EL MUNDO 04/10/14
ENRIC GONZÁLEZ
LA CUESTIÓN catalana ha abierto una crisis. La situación es grave, y en eso existe, creo, un consenso general. No hace falta abundar en la posición extravagante de quien técnicamente asume el liderazgo del independentismo, Artur Mas: presidente de un partido enfangado en corrupción, fundado por un banquero tramposo y defraudador fiscal, en cuyo programa jamás ha figurado la aspiración a la independencia.
Dejemos de lado el bando, muy heterogéneo, del nacionalismo-referendismo-independentismo. Fijémonos en lo que hace y dice el bando de quien tiene de su lado la ley y, ciertamente, el sentido común: al menos a corto plazo, una ruptura entre Cataluña y el resto de España supondría la ruina de ambas, cosa que no parece demasiado apetecible. El unionismo, oficialmente encabezado por el Rey pero gestionado, como ordena la Constitución, por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, mantiene la política de dar carrete a los independentistas hasta que se cansen. Ha evitado hasta el momento imponer la ley para no crear víctimas que, según la tradición catalanista, se convertirían automáticamente en héroes. Rajoy debe saber, a diferencia de otros unionistas más inflamados, que la mayoría de la población catalana simpatiza con la alegre kermesse del llamado derecho a decidir, y prefiere no crear más bronca que la estrictamente necesaria, es decir, la que genera Montoro con sus absurdos recortes a la inversión en Cataluña.
Se echa en falta, en cualquier caso, un poco más de entusiasmo por la idea de España. Los unionistas británicos insistieron en lo mucho que ingleses y escoceses habían conseguido juntos durante 300 años. Dudo que a los españoles les apetezca recordar los desastres sufridos en los últimos tres siglos y eso deja como único argumento sensato lo logrado en las pasadas cuatro décadas. Ese éxito, la libertad y la prosperidad después de la enésima dictadura, es real. También es insuficiente. Hemos sido libres pero no iguales (Emilio Botín, desde luego, no lo era ante la ley), nos domina la oligocracia del Ibex, nos ahoga la corrupción ¿Y si, al margen de tácticas astutas e inmovilismo brezneviano, el unionismo empezara a hablar de futuro y de lo que falta aún por hacer? ¿No hay en este país un Gordon Brown? ¿No somos capaces de percibir que este proyecto de convivencia llamado España suscita una creciente indiferencia?