ABC 30/11/14
JON JUARISTI
· El «pequeño Nicolás» ilustra la deriva de una derecha inculta y hortera, como Enric Marco la de una izquierda maniquea y cursi
Lo que me pasma en el asunto de Francisco Nicolás Gómez Iglesias, alias Fran, rebautizado por los medios como el pequeño Nicolás, es que alguien haya podido dar crédito a sus embustes, y no alguien cualquiera, sino empresarios y políticos relevantes, porque hasta cuando remeda el soniquete pijo pospalatal nasalizado tan característico del dialecto de la calle Serrano y alrededores resulta una lamentable parodia de los hablantes autóctonos (quedan pocos, pero tenemos la suerte de que el ministro De Guindos ofrezca un inmejorable paradigma que desautoriza las imitaciones). Es cierto que Gómez Iglesias fue al mismo colegio que Guindos, pero el
habitus lingüístico, como observaba Bourdieu, es lo último que se pega (y mal). No soy un dialectólogo avezado, pero, si hubiera asistido a cualquiera de las entrevistas de trabajo del aprendiz de estafador desde detrás de una columna, no habría resistido la tentación de aparecer de improviso, como el profesor Higgins en MyFairLady, para denunciar la presencia en su dicción de la aspiración glotal manchega de las eses preconsonánticas o las cadencias abruptas finales de las cláusulas interrogativas, que son norma en la Prospe y Corredera Baja.
Gómez Iglesias no es una Eliza Doolitle, ni alcanzará la grandeza literaria del Pijoaparte de Marsé. Ni siquiera la del Enric Marco Batllé recreado por Javier Cercas en El impostor, que ya encarna un arquetipo clásico, como el Jean-Claude Romand de El adversario, de Emmanuel Carrière, aunque sus referentes reales, además de embaucadores, fueran un bocazas y un asesino, respectivamente. Gómez Iglesias ha resultado ser un hortera; es decir, algo que el arte no puede dignificar. Sin embargo, como ilustración moral de los contravalores de una derecha inculta y depravada no tiene precio.
En El impostor, Cercas se ensaña muy justamente, a propósito de Marco, con la izquierda maniquea y falsaria que nos ha tocado sufrir, una izquierda que prefiere el kitsch a la verdad. El caso de Enric Marco Batllé, un mitómano que llegó a secretario general de la CNT y a presidente de la Amicale Mauthausen –la asociación de antiguos reclusos españoles en los campos nazis– a base de inventarse un pasado heroico de resistente antifascista, habría sido imposible, según Cercas, sin la mitificación sentimental de la Memoria Histórica, que permitió la sustitución de la historia crítica por la literatura edificante. Con todo, un falsario como Marco buscó modelos sublimes: sacrificados luchadores condenados a larguísimas penas de cárcel. Los de Gómez Iglesias, en el improbable supuesto de que se trate de un narcisista mórbido y no de un chantajista a secas, van más bien por los Giligiles y los Correas, los Bárcenas y los Urdangarines.
Lo único en que coinciden el abuelete anarcoide y el efebo liberaloide es su mitomanía florida. Ambos poseen suficientes méritos para presidir, no ya una Amicale Mauthausen, sino una hipotética Amicale Münchhausen que agrupase a los emuladores del famoso Barón (cuyos embustes fueron exaltados en Agfacolor por el cine nacionalsocialista en 1943). Por lo demás, nada en común entre ellos ni entre sus circunstancias. Lo que ha hecho posible las aventuras del pequeño Nicolás ha sido la canonización del emprendedor desaprensivo y de la doctrina de la virtud públicas de los vicios privados, un tipo social y una ideología delirante que explican la corrupción de las derechas, como la revancha de las clases explotadas se usó para montar la corrupción de las izquierdas y la liberación de los pueblos oprimidos, la de los honorables nacionalistas.