François Truffaut había dirigido a Bernadette Laffont en ‘Una chica tan decente como yo’ en 1972 y tres años más tarde, Antonio Drove estrenó ‘Mi mujer es muy decente dentro de lo que cabe’ en la España de aquellos tiempos en los que la libertad no acababa de despuntar ni Franco acababa de morirse. La primera era una película francesa, lo que nos llevó a pensar a algunos que había que leer el título en clave irónica. Respecto a la de Drove, no me pregunten a mí cuánto cabe, y aunque nunca he pensado que el tamaño fuera todo, tampoco hay que descartar la importancia del factor cuantitativo si hablamos de corrupción.
Pensé si Pedro Sánchez se habría inspirado en ella al decir “mi mujer es una profesional honesta, seria y responsable y mi Gobierno es un Gobierno limpio” cuando habló por vez primera de un tema que hasta entonces parecía tabú, no ya para el Gobierno, sino también para los partidos de la oposición que recurrían a circunloquios tipo “su entorno familiar más próximo” y otras expresiones sinónimas.
La presunta mujer de Pedro Sánchez, me van a disculpar si cada vez que me refiera a Begoña Gómez le antepongo el calificativo en plan cláusula de precaución.
La de Sánchez ha acumulado mucha presunción durante este tiempo, transitando por hechos que no habían conocido las mujeres de ninguno de los presidentes que hemos tenido en democracia. En rigor, tampoco las esposas de los mandantes en la época anterior. Siempre se ha presentado como ‘licenciada en Marketing’, titulación no convalidable. Ya sabemos que su marido se presenta como doctor en Economía, aunque su tesis fue un trabajo de los negros que se la plagiaron. Esto no lo digo en su desdoro. Muy al contrario las ansias de esta pareja por exhibir titulaciones que en realidad no tienen o han obtenido cum fraude, revela que ambos tienen un concepto muy positivo de la enseñanza superior. Por hacer un breve resumen: accede a una cátedra sin titulación, diseñada para ella por un tal Barrabés que es miembro del claustro de profesores, que fue elogiado en acto público en 2021 por Pedro Sánchez. Ella firma una carta de recomendación en su favor, bueno, una declaración de interés, y él consigue unos 18 millones en contratos con varios ministerios.
Y ahora resulta que el juez Juan Carlos Peinado ha citado a declarar a Begoña Gómez como imputada (o investigada, ahora sí que si) en la antevíspera de San Fermín. Ahora sigue la cacería del juez Peinado a cargo de un Gobierno, que achaca la decisión del juez “a la campaña de fango de la derecha y la ultraderecha, del PP y de Vox”. Siempre han actuado igual. ¿Recuerdan al juez Marino Barbero? Fue el instructor de Filesa, el primer caso de corrupción del PSOE. “Está loco”, repetían con insistencia. Soy testigo. Yo estaba allí entonces y me lo creí. Pasó tiempo y supe quién era el juez Barbero, que no pudo entrar en la judicatura en 1962 por no jurar los principios del Movimiento, que entró en la Universidad en 1963 con un trabajo contra la pena de muerte en el año en que se había ejecutado al comunista Grimau y a los anarquistas Delgado Martínez y Granado Gata. Entró en la judicatura en 1986. De él escribió Rodríguez Ibarra: “quiere hacer política sin presentarse a las elecciones, dictando sentencias, abriendo y cerrando sumarios, al igual quehace ETA, que quiere participar en la vida política poniendo bombas”.