- Los ciudadanos solo rechazan a quienes no tienen las mismas obligaciones que ellos, sean de Cuenca o de Ghana
Iñaki Williams es un buen jugador de fútbol y ha hecho historia por ser el primer negro que alcanza la capitanía del Athletic de Bilbao, un club muy inclusivo con una única excepción: no ficha jugadores españoles que no sean vascos, aunque a los vascos no los considera del todo españoles.
Aunque a Williams no le llega la capitanía por ser negro, sino por ser un magnífico pelotero y llevar en el equipo más tiempo que el resto, es una buena noticia que un negro, un joven, un viejo, una mujer o cualquiera llegue a un lugar al que otros como él no habían llegado: siempre es un indicio de una saludable evolución social y, también, una prueba de las dificultades previas que sufrían. Olé, pues.
Iñaki lo ha resaltado a su manera, que es la de un futbolista, al que no se le deben pedir sesudos análisis, como no se le pueden pedir a un filólogo que marque goles de cabeza y se vaya por la banda como nadie, lo que también ofrece una moraleja: hay que agradecer que todo el mundo se pronuncie como estime, pero darle la importancia que tiene, se llame Williams o Bardem, que son estupendos en lo suyo y molientes en lo demás.
Así que tampoco nos ponemos estupendos por la reflexión del susodicho, según la cual él representa a todos los inmigrantes que llegan a España; demuestra que todos ellos vienen a trabajar y, además, con ambas premisas inciertas se debe tapar la boca a la «ultraderecha».
La traducción de su epifanía es, pues, que España o una parte de España es racista y que, quienes votan cosas calificadas de «ultraderecha» por Pedro Sánchez y sus corifeos, no soportan a los inmigrantes como él, que a su entender son todos, aunque quizá no tan célebres ni exitosos en lo suyo.
Y es ahí donde sí es obligatoria una respuesta: si en la denuncia de un problema se opta por la generalización, se entrega a un grupo virtudes globales excelsas y a otros defectos congénitos perversos, la tesis final produce espanto y no puede quedar en el aire, flotando y extendiéndose a lo tonto.
España no recela de los inmigrantes, lo hace de la inmigración masiva irregular y de los efectos que tiene: para la sociedad de acogida, desde luego, y para quienes llegan de esa manera, condenados en muchos casos a una inhumana marginalidad que potencia la deriva delincuencial de los peores.
Hay idiotas racistas a tiempo parcial, en los campos de fútbol y en los bares, pero España es una sociedad de acogida porque lo fue de salida, con millones de españoles emigrando por Europa y América, donde dejaron una huella imborrable de humildad, esfuerzo y contribución en los países de destino y de prosperidad en el suyo: nadie habla mal de ellos en Alemania, Francia o Suiza, donde se integraron lo mejor que pudieron, aceptaron las normas y leyes y no dejaron de ser ellos mismos sin ser también un poco de sus hogares efímeros.
A lo que teme el español es a lo mismo que teme Williams, aunque no lo diga o incluso no lo sepa: a que un alud migratorio incontrolado desborde la capacidad de acogida regulada y organizada que tiene una sociedad, agote en vano recursos públicos y añada conflictividad a la ya existente, un efecto inevitable de políticas migratorias como la del «progresista» Sánchez, consistente en dejar entrar a miles de cayucos, meter a la gente en malas condiciones en Canarias y después trasladarla a lo loco a la península, para estabularla en campamentos infames sin otra ocupación que pasear y finalmente marcharse.
También teme que no se imponga, por razones estúpidas, el código de valores, principios legales y costumbres que han hecho de España, y de Europa, el mejor espacio de derechos y obligaciones alumbrado por la humanidad; cuya defensa no debería dar pudor a nadie con dos dedos de frente. No es un yugo castrante, sino una invitación al progreso que debería ser innegociable.
El propio Williams y su entrañable familia, empezando por su hermano, son la mejor prueba de que todo funciona si se ponen las condiciones oportunas. Solo nos molesta quien no cumple lo mismo que al resto se le impone: sea negro, blanco, mediopensionista, español, africano, de la extrema derecha o extremo derecho. Y ahora, aúpa Athletic y tal.