Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

La economía española va bien en términos de crecimiento y empleo. Por si fuera poco, la inflación se modera hasta acercarse al objetivo marcado por el BCE, lo que aleja la posibilidad de un endurecimiento de la política monetaria. Si nos comparamos con otros países europeos, que antes ejercían como locomotoras, deberíamos decir que vamos muy bien, pues les batimos a casi todos, a algunos con estrépito. Pero si queremos quedarnos tranquilos y confiados, debemos obviar la evolución de un dato importante, como es el de la población. La demografía de los nacionales es lamentable, pero ahí tenemos a la inmigración que nos permite alcanzar crecimientos importantes. De ahí que, mientras no hagamos comparaciones per cápita, todos contentos. Si dividimos el PIB entre quienes lo construimos, los datos son muy pobres y si hacemos lo mismo con el empleo también palidecen. A la economía vasca le pasa exactamente lo contrario. No crecemos en población y los datos per cápita nos salen siempre mejor que los absolutos.

Dejando a un lado la emigración, con los problemas que tal situación causa y que tanto preocupa, tendríamos que ir hasta la inversión para buscar algo que vaya realmente mal. A la pública, miren el lamentable estado del ferrocarril, por ejemplo, y sobre todo a la privada. La inversión de hoy es la garantía del mañana, y podremos vivir con unos trenes defectuosos y retrasados, es incómodo, pero es soportable. Pero no podremos vivir con unas industrias obsoletas, porque no serán capaces de competir y no habrá más remedio que cerrarlas.

Ahora vayamos al debate actual sobre el castigo a las energéticas que, era extraordinario y será ordinario. Que era un gravamen y será un impuesto y que se ha vinculado su permanencia con la inversión. Si grava los beneficios extraordinarios y sin exigir una definición precisa de ‘extraordinario’, podríamos preguntarnos si será simétrico. Es decir, si cuando las pérdidas sean extraordinarias (las ha habido hace pocos años) se compensarán con alivios fiscales. No, ¿verdad? Eso nadie lo prevé. Y los del cambio de gravamen a impuesto es algo que nos conviene mucho a los vascos, pues así podrá negociarse su inclusión en el Concierto y su compensación, después. Para eso tenemos al PNV y por eso braman los catalanes. ¿Es todo esto razonable? Por supuesto que no. ¿Quién ha dicho que lo de los impuestos debe de ser razonable? Algunos, pero solo porque son unos interesados. Aunque, bien mirado, nos acordaremos de ellos cuando envejezcan las instalaciones no repuestas y/o abandonadas.