EL MUNDO 10/07/13
JOSEBA ARREGI
· El autor mantiene que la crisis no es sólo un problema económico porque también afecta al modelo de sociedad
· Considera que nunca se tendrá una oportunidad como ésta para realizar una reforma profunda del Estado
La crisis que afecta a España, que comenzó siendo una crisis económico-financiera y ha llegado a ser una crisis de las instituciones políticas, es lo más parecido que puede haber a una crisis sistémica, a una crisis en la que el sistema en su conjunto muestra todas sus debilidades. Esta crisis comenzó produciendo indignados, pero puede acabar, y ojalá así sea, produciendo asustados.
Si hubiera que establecer una diferencia entre los indignados y los asustados ésta sería la siguiente: el indignado, siendo parte del sistema, no cree que él tenga responsabilidad alguna en la crisis y culpa a otros, especialmente los políticos y los banqueros, de la crisis que le afecta. El asustado, sin embargo, termina viendo que la crisis es del conjunto del sistema, que él no escapa de la responsabilidad, pues es parte del sistema y no puede aperarse de él, y por eso está asustado, porque ve que la salida no es fácil, pues si bien es necesario nombrar individualmente y grupalmente a los responsables más directos de la crisis, no cree que con ello termine la labor de depuración, sino que cree que ésta debe alcanzar a todos los ciudadanos.
Lo más llamativo de la crisis española es que, aun afirmando que es una crisis que afecta al conjunto del sistema, quienes opinan en público sobre ella lo hacen colocándose a sí mismos fuera del sistema, como si no estuvieran afectados por los problemas que aquejan al sistema, y fijan su atención en otros actores para cargar sobre ellos toda la responsabilidad. O al menos la más importante y la más grave.
Parece que existe cierto consenso en afirmar que la crisis, en sus aspectos económico-financieros, está en relación con la burbuja inmobiliaria y constructiva: España, con algo más de 40 millones de habitantes, estaba construyendo entre 700.000 y 800.000 viviendas anuales, mientras que la Gran Bretaña por ejemplo, y en los mismos años, construía alrededor de 250.000 viviendas con más de 60 millones de habitantes. Y eso sucedía año va y año viene. Eran los tiempos en los que el número de trabajadores se acercó, e incluso llegó, a los 20 millones. Pero incluían a, con permiso, trabajadores burbuja, que cobraban sueldos burbuja, que pagaban IRPFs burbuja, IVAs burbuja, lo cual permitía presupuestos burbuja con poco o ningún déficit.
Las Cajas de Ahorro y los bancos ofrecían créditos por más del valor del piso hipotecado, pero los compradores creían que se lo podían permitir, puesto que el bajo coste del dinero y la inflación hacían razonable, o eso creían, endeudarse por encima de lo que sus sueldos permitían hacerlo. Las Cajas de Ahorro se lanzaron a capitalizarse emitiendo y colocando preferentes, y muchos ciudadanos vieron la forma de acceso a una rentabilidad que de otra manera el dinero barato no ofrecía. Muchas firmas crecieron apalancadas por la misma razón: el dinero barato.
Pero el dinero era barato hasta que se encareció, aunque fuera por distintas razones, la principal el monto que la deuda española adquirió en su conjunto, la pública y la privada, y la desconfianza que surgía sobre la capacidad de devolución de tan alta deuda. Y empezaron los problemas. Y empezó la búsqueda de culpables: los políticos y los banqueros, más algunas instituciones, gobiernos y políticos extranjeros. Pero nadie que no perteneciera a esos grupos tenía nada que reprocharse a sí mismo.
Es cierto: los políticos dejan mucho que desear. Pero también los profesores de universidad. También los demás profesionales de la enseñanza. Trabajamos menos, pero costamos tanto o más que la media europea. Pero la culpa es del ministro de turno. Queremos una economía basada en el conocimiento, pero no queremos que las becas tengan nada que ver con la disposición y la capacidad de adquirirlo.
