España vive el mal sueño recurrente del Día de la Marmota: cuando parece que empieza un nuevo día, volvemos al de ayer. Ha vuelto a pasar con la esperada (y urgente) derogación del sanchismo. Nos cuesta aceptarlo incluso a los acostumbrados a perder siempre. Pero toda pérdida grave exige una explicación para que el duelo no sea eterno. Y la única manera de convertir los errores en enseñanzas es entender por qué son errores. Vayamos pues a examinar algunos, ajenos y propios, las imposturas, incongruencias e inopias políticas en que podemos incurrir. En este caso de la oposición, pues el sanchismo sigue fiel a lo que es: mentiras, maldades y manipulación.
Imposturas
Comienzo con una anécdota: un amigo me contaba que unos amigos suyos, riojanos, le habían dicho que iban a votar al PSOE, pero no a Sánchez; por descontado, votar al PP les parecía inimaginable. Podemos reírnos de esta disonancia cognitiva de manual, pero haríamos bien en admitir que está muy extendida. Por ejemplo, en el PP de Feijóo. Parece evidente que el PP cosechó su amarga victoria pírrica la última semana de campaña. Volvió la campaña autosuficiente y pija del “Verano Azul”, que parecía olvidada, la del representativo Borja Semper fungiendo de bañista en una playa de Madrid, escena sonrojante que anticipaba el final de la estrategia: que muchos posibles votantes la rechazaran como absurda impostura.
Incongruencias
El PP ha incurrido en todas las contradicciones posibles: olvidar que necesitaba a Vox, negar que pactaría con Vox mientras formaba gobiernos con ellos (con la costosa factura del pésimo espectáculo en Extremadura), afirmar el imposible (tertium non datur) de que echaría a Sánchez y derogaría el sanchismo… mientras necesitaba pactos con el PSOE, entronizado en socio principal de investidura… Han sido víctimas del autoengaño en que siguen instalados sus líderes, con la excepción de Isabel Díaz Ayuso: la vuelta del viejo bipartidismo y la falacia de que Sánchez solo es un episodio en vez de un síntoma de la enfermedad política de la izquierda actual. Difícil acumular más incongruencias.
La suerte quedó sentenciada cuando pasaron abruptamente de la “derogación del sanchismo” a pedir la abstención del PSOE y esperar movimientos cómplices de un fantasmal “PSOE bueno”
Parece un mal diagnóstico de la situación política efecto de una mentalidad esclerotizada, amueblada con inútiles trastos viejos como la absurda esperanza de contar ¡con el apoyo del PNV para la investidura, si Vox era insuficiente! Pero considerando los errores, desde falsas promesas como no pactar con Vox a imitar por enésima vez la agenda de la izquierda y su marco mental, el resultado de Feijóo es muy meritorio. No solo ha ganado las elecciones duplicando el grupo parlamentario del Congreso y obtenido la absoluta en el Senado, sino que ha demostrado la existencia de muchos votantes dispuestos a apoyarles para echar a Sánchez, incluso cuando, como es mi caso, no esperamos mucho más de ellos. Pero la suerte quedó sentenciada cuando pasaron abruptamente de la “derogación del sanchismo” a pedir la abstención del PSOE y esperar movimientos cómplices de un fantasmal “PSOE bueno”, que no ha tardado en ponerles en ridículo en la persona de García Page, su gran esperanza.
Vivir en la confortable inopia
En Génova tienen el calendario parado en el año 2000. La inopia política se ha manifestado en algo ya visto en otros fallos históricos: las elecciones vascas de 2001, que parecía poder ganar Jaime Mayor Oreja (y que también estropeó el PSOE de Nicolás Redondo exigiendo ser el lehendakari con independencia del resultado), y el de Ciudadanos en Cataluña cuando ganó las autonómicas para fugarse a Madrid, abandonando a sus electores catalanes.
El fallo vasco debe compararse con el de este 23J: aprenderíamos mucho. No solo se evitó un acuerdo público claro entre PP y PSE, parecido al que necesario entre PP y Vox antes de la campaña, sino que su mera posibilidad movilizó en masa al votante vasco nacionalista y con fobia a la derecha española. Pues si el voto de izquierda ha aguantado mejor de lo previsto por las encuestas, pese al bluf de Sumar, es porque prácticamente les ha votado todo aquel que o bien detesta a la derecha, con fobia típicamente irracional, o han creído la campaña del miedo a Vox en el gobierno, alimentada por la torpe ambigüedad de Feijóo. No habría pasado de haberse anticipado un pacto claro con Vox, con límites públicos y creíbles.
La nefasta lona de Madrid que echaba a la basura una bandera LGTBI y un símbolo feminista no es la mejor manera de refutar a quienes te acusan de homofobia o patriarcalismo
Y llegamos a otra inopia cómoda, pero dañina: la actitud de Vox como partido que cree encontrar su fuerza en la rigidez, la estridencia y la tendencia a culpar de sus problemas incluso al lucero del alba. Vox es tratado muy injustamente por una prensa particularmente hostil, incluso la que se opone al sanchismo, pero esa hostilidad no convierte sus acciones e ideas en justas ni necesarias. Su propensión a convertirse en su peor caricatura sin ayuda ajena empeora las cosas. Así, la nefasta lona de Madrid que echaba a la basura una bandera LGTBI y un símbolo feminista no es la mejor manera de refutar a quienes te acusan de homofobia o patriarcalismo: es un modo de darles la razón. Lo mismo cabe decir de la chistosa asociación de Txapote con Mohamed (los musulmanes, religión de medio millón de votantes) que hizo Santi Abascal, o de sus declaraciones culpando a las empresas demoscópicas de sus votos perdidos. Un partido que aspira a gobernar para todos no puede actuar sólo para sus hooligans incondicionales y menos informados.
Miedo a la derecha cerril
No tengo ninguna duda de que Vox conservará un suelo sólido, pero tampoco de que ellos solitos se han construido un techo que les hace invotables para el 75% y les convierte en el Coco que moviliza a esos españoles que votan por miedo a la derecha cerril. Evocar como modelo las políticas de Orban, el agente europeo de Putin, o de la señora Meloni, no deja tampoco de ser incongruente en un partido que insiste en la estricta españolidad de su política. Pero los humanos, con independencia de las ideas que prefiramos, no paramos de cometer errores semejantes, derivados de nuestras emociones y resistencia a la realidad ingrata. Preferimos nuestros propios mundos de yupi. Y nunca conseguiremos salir del Día de la Marmota si no nos damos cuenta del problema y hacemos algo razonable.