Luisa Etxenike, EL PAÍS, 1/10/12
Forma parte cada vez más de nuestra experiencia y/o expectativa el estar on line,conectados, en interrelación permanente con personas e informaciones en red, lo que presenta sin duda inconvenientes —como la tentación crecida de distraerse—, pero tiene la impagable ventaja de acercarnos al/el mundo, esto es, de liberarnos del peso y los determinismos de nuestra ubicación geográfica. Hasta hace muy poco tiempo, acceder a prensa extranjera, seguir la vida cultural de otro país o entablar amistad con personas de fuera requería desplazarse, lo que no estaba obviamente al alcance de todos. Hoy, gracias a Internet, vivimos, en un sentido literal, en el mundo. Y la relación que con el mundo mantengamos, superficial o profunda, está también en nuestras manos. Como lo está el poder “personalizar” nuestra navegación, el liberarla de programas y configuraciones predeterminados. Internet nos ha acostumbrado también a estar al día en las actualizaciones, a desear las últimas versiones de todo y un acceso fácil a manuales de instrucciones y tutoriales.
Estar on line ha cambiado nuestra percepción del mundo y de las cosas. Y creo que ese cambio debe reflejarse en el enfoque e interpretación de cualquier asunto de la actualidad. Por ejemplo, ahora mismo, del planteamiento de independencia de Cataluña. Lo primero que se percibe es que este proyecto viene sin las adecuadas instrucciones o tutorial. No incluye el plano detallado de la posición de una Cataluña independiente en el mundo (¿se puede garantizar su permanencia en Europa y el euro?) Tampoco una contabilidad seria de la secesión ni en lo material ni, desde luego, en lo inmaterial (los previsibles y costosos desgarros íntimos). Le faltan, en fin, datos imprescindibles para poder decidir en libertad sobre esa independencia. La versión del programa tampoco está actualizada; se aparta abiertamente de la tendencia de última generación que es a agrupar (¿a estas alturas nuevas fronteras?). Incluso Europa se ha dado cuenta de que no necesita más países sino menos, y hacia allí intenta avanzar. Lo está haciendo a trompicones, pero se mueve en la línea de una mayor unidad política.
Pero donde creo que el proyecto de Artur Mas está más off line es en el ámbito de una identidad anclada en la clásica configuración territorio-sociológico-cultural. Cuando la percepción contemporánea invita a trascender estos límites predeterminados, a “personalizar” la barra de tareas de la identidad; a concebirla como la pertenencia no a un lugar, sino a un sistema de valores, principios, compromisos. A la geografía moral, por ejemplo, de un modelo político y social solidario, distinto pues al que el Gobierno de la Generalitat está aplicando ahora en Cataluña. Y tal vez sea ése el único punto en que este planteamiento de independencia se parece a una experiencia en la red: en que invita a distraerse de y no a concentrarse en las verdaderas urgencias ciudadanas.
Luisa Etxenike, EL PAÍS, 1/10/12