querríamos a un líder de la derecha con el carisma y la percha de JFK, las calorías intelectuales y la visión de Thatcher, el encanto de Reagan, la grandeza de De Gaulle y la visión de Estado de Cánovas? Por supuesto. Pero eso no existe. Así que con estos bueyes tenemos que arar. O Feijóo en la Moncloa, o Sánchez en la poltrona ad vitam aeternam. Podemos darle vueltas a la noria hasta el día del juicio final, pero a día de hoy no hay más.