Y los periodistas creen también estar fuera del sistema, y desde ese exterior poder ser los más críticos con los responsables de la economía y desde luego con los políticos, cuando a uno se le cae la cara de vergüenza escuchando a muchos tertulianos y leyendo muchas cosas que se escriben, en asuntos que se refieren a España y en cuestiones que se refieren a otros países europeos: la ignorancia y la desfachatez campan por sus respetos. No se hace ningún esfuerzo por diferenciar entre lo penalmente imputable y lo que puede ser criticado desde la responsabilidad política. Bien es cierto que los políticos son los que han introducido esa maldita costumbre de no asumir ninguna responsabilidad hasta no ser imputados o hasta que se abra juicio oral, confundiendo fatídicamente responsabilidad política y responsabilidad penal. Pero los periodistas les siguen en la misma confusión.
La izquierda culpa a la derecha, la derecha a la izquierda, y ambas al Gobierno. Y todos dan la sensación de que no quieren que las medidas que adopta el Gobierno, por supuesto criticables cuando hay argumentos, den fruto alguno, pues se les acaba la bicoca de poder echar la culpa a alguien. Pero pudiera suceder que realmente se esté saliendo de la crisis pero no hayamos arreglado nada de lo que la crisis nos había dado la oportunidad de acometer: una transformación del sistema, enfermo por el dinero fácil, por el rápido enriquecimiento, por creernos más ricos de lo que éramos y de que nos podíamos permitir lo que sólo era posible gracias a la burbuja.
Hemos caído en el desprecio del trabajo, de la austeridad, de la meritocracia, en la fe en igualdades por abajo, en la destrucción de cualquier sistema de calidad, de elitismo –¿alguien habrá leído en este país a Ortega y Gasset y su Rebelión de las masas?–, hemos destrozado la cultura televisiva, vivimos de quitar la piel a los demás, porque al parecer es lo único que vende. Alguien ha hablado de falta de autoridad intelectual, pero ¿como va a haber autoridad intelectual si la aplicación del plan de Bolonia a la Universidad española es una de las mayores estafas que se está haciendo a la sociedad española porque los rectores sólo han defendido los intereses corporativos de los profesores?
PERO LO más grave es que nadie habla de esto, ni se atreve a decir que tenemos ciertamente a la juventud con más títulos de la historia, pero desde luego no necesariamente la mejor formada, que salir a trabajar al extranjero no es ningún desdoro, ni deshonra alguna, sino enriquecimiento para el futuro personal y de la sociedad en su conjunto. Hemos formado lo que la sociedad no necesitaba, más de los que necesitaba, y probablemente faltan los que realmente necesita. Y en ello hemos participado todos: quienes han planificado desde la política, los empresarios que tampoco son dados a decir lo que creen y saben que es la verdad desde su perspectiva, ni los ciudadanos que nos hemos creído lo que sólo era una burbuja.
Ni se va a reformar en serio la estructura del poder territorial en España, porque a unos el mentar la palabra federalismo les produce urticaria sin saber realmente en qué consiste el federalismo –una mejor unión, que decían los federalistas americanos–, otros porque utilizan el federalismo para esconder cualquier otra cosa, cualquier tipo de asimetría o la confederación que es la destrucción del estado para algo imposible, aplacar a los nacionalismos. Las primarias en los partidos se venden como recetas milagrosas, cuando en EEUU, junto con el gerrymandering de los distritos electorales, son las culpables de la radicalización divisiva de la política americana. Se habla de listas abiertas, sin tener en cuenta que, en Brasil por ejemplo, han conducido a la etnificación. Política y corrupción dineraria van de la mano en la opinión pública creada por los medios, pero la peor corrupción es la de no pensar para no decir cosas inconvenientes y no perder la oportunidad de seguir siendo colocado en algún puesto, para seguir no pensando, ni criticando nada.
El liberalismo se ha convertido en dos dogmas: bajar los impuestos y recentralizar las competencias. El socialismo se ha convertido en no exigir nada a nadie, más que a los más ricos, pues quitándoles a ellos se arregla todo, hasta que los que no saben sepan, y los que no pueden puedan, lo que sea. Y la democracia se ha convertido en escuchar a la calle, no en estudiar, no en profundizar en los temas, no en desarrollar espíritu crítico. No. Como decía un profesor que conocí: para resolver los problemas de la industria no hace falta saber economía, sólo es necesario ir de chiquitos. Y nos quedamos tan anchos.
La crisis económico-financiera pasará, pero no estoy nada seguro de que vuelva a presentársenos una nueva oportunidad para hacer lo que hemos dejado de hacer esta vez.