Miquel Giménez-Vozpópuli

Los separatistas siempre han negado la ley común, la Constitución. Han dicho por activa y por pasiva que a ellos la ley española les daba igual, que estaba permitido saltársela, es más, que era obligatorio para todo buen catalán ignorarla menospreciarla, combatirla. Los podemitas, singularmente Ada Colau, decían que pensaban saltarse la ley tantas veces como hiciese falta porque estaba redactada para y por los poderosos. Cuando la barbarie golpeó la plaza de Urquinaona, la actual presidenta del parlamento catalán, Laura Borrás, declaró que no consideraba violencia quemar un contenedor. Han sido años y años de insultar gratuitamente a jueces, policías, legislación, orden social. Han sido décadas en las que se ha inculcado a la gente, especialmente a los más jóvenes, que tenían derecho a todo sin tener más que lanzarse a la calle y exigirlo. Habría helado de postre todos los jueves, aseguraban, con la independencia. Bien, los resultados ahí los tienen. Cuarenta mil salvajes se agolpan en la calle y asolan todo a su paso. Cuarenta mil jóvenes destrozan edificios públicos, coches de la policía, queman árboles, incendian contenedores, sí, Borrás, contenedores, y llegan incluso a robarle el chaleco a miembros de la Guardia Urbana barcelonesa. Hay lesionados, detenidos, perjudicados, miles de euros en destrozos y la imagen de una Barcelona distópica que separatistas y comunistas han hecho caer a lo más bajo en la que nadie querrá venir a instalar su negocio. Todo eso, hay que decirlo, con la anuencia de Collboni y los socialistas que, con tal de tener un sueldo público sin trabajar demasiado, ya están contentos.

La clase media en Cataluña ha decidido hacerse el hara-kiri de tan moderna y progre que ha querido ser. Ahora, que se vayan a llorar a la llorería

Es la Barcelona de los narcopisos en los que vecinos honrados han de convivir con camellos chulos que amenazan con rajarles el cuello si los denuncian, de ladrones que roban cadenas a ancianas, de depredadores sexuales en manada, de okupas que tienen más derechos que los legítimos propietarios, de las calles llenas de mierda, con perdón, una Barcelona en la que las fuerzas de seguridad están con las manos atadas, en las que cortar el tráfico ilegalmente o manifestarse de forma violenta goza de la vista gorda de las autoridades siempre que seas de los CDR o similar. Es una ciudad sin ley, perdón, rectifico, con la ley del crimen imperante mientras quienes deberían combatirlo lo premian y lo subvencionan. Recuerdo cuando la ex concejal de mi distrito, Ciutat Vella, se maravillaba al final de su mandato acerca de lo útil que podía ser la policía en según qué ocasiones. Terrible. O a Colau defendiendo a Rodrigo Lanza, asesino convicto y ex mito de Podemos. Porque los comunistas admiran al violento y ahí tienen a varios de sus dirigentes imputados en causas que tienen como origen la agresión. A los separatistas les ocurre otro tanto. Pasean a terroristas alabándolos y diciendo que son la gran reserva del independentismo, glorifican a ETA, a Otegui y el mismo Puigdemont tiene como abogado de cabecera a uno de ellos, Boye. ¿Qué esperábamos que inspirasen? ¿Paz y amor? ¿De verdad los que votan a esta harka se creyeron lo de la revolución de las sonrisas? ¿Tanto iluso hay, tanta amputación intelectual, tanta capacidad de querer ser engañado? Debemos concluir con la dura realidad: la clase media en Cataluña ha decidido hacerse el hara-kiri de tan moderna y progre que ha querido ser. Ahora, que se vayan a llorar a la llorería si les queman el coche, la moto, la tienda o su glorioso culo.

Los del otro día son fieles intérpretes de lo que ha estado repitiendo desde la generalidad, desde el ayuntamiento, desde el parlamento catalán. Todo vale, sois los dueños. El mañana nos pertenece, decían los nazis y esta horda se lo ha creído. No les mueve ninguna idea política. Ni siquiera se encuentran entre ellos los agitadores profesionales a los que estamos acostumbrados. Lo que se materializa en nuestras calles, no tan solo las de la capital catalana, es el nihilismo de una generación que ha crecido asumiendo el mantra de que la propiedad es un robo, siempre que no sea la suya, y de que la policía es fascista, siempre que no la necesiten. Es el principal peligro de esta sociedad, que no tiene músculo democrático para ordenar a la policía que cargue contra la turba. Por eso les ha molestado siempre Albiol, por defender la ley y el orden. Por eso les molesta la gente de bien. Porque ellos no lo son.

Hay quien dice que esto no tiene remedio. Existe una posibilidad: que la gente elija gobernantes con un mínimo de respeto por la gente. No les negaré que esa posibilidad es muy pequeña. Aquí, con decir que la culpa la tiene España, lo tienen todo solucionado.