ALBERTO AYALA-EL CORREO
 
Hace ya mucho tiempo que, personalmente, perdí casi todas las esperanzas de que la izquierda abertzale diera el gran paso adelante que la inmensa mayoría de la sociedad vasca espera y condene sin subterfugios la violencia ejercida durante casi cinco décadas por la organización terrorista ETA. Exactamente desde que el hoy europarlamentario de EH Bildu, Pernando Barrena, aseguró rotundo y convincente que el mundo radical «jamás abjurará de su pasado».

Pues bien, dejando a un lado mi descreimiento, supongo que buena parte de quienes todavía aguardaban a que se produjera el milagro, por ejemplo en la ponencia parlamentaria de Memoria, que se halla en punto muerto desde hace meses, habrán arrojado la toalla tras escuchar el jueves las hirientes, aunque clarificadoras, manifestaciones de Arkaitz Rodríguez en Radio Euskadi.

El secretario general de Sortu, la organización heredera de las marcas que ejercieron durante décadas como brazo político de los terroristas de ETA, no pudo ser más claro. «Hay un intento por hacer creer que los militantes de ETA han sido meros delincuentes o terroristas. Con independencia de lo que se piense de ETA, de su acción armada o de la propia existencia de ETA, es evidente que eso es una falsedad», lanzó.

Rodríguez no quiso quedarse ahí. «Será la sociedad vasca la que tendrá que determinar, por ejemplo, si ‘Josu Ternera’ es malo». Y agregó, entre otras ‘lindezas’ dialécticas, que «no es aceptable que se trate de imponer un relato de buenos y malos, de vencedores y vencidos». Pura basura, pura indecencia política.

¿A partir de aquí, qué? Lo primero, dar por clausurados los trabajos en el grupo parlamentario creado al efecto con una declaración en la que el resto de las formaciones notifique oficialmente a la ciudadanía vasca que no hay puntos de encuentro posible sobre los que cimentar una convivencia sana porque quienes jalearon a los asesinos lo siguen haciendo en cuanto tienen ocasión con medidas palabras para evitar problemas legales.

Lo segundo, volcarse todavía más en la batalla del relato para que nadie se llame a engaño sobre lo vivido durante casi medio siglo: el intento de un segmento minoritario de nuestra sociedad de imponer su proyecto político mediante el tiro en la nuca, las bombas, la extorsión y la persecución ideológica.

Lo anterior exige una actuación sin dobleces del Gobierno vasco. Que las palabras del lehendakari Urkullu, casi siempre tan oportunas como acertadas, se vean acompañadas por los hechos de la Secretaría de Paz y Convivencia de Jonan Fernández. El jefe del Ejecutivo vasco es tan responsable de las actuaciones de la oficina de Fernández como él mismo en tanto lo mantenga en el cargo.

A la luz de los hechos, ¿qué pinta Eusko Alkartasuna en EH Bildu? ¿Vale compartir militancia por la independencia con cualquiera y a cualquier precio? ¿Vale seguir marchando de la mano a diario con quienes todavía reciben en la calle como a héroes a los asesinos de ETA, aunque se tenga una intachable trayectoria de defensa de la paz y de condena de la violencia como la formación del exlehendakari Garaikoetxea, hoy prácticamente fagocitada por los herederos de Batasuna?

En cuanto al resto de los partidos, con el PNV al frente, ellos sabrán cómo actuar en adelante con quienes han tenido la oportunidad de ser uno más en el club de la democracia y la han despreciado con su negativa a llamar asesinos a los asesinos y por acoger como patriotas a quienes no son sino delincuentes, fueran cuales fueren sus objetivos políticos.

Ni ponerse la venda ni recurrir a subterfugios ayudará al objetivo de lograr una convivencia sana y democrática. Sin zonas oscuras y menos aún sin memoria.