- La bienintencionada política de apaciguamiento incorporada al texto constitucional buscando la integración de los nacionalistas ha sido un fracaso, pagado con la traición y deslealtad
El próximo 29 de septiembre, en las campas alavesas de Foronda, celebrará el PNV su ‘Alderdi eguna’ –día del partido–. Para caldear el ambiente, su presidente Andoni Ortuzar, ha manifestado que además de completarse el Estatuto «es el momento de empezar a hablar de cómo debiera ser el nuevo estatus» recordando que «el 95% del contenido está pactado y pasa por el reconocimiento nacional de Euskadi, las relaciones de bilateralidad, el blindaje competencial y establecer quién es el árbitro en caso de conflicto». Lo que no ha dicho es que ese acuerdo lo alcanzó en 2018, en la ponencia de autogobierno del Parlamento Vasco, con quien ahora les pisa los talones, la ETA política de Bildu.
Mucho han cambiado las cosas desde aquel acuerdo hace seis años. La altanería de entonces se ha convertido en una educada invitación al diálogo que rápidamente ha sido bien acogida por aquellos que llevan las de ganar en el debate identitario, los que hace unos meses a punto han estado de ganarles las elecciones al Parlamento vasco. Arnaldo Otegi ha dicho ufano «estamos frente a una oportunidad de poder avanzar, nosotros lo deseamos, tenemos toda nuestra predisposición a darle alegrías al país y el país necesita grandes acuerdos». ¿Y qué han dicho las demás fuerzas políticas? El PSE, cómodamente satisfecho con sus carteras de segunda en el Gobierno Vasco, también ha manifestado, ¡cómo no!, su disposición al diálogo. El PP ha tendido su mano al Lehendakari para «colaborar al autogobierno sin obsesiones identitarias» y Vox poco puede hacer con solo un diputado.
La disputa por el poder entre el PNV y los herederos de la banda terrorista ETA, es consecuencia lógica tras años de complicidad y cobardía de los primeros. Menos lo es, y más importante para quienes no somos separatistas, la falta de respuesta de quienes no han sabido articular un proyecto que frene con inteligencia este desafío iniciado en el País Vasco y continuado en Cataluña. La bienintencionada política de apaciguamiento incorporada al texto constitucional buscando la integración de los nacionalistas ha sido un fracaso, pagado con la traición y deslealtad. Nadie se ha preocupado por diseñar y ejecutar un plan alternativo que refuerce los lazos de unión entre españoles, prestigie al Estado en todo el territorio nacional y frene la sangría separatista.
Peor aún es la respuesta del partido de Pedro Sánchez que, lejos de aprovechar el momento de debilidad del separatismo a cuenta de sus luchas intestinas, ha preferido optar por la retirada frente al adversario a base de amnistías y cupos ilegales e insolidarios. Todo con la única finalidad de comprar unos meses más de permanencia en la Moncloa. Con este panorama uno tiene que preguntarse forzosamente ¿Nos interesa a los españoles defender nuestra patria? Ser patriota es sencillo, solo requiere sentirse heredero de quienes durante siglos hemos compartido una lengua y un proyecto de raíces cristianas, de solidaria vida en común, que nos hizo construir libremente una nación. Significa sentirse orgulloso de nuestra historia, obligado por tanto a cuidarla, preservarla y divulgarla sin falsificaciones. Ser patriota es asegurar que nuestra lengua oficial no esté proscrita en cada vez más lugares del territorio nacional y que todos tengamos los mismos derechos y obligaciones al margen del lugar de España en que hayamos nacido. Defender España es en definitiva combatir, con todas las armas del Estado de derecho, a quienes quieren acabar con la patria común.
España no nos pertenece, somos tan solo sus depositarios hasta que la entreguemos, mejorada, a la próxima generación. Por eso me pregunto ¿Tan difícil es que los partidos políticos que se dicen nacionales, diseñen una estrategia que evite nuestra desaparición? Hace años, para construir la Unión Europea, decidimos voluntariamente ceder una parte importante de nuestra soberanía a Bruselas, si queremos mantener la unidad de España, la solución no puede ser continuar desmembrándola con irresponsables e innecesarias cesiones a quienes solo buscan su desaparición. Los separatistas trabajan unidos por la ruptura mientras los demás nos perdemos en nimiedades. Fácil es entender el problema, y también atajarlo, solo hace falta querer hacerlo.