Gabriel Sanz-Vozpópuli

  • Es patético ver al secesionismo encolerizado porque la Escolanía de Montserrat cante en castellano con nuestra artista catalana y española más internacional

Hace una década, al calor de la desestabilización política y la tensión social provocados por el entonces todopoderoso secesionismo catalán a cuenta del referéndum ilegal separatista con el que amenazaban, se habría generado una enorme ola de indignación viendo una campaña como la que los indepes le han montado a Rosalía, que, por lo visto, ha tenido la osadía de hacer cantar a la Escolanía de la Abadía de Montserrat en castellano para una de las canciones de su último álbum, Lux.

Hoy, simplemente, sus aspavientos mueven a la risa, si no a la pena. Ver la performance que le han montado en redes y en los medios de comunicación públicos catalanes por hacer uso de su derecho a expresarse en una de sus dos lenguas refleja mejor que nada la pérdida del sentido de la realidad que aqueja a una parte de esa sociedad y explica mejor que nada el surgimiento de un movimiento racista y xenófobo como Aliança Catalana en zonas once antes todo independentismo nos era vendido como un movimiento de justicia universal.

¿Habrían montado TV3 y las Julia Canet de ese aldeanismo cada vez más cerrado y autorreferencial el lío que le han montado contra nuestra cantante más internacional, a fuer de catalaña y española, si se hubiera empeñado en que los integrantes del prestigioso coro interpretaran con ella en inglés o francés para un álbum que ya está entre los 50 más escuchados del pop internacional? ¿A que no se habrían atrevido a protagonizar semejante disparate si sus integrantes le hicieran los coros en la lengua de Shakespeare -un suponer- a Taylor Swift?

¿Ofensa también contra la Sinfónica de Londres?

¿Alguien con dos dedos de frente puede creer, en serio, que la catalanidad de la abadía donde se fundó el catalanismo se pone en cuestión por aparecer su prestigioso coro en un disco cantando en otra lengua que no sea el catalán? ¿O es que el problema realmente surge cuando se trata del castellano? ¿También les parece mal a los hiperventilados que hace treinta y cinco años la muy catalana Montserrat Caballé y el líder de Queen Freddie Mercury cantarán en inglés al viento y a pleno pulmón aquel inolvidable Barcelona, himno de unos Juegos Olímpicos que pusieron a la Ciudad Condal y a Cataluña en el mapa como símbolo de modernidad al final del siglo XX?

«Hacer cantar a la Escolanía en castellano es una humillación a los catalanes y, por tanto, hacia ella misma», proclamaba la semana pasada desde la radio pública la joven Canet, al parecer muy influencer en su casa a la hora de comer, mientras otros a los micrófonos y los clic le hacían los coros en el despellejamiento a Rosalía por la afrenta… No quiero pensar -modo ironía on– el trauma que debe estar atravesando la sociedad británica viendo como uno de sus símbolos, la Orquesta Sinfónica de Londres, aparece en otra de las canciones del álbum Lux mientras la artista catalana plancha unas prendas… ¡Qué atentado al buen gusto y qué afrenta a los descendentes del almirante Nelson!

En serio, ¿No hay alguien en ese mundo que piense con la cabeza y se diga a sí mismo y a los demás en voz alta lo que cualquiera con un poco sentido de sentido común piensa desde hace tiempo: «¡Vamos a dejar de lloriquear y de hacer el ridículo victimista de una puñetera vez!»? El lloriqueo indepe, pasto de la crónica política hasta que culminaron los ocho segundos de independencia de Cataluña en octubre de 2017 -lo que tardó en borrarlo la Wikipedia- hoy es una caricatura de lo que fue; todo el movimiento y sus peformance están envejeciendo mal yen un entorno digital que si algo aborrece es el localismo exacerbado frente al universalismo que representa una artista inclasificable como Rosalía.

Del ridículo no se vuelve

Ya puede el president de la Generalitat, el socialista Salvador Illa, tomar nota de lo que ocurre en los medios públicos de comunicación bajo su responsabilidad (¿?) y cortar de raíz esa deriva irracional en instituciones que pagan todos los catalanes, hablen en el idioma que hablen, porque un ataque a Rosalía por uso indebido de la prestigiosa Escolanía de la Abadía de Montserrat genera más recochineo del que puede aguantar cualquier líderazgo de nuestro tiempo sin afrontar un serio desgaste, dentro y fuera de Cataluña.

Debería a este respecto acordarse Illa de lo que ya avisó un prestigioso antecesor suyo, por más señas president de la Generalitat en el exilio tras la Guerra Civil y el Franquismo, Josep Tarradellas, quien regresó en loor de multitudes un ya lejano día de 1977: «En política, del ridículo no se vuelve». Pues eso.