Tengo para mí que el abogado defensor de Begoña Gómez, la imputada de  Pedro Sánchez, se cambiaría gustoso por el defensor de Alberto González Amador, que es como ya sabrán todos ustedes,-y si no para eso estamos-, el novio de Isabel Díaz Ayuso. Mayormente, por la dificultad de las tareas profesionales que tienen ante sí.

La señora de Sánchez va a comparecer, personalmente en persona, se supone, el viernes próximo, 5 de julio ante el juez Peinado, del juzgado 41 de Madrid, para declarar por los presuntos delitos de tráfico de influencias y corrupción en los negocios que no afectaban a fondos europeos.

No está claro aún si la que los socialistas de base consideran ‘la primera dama’ y Patxi López ‘la presidenta del Gobierno’ va a comparecer presencialmente ante el juez o lo hará mediante videoconferencia o bien alegará problemas de salud o no haber entrado aún en el alivio de luto por el reciente fallecimiento de Sabiniano. Si el presidente del Gobierno se tuvo que tomar dos días por el óbito del suegro a uno le parecería razonable que una hija de verdad se tome una semana, qué menos.

Esta semana es también muy probable que vaya para adelante el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, después de que el Colegio de Abogados de Madrid y el abogado del novio de Ayuso solicitaran al Tribunal Superior de Justicia de Madrid que envíe los indicios que tienen contra el fiscal general a la Sala Segunda del Tribunal Supremo. Don Álvaro (o la fuerza del sino) que es un tipo con un físico hecho adrede para interpretar a Joel Cairo en ‘El halcón maltés’, compartía foto y risas con Begoña, Francina Armengol y el mismísimo presidente en los actos conmemorativos del décimo aniversario de la Monarquía de Felipe VI. Algún malpensado podría sugerir que también podrían compartir banquillo, pero son suposiciones carentes de fundamento. A partir de ciertos niveles, cada uno tiene el suyo.

Hay algo que tienen en común la mujer del presidente del Gobierno y su fiscal general, y es una costumbre que raya en la vocación de dejar rastros de lo suyo por allí por donde pasan. Han dejado huella en todo: Álvaro García que ha sido señalado por la fiscal provincial de Madrid, Pilar Rodríguez, y el fiscal de Delitos Económicos, Julián Salto, que fueron cooperadores necesarios del fiscal general para el delito que presuntamente ha cometido, el de revelación de secretos del que ha sido víctima el novio de Isabel Díaz Ayuso. (Artículo 197 del Código Penal). Tengo para mí que el testimonio del fiscal Salto haya estado preñado de amargura, al recibir la orden de que saliera del Metropolitano ¡cuando el Atleti iba ganando al Inter! para enviar  los correos que se había intercambiado con el defensor  de González Amador a la fiscal Pilar Rodríguez que a su vez se los remitió al fiscal general y a la cadena SER en menos de hora y media. Álvaro García Ortiz asumió la responsabilidad última del hecho, aunque en realidad debió decir ‘la responsabilidad primera’. He sido yo, en una palabra. Luego están los whatsapps ‘imperativos’ que el fiscal general envió a la fiscal de la Comunidad de Madrid, Almudena Lastra, y sus patéticos lamentos, “Almudena, no me coges el teléfono. Si dejamos pasar el momento nos van a ganar el relato”. Aquí pudo emplear una de los portentosas metáforas del periodismo deportivo: “o nos espabilamos o nos comen la merienda”. Tengo la impresión de que esta no va a ser una semana fácil para Moncloa.