Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

Algo no me cuadra. El Gobierno anunció el viernes el Plan de Estabilidad remitido a Bruselas en donde calcula el impacto que tendrá la pandemia sobre la economía española. Las cifras las comentábamos ayer. Se las recuerdo: Un descenso del PIB del 9,2% y un aumento del paro hasta el 19%; un crecimiento del déficit público hasta el 10,3% y una subida de la deuda hasta el 115,5%. Pongamos números a esto. Los gastos van a subir en 54.765 millones, suma de los gastos propios de la lucha contra la pandemia y los dedicados a sostener el derrumbe del empleo. Por su parte los ingresos caerán «solo» 25.711 millones, debido a que el sistema de los ERTE’s mantiene una buena parte de los ingresos de los afectados por ellos, lo que conlleva que mantendrán sus obligaciones tributarias con respecto al IRPF. El resto caerá. El Impuesto sobre Sociedades un 8,7%, el IVA un 5,2%, el IRPF un 2,4%, los especiales un 6,7%, las transmisiones patrimoniales un 37,9% y las cotizaciones sociales un 5,75%.

Hace años que olvidé como era aquello de los logaritmos neperianos, pero con sumas y restas todavía me arreglo. Hagamos pues las sumas y las restas. Para calcular el desvío del déficit hay que sumar ambas cantidades pues las dos van en su contra. Eso nos da una desviación total de 80.476 millones. En su presentación, la vicepresidenta Calviño y la ministra Montero nos dijeron también que el déficit será del 10,3% y anunciaron que no habrá ni subidas ni bajadas masivas de impuestos, ni ajustes extraordinarios, pues solo se mantendrán los planes ya anunciados de las tasas Google y Tobin.

Pero, ¿Cómo es posible? Es evidente que una parte de esos 80.476 millones los asume el crecimiento del déficit que habrá que financiar con nueva deuda. Ahí le tenemos al BCE con su incansable músculo. Como los Presupuestos del Estado de 2020 prevén un total de 472.660 millones, el 10,3% de ellos son 48.685 millones de gasto que no cuadraremos con ingresos. ¿De dónde salen entonces los 31.791 millones que nos faltan? Dado que las nuevas tasas no darán más allá de 2.000 millones cuesta tomarse en serio la promesa de que no habrá subidas de impuestos. ¿Es una píldora que tragaremos más adelante?

Apostaría a que el daño causado por el maldito bicho en la economía es tan enorme que habrá que apechugar con esfuerzos también enormes. Pero todo tiene su orden. Si, aunque no lo diga, el Gobierno piensa en subirnos los impuestos -y si no lo piensa ahora lo tendrá que pensar en unos pocos meses-, hay una serie de premisas previas a cumplir.

La primera es la de la ejemplaridad. Sería un escándalo que no se acometa una racionalización del gasto público del Estado, en todos sus ámbitos, antes de pedir más impuestos a los ciudadanos. Nos estamos enfrentando al mayor problema vivido desde la guerra civil y nos hemos dado cuenta de que hay mucho Estado desaparecido. ¿Dónde están un buen número de los ministros, dónde la mayoría de Diputados y Senadores, de parlamentarios vascos y de junteros forales? ¿Son esenciales todos los asesores, todas las sociedades públicas, todos los organismos? Hay que aprovechar la ocasión para hacer limpieza y eliminar de una vez todas las duplicidades y todas las ineficiencias. Claro que hay que mimar a la sanidad, pero no es esencial mimar a todo el sector público. ¿Es lógico y racional que la parte privada de la sociedad se enfrente a una destrucción terrible de empleo y la pública permanezca intocable? Insisto, y nunca será suficiente, en que hay una buena parte de lo público que se está partiendo el pecho en esta tragedia, pero es evidente que no todos están exigidos de esa manera. Ni mucho menos.

La segunda es que los cambios fiscales hay que hacerlos considerando la realidad foral. El ordeno y mando puede estar justificado en el frente sanitario, pero no lo está en el fiscal. Los que corremos riesgos recaudatorios tenemos derecho a ordenar nuestras prioridades recaudatorias y las de gasto.

La tercera es que los impuestos son contractivos. Es decir pueden empeorar la consecución del principal objetivo que es la recuperación del empleo y la expansión de la actividad. Es imprescindible modular bien las actuaciones, de tal manera que las urgentes necesidades de hoy, no empeoren las necesarias urgencias de mañana. Sin olvidar, además, que si no lo hacemos nosotros, alguien lo hará por nosotros. Y será peor.