José María Carrascal, ABC, 16/3/12
CIU ha emprendido una huida hacia delante, pero la situación ha cambiado en España y en el mundo
YA sé que pedir congruencia al nacionalismo es todavía más iluso que pedir peras al olmo. Pero todo tiene su límite, y lo que están escenificando los nacionalistas catalanes los últimos días empieza a parecer teatro del absurdo, aunque los tiempos estén para cualquier cosa menos para frivolidades y gansadas. Sobre todo en nuestro país, donde ya hemos tenido bastantes con las de Zapatero y el Tripartito catalán.
Por lo pronto, han desempolvado aquello tan viejo de «Cataluña no recibe del Estado lo que le da». ¡Naturalmente! Y deberían de alegrarse de ello, pues significa que Cataluña es más rica que la mayoría de las comunidades del Estado español. Ésta es, precisamente, la base de la fiscalidad democrática y social, en virtud de la cual, suponemos, el Sr. Mas paga más impuestos que su chofer. Los que más tienen pagan más, porque como los que tienen más pretendan ser reembolsados por lo que aportan a las arcas públicas, esto no sería el Estado social. Sería la vuelta a la sociedad preindustrial e incluso al feudalismo.
Pero montado en esa falacia, el nacionalismo catalán ha emprendido una alocada huida hacia delante, que le ha hecho arrinconar aún más de lo que estaba el español en sus centros de enseñanza, emprender una ofensiva en toda la regla contra la bandera nacional en sus instituciones, alentar la insumisión fiscal tanto de los ayuntamientos como de los particulares e intentar colarnos los referendos independentistas prohibidos por ley como «consultas populares», que vendrían a ser lo mismo con otro nombre. Fraude de ley, por tanto.
No sé si el nacionalismo catalán se da cuenta de que ha dado de sí todo lo que podía dar y de que la globalización, junto a la crisis, le deja cada vez menos espacio para desarrollarse, o de que, sencillamente, su propia dinámica interna le impide pararse y adaptarse a las nuevas circunstancias que rigen hoy no sólo en España, sino también en el mundo.
Lo que sí sé es que 2012 no es 1996, cuando un Aznar que había ganado las elecciones por los pelos y Occidente vivía la era de las vacas gordas, en la que podía permitirse todos los lujos, incluidos los nacionalismos excluyentes. Aparte de que Rajoy es bastante distinto de Aznar, no les necesita para gobernar. Si le apoyan en sus medidas, estará encantado. Pero si no le apoyan o le exigen un precio desorbitado, seguirá adelante con ellas, como ya ha advertido a la izquierda y a los sindicatos. Dicho de forma más ruda: el chantaje se ha acabado.
Y hay otra cosa, todavía más importante: entre quienes más van a beneficiarse de las medidas de Rajoy van a estar los catalanes. Si Mas y Durán-lleida quieren convencerse de ello no tienen más que preguntar a sus empresarios.
José María Carrascal, ABC, 16/3/12