KEPA AULESTIA-EL CORREO

El gran susto no duró el jueves ni un minuto, entre el anuncio de Meritxell Batet de que el decreto ley de reforma laboral había sido rechazado por el Congreso y la corrección posterior con su convalidación. Tiempo suficiente para que los promotores más o menos entusiastas del cambio legislativo que se sentaban en el hemiciclo pensasen en cómo sacudirse el fiasco, o para que los diputados y diputadas del independentismo y el nacionalismo gobernante -ERC y PNV- hiciesen lo propio, mientras en el PP y en Vox enloquecían agradeciendo el detalle a los de UPN. Pasado el susto nadie se hará cargo de que la reforma laboral estuvo a punto de zozobrar, y que salió adelante por el despiste de un parlamentario.

La autocrítica está prohibida en política porque se supone que es una manifestación de debilidad que los electores no aprecian ni por compasión. A lo sumo se reconoce la vaga posibilidad de haber cometido errores, sin precisar nunca cuáles. El susto fue tan grande que el alivio posterior lo cura todo y sustituye la arrogancia por la ingenuidad. En el caso de la reforma laboral, ha dado paso a la consideración de que hubiese convenido trabajar los apoyos parlamentarios en paralelo a los avances en la mesa del diálogo social. Consideración sometida a su vez a la descripción del momento político como una encrucijada para el Gobierno entre el bloque de investidura o aventurarse a la búsqueda de alianzas circunstanciales, diversas y variables.

La realidad era y sigue siendo muy otra. Si la Moncloa y la Vicepresidencia segunda se hubiesen esmerado en acompasar el diálogo social con una negociación parlamentaria, brindando una propuesta ideada para recoger más y más vindicaciones, es muy probable que no hubiera salido nada en limpio o a tiempo. Si acaso habría dado lugar a una mayoría parlamentaria integrada únicamente por el bloque de investidura pero sin acuerdo entre las partes sociales. Una escora arriesgada ante un largo período electoral y el comportamiento siempre incierto de la economía y el empleo. El bloque de investidura al que Unidas Podemos querría restringir todo lo que haga el Gobierno es un cercado demasiado estrecho para el PSOE, aunque éste no tenga muchas oportunidades fuera de él dada la polarización partidaria a la que tampoco es ajeno. O acaso es el propio PSOE el que tiende a encerrarse en sí mismo.

El exceso de confianza lleva a pretenderlo todo en cada jugada. El PP fuera de la ecuación. ERC y PNV prescindibles por una vez. Ciudadanos y el PDeCAT como apoyos sin coste. UPN para ampliar perspectivas en Navarra. Y de paso Yolanda Díaz devuelta a su sitio. Claro que los demás actores han incurrido en ese mismo exceso ante la jugada del jueves. El PNV con un ‘no’ gratuito a la espera de ensanchar espacios. EH Bildu tratando de hacerse imprescindible en la próxima investidura. ERC esperando cerrar el paso a En Comú. En la seguridad de que al final el PP de Casado, con Vox detrás, hace a todos los demás buenos. Para qué corregirse.