Isabel San Sebastián-ABC
- Asistimos al hundimiento de nuestra patria angustiados, empobrecidos, entristecidos e inermes
No hay palabra que defina mejor el estado de ánimo en que se encuentra hoy buena parte de la ciudadanía española. Impotencia frente a una enfermedad aterradora, que avanza de manera silenciosa e imparable, arrastrando a su paso vidas, planes, proyectos y certezas.
Impotencia frente a un presidente del Gobierno incapaz, que suma a su inepcia la arrogancia propia de quien carece del menor freno moral o cultural y actúa guiado únicamente por su determinación de conservar la poltrona a costa de lo que sea.
Impotencia frente a un vicepresidente cada día más poderoso, más envalentonado y más peligroso, que no solo impone implacablemente su hoja de ruta totalitaria, siguiendo al pie de la letra el modelo chavista, sino que se permite amenazar con total impunidad al PP, augurando que «no volverá a gobernar nunca», en un alarde impúdico de desprecio hacia las reglas de la democracia.
Impotencia frente a los ataques reiterados que sufre la Corona por parte de ministros y diputados aliados del socialismo gobernante, como ese rufián, con minúscula, a quien la presidenta del Congreso consiente calificar al Rey de «diputado número 53 de Vox, votado por Franco», sin tan siquiera un reproche a esas palabras mendaces, cargadas de odio, o al gesto repugnante de exhibir la fotografía de un niño.
Impotencia frente a una Fiscalía convertida en instrumento al servicio del Ejecutivo y sus intereses sectarios, con un ramal, paradójicamente bautizado como «anticorrupción», dedicado a perseguir, difamar, acusar en falso y destruir el honor de cualquiera que resulte molesto para esos intereses, como por ejemplo la antigua dirección de Bankia, quemada en la hoguera de esos inquisidores y sus sayones mediáticos durante nueve interminables años, antes de recibir la absolución de unos jueces que en su sentencia se atreven a denunciar el abuso, pero nada hacen para castigarlo.
Impotencia frente a un independentismo exultante, a quien todas las encuestas auguran una victoria arrolladora en las urnas catalanas, después de haber triunfado en las vascas, protegido y aupado hasta lo más alto por un PSOE débil, carcomido por la podemización y dependiente del sostén parlamentario de todo lo que se sitúa fuera de la Constitución, que hace ya dos décadas traicionó la E de «español» y, con ella, su lealtad a la Nación.
Impotencia frente a los indultos, reformas legales y maniobras en la sombra que ya están en marcha con el único fin de sacar de la cárcel a los sediciosos del 1-O y a los terroristas de ETA que aún permanecen presos, sin por supuesto exigir de ellos arrepentimiento o colaboración con la Justicia. Antes al contrario, en el caso de los ex dirigentes de ERC y JpC, a pesar de las múltiples ocasiones en las que han expresado con chulería su voluntad de reincidir.
Impotencia frente a los 92.000 euros de pensión vitalicia que cobrará Joaquín Torra, un oscuro administrativo en paro devenido en presidente autonómico merced a un intento de golpe de Estado, inhabilitado por el Tribunal Supremo por desobedecer a la Junta Electoral con reiteración y contumacia. Noventa y dos mil euros vitalicios, chofer y demás privilegios sufragados con nuestro dinero, por ochocientos setenta y cuatro días de trabajo en pro del secesionismo, cuando cualquier español de a pie debe deslomarse toda su vida para conseguir un retiro que, en el mejor de los casos, no alcanza ni de lejos la mitad de esa cantidad.
Impotencia frente a una oposición dividida, enfrentada entre sí e incapaz de construir una alternativa, pergeñar una estrategia ganadora, ofrecer una esperanza a quienes, como yo, asistimos atónitos al hundimiento de nuestra patria angustiados, empobrecidos, entristecidos e inermes.