JON JUARISTI-ABC

La democracia está siendo destruida desde dentro por enjambres de delatores

PUES nada, que he perdido la apuesta: Cristina Cifuentes ha dimitido. En la historia hay que contar siempre con lo imprevisto, decía Stendhal, y lo imprevisto era el vídeo de las cremas. Pobre Cifuentes, terminar así, como la Pituca de «Cuéntame», que ya sólo recordamos los telespectadores de edad muy avanzada. Sí, hombre. Aquella dama pijísima, interpretada por Mercè Mariné, señora de notario y cleptómana (aunque no quedaba muy claro en la serie si sustraía género en las tiendas por enfermedad mental, desordenada codicia de los bienes ajenos o puro deporte).

Los guionistas de entonces se pasaban a veces de tendenciosos. La figura de Pituca y sus desarreglos parecían sugerir que la cleptomanía es vicio y perversión de clases dominantes. El mensaje implícito parecía ser que, si un pobre roba en un supermercado, no lo hace por cleptomanía sino por justicia social. Ya nos habíamos olvidado de aquellas simplificaciones maniqueas cuando he aquí que el vídeo de Cifuentes y sus cremas (o sea, no las suyas, sino las de Eroski) nos devuelve a Pituca y, a modo de magdalena de Proust, hace aflorar del fondo de las meninges ibéricas la indignación que una vez sintieron las clases medias identificadas con los Alcántara ante los latrocinios de aquella señora rica y de derechas que en tantos apuros metían a la sufrida Mercedes.

Total, que como nadie puede con los estereotipos impuestos por la educación sentimental de masas (según la cual, la transición se hizo para evitar que las mujeres de los ricos saquearan los comercios sociales), Cristina Cifuentes ha tenido la prudencia de dimitir.

Quizá no habría sido lo mismo si la hubiesen pillado feriando zarcillos en Tiffany and Co., pero Eroski es lo más social del comercio social y cooperativista. Ambiguo, como todo y hasta en el nombre. En vasco, eroski significa «compra», del verbo eros, «comprar». No «compra» como forma verbal conjugada, sino como sustantivo, como cuando decimos en español «voy de compras» o «has hecho una buena compra». La filosofía del cooperativismo de Mondragón intentaba fomentar el consumo popular diversificando la oferta y abaratando precios. Distraer cremas en Eroski no tiene perdón de Dios (lo tiene, pero a las clientas habituales les cuesta creerlo). Ahora bien, eros, fuera del vasco, significa lo que significa, e incluso en algunas lenguas eslavas llaman eroski a la goma higiénica. En Brasil, la llaman

camisinha de Venus, o sea, camisita y canesú de la mamá de Eros. Quizá comprar puede tener su erótica en vasco, pero en el resto del planeta lo erótico se asocia a la transgresión, al goce perverso y a la atracción del abismo. Una parejita inseparable, la de Eros y Tánatos. Ya sólo por eso, me siento inclinado a la benevolencia ante las cleptomanías de Cristina Cifuentes. El de comprar no es un impulso incontenible, pero el de jugarse la carrera por dos potingues de chichinabo puede serlo, y aunque el hurto en sí pueda resultar reprobable, lo que tiene de trágico me conmueve como el «Edipo rey» de Sófocles.

Nada de esto tiene que ver con apoyos y solidaridades, por supuesto. Creo que la expresidenta tenía que haber dimitido mucho antes y ahorrarnos así su pésima gestión parlamentaria –mezcla indecorosa de cinismo y chulería– del escándalo del máster. Pero mucho más indecentes, infinitamente más indecentes, me parecen quienes han aireado las imágenes del robo tras reservárserlas durante un montón de años, a la espera del momento propicio para sacarlas a la luz. La democracia está siendo destruida desde dentro por una gusanera de sicofantes y chantajistas que utilizan las redes para desestabilizar las instituciones y minar los partidos propios y ajenos.