Ignacio Camacho-ABC
- Ni una sola explicación sobre las causas de este fracaso. Sólo silencio. Toque de queda, teclas al azar, palos de ciego
Algo parece haber aprendido Sánchez del anterior estado de alarma, y es que la gente está harta del «Aló presidente». Sus comparecencias de fin de semana resultan igual de autocomplacientes, pero al menos se hacen más llevaderas porque son más breves. También ha sacado la conclusión de que sin tener mayoría en el Congreso es un incordio renovar el decreto cada dos semanas, y con un presupuesto que negociar no quiere someterse a tensiones suplementarias. Seis meses del tirón y basta; este hombre no tiene rival como jugador de ventaja, siempre con un comodín autoritario escondido en la manga. Pero ahí acaban las enseñanzas que ha sacado de una crisis sanitaria que primero ignoró, luego declaró prematuramente acabada y ahora no sabe si bastará otro semestre para controlarla. En medio año de fracasos podía y debía haber inferido conclusiones de mayor relevancia.
Por ejemplo, la necesidad de analizar qué ha fallado para que España sea el primer país europeo en alcanzar el millón oficial (en realidad la cifra es mayor) de enfermos. Investigadores y especialistas médicos llevan bastante tiempo reclamando una auditoría al respecto para tratar de averiguar si se trata de un problema de modelo. Y siempre con la misma respuesta: un silencio espeso, indiferente, impermeable, hermético. También, y hablando de ciencia, es menester que el presidente deje de referirse genéricamente a «los expertos» y los presente de una vez, con sus nombres completos, además de publicar los informes técnicos en que supuestamente se basa el Gobierno. En lugar de eso continúa pretendiendo que los españoles confíen en Simón, cuya clamorosa pérdida de crédito lo ha convertido en objeto de burla y pitorreo, y ahora ordena un toque de queda de improbable éxito sin aclarar qué criterios piensa seguir para evitar un nuevo confinamiento. Teclas tocadas al azar, resortes aleatorios, palos de ciego.
Sin ninguna explicación, sin molestarse siquiera en recurrir a sus embustes acostumbrados, Sánchez se comporta como si el principal problema de la nación fuese un contratiempo imponderable que le distrae de su trabajo rutinario. Un imponderable, un infortunio, un acaso. Al parecer no considera una obligación de su cargo interesarse en las causas del catastrófico aumento de contagios, que apuntan a una cuestión estructural de organización del Estado, a una economía cotidiana excesivamente dependiente del contacto, a un sistema de sanidad mal gestionado y a un déficit de pedagogía social sobre la conducta de los ciudadanos. Nada: simplemente comparece con gesto atribulado para anunciar que vuelve a rescatarnos tomando el mando de una situación que se le ha ido de las manos a unos responsables abstractos. Y, por supuesto, sin una mala palabra de disculpa, ni un atisbo de palinodia por haber proclamado en verano, con la ampulosidad habitual, que el virus estaba derrotado.