Tonia Etxarri-El Correo
Como si fueran dos mundos paralelos. En estos días de almíbar navideño en los que se entrecruzan los buenos deseos y los mensajes de los presidentes autonómicos, cohabitan la indiferencia política en las instituciones y la furia en las redes sociales. Acabamos de dejar un año caracterizado por la incertidumbre. Con un Gobierno provisional que desoye la reclamación de elecciones generales. Con un presidente que, temeroso de que los resultados electorales en Andalucía produzcan un efecto dominó en las generales, prefiere seguir dependiendo del apoyo de los secesionistas catalanes que son quienes están provocando más desestabilización en todo el país. Pero no pasa nada. Normalidad aparente. Indiferencia de salón.
Sánchez deja pasar el tiempo sin encontrar otra fórmula mágica para encauzar el problema de Cataluña que la que utilizó su antecesor Rajoy (diálogo dentro de la Constitución). Casado, Rivera y Abascal protestan. Pero la apariencia de normalidad camufla el bloqueo. El lehendakari Urkullu no ha podido presentar sus nuevos Presupuestos por falta de apoyo parlamentario pero habla del «deseo compartido de mejora». El respeto, la moderación y la confianza que predica se da de bruces con mensajes como los emitidos por la dirigente de Bildu, Miren Larrión, que se jactaba en las redes de haber entrado en política para «desalojar a Maroto del Ayuntamiento de Vitoria». Toda una declaración de principios. Porque el partido de Maroto fue, precisamente, el más votado. Pero a pocos creadores de opinión les choca ya las operaciones «desalojo» de espaldas a las urnas. Al contrario. Aplausos en las redes que es por donde transitan los desahogos emocionales.
De la cena del compadreo entre Andoni Ortuzar (PNV), Idoia Mendia (PSE) Arnaldo Otegi (Bildu) y Lander Martínez (Podemos) que provocó tanta indignación y la baja de militancia del socialista José María Múgica, ha sorprendido la falta de reacción de los afectados. Y los principales afectados no eran otros que Pedro Sánchez e Idoia Mendia. El primero no vio «elemento para la polémica». Esa huida hacia adelante, sin un gramo de autocrítica, sin preocupación por la baja de un histórico en sus filas, víctima de ETA, sentó peor que el manto de silencio extendido por Idoia Mendia. ¿No les preocupa el estado de desafección que se está detectando en quienes hasta ahora han seguido, lealmente, los movimientos del partido? Sostiene el senador Tontxu Rodriíguez que el compadreo culinario tan criticado fue una forma de dar «normalidad» a la política. Año nuevo, mantra viejo. La normalidad como sinónimo de la banalidad del mal.
Maite Pagazaurtundua agradece las reflexiones críticas del expresidente de Extremadura, Juan Carlos Ybarra, porque se le había encogido el estómago, dijo, al ver la foto de Otegi y Mendia. Lo que más indignó de esa imagen fue el compadreo. No era una reunión de las muchas mantenidas estos años entre los demócratas y la izquierda abertzale. Se trataba de una complicidad al pil pil. Otegi quiso defenderse colgando una foto de una reunión en la que participaban Txomin Ziluaga y Jaime Mayor. Y se le respondió que la comparación no servía. Porque el desaparecido dirigente de la izquierda abertzale no estuvo en un comando de ETA, como fue su caso. Y sin arrepentirse. En ese momento político seguimos. Desparecido el terrorismo, la izquierda abertzale sigue sin deslegitimar la violencia de ETA. Quiere blanquear su historia. El PNV le está ayudando. A muchos socialistas les indigna. Pero como oficialmente todo es normal, se refugian en Twiter. Es lo que hay.