Indignidad es liberar a Bolinaga

Isabel San Sebastián, ABC, 3/9/12

El miedo que mueve al Ejecutivo a conceder el tercer grado a este malnacido torturador no es hoy de índole física, sino política

Osea, que a decir del juez Castro y del Ministerio del Interior España estaría faltando a sus deberes democráticos y al respeto que merece la inalienable dignidad de las personas si el terrorista Bolinaga muriese en prisión. ¡Interesante! Una nación que lleva cuarenta años soportando el azote del terrorismo etarra, millares de crímenes perpetrados a sangre fría, sin mostrar la determinación necesaria para derrotar a esa banda de frente y con la ley en la mano, obviando atajos inconfesables o «procesos de paz» claudicantes, pondría en tela de juicio su integridad moral al garantizar el cumplimiento de una pena de prisión firme, dictada con todas las garantías, contra un asesino irredento. ¡Curioso! Un Estado que se llama «de Derecho» y convive tranquilamente con más de 300 atentados todavía por esclarecer; es decir, impunes, se rasga las vestiduras por un delincuente con graves delitos de sangre, aquejado de cáncer, cuya eventual muerte en la cárcel supondría, dicen los bienpensantes, una vulneración de los principios que han de guiar nuestra conducta. ¡Aberrante!

Digámoslo claramente: Lo que está haciendo el Gobierno de Rajoy en todo lo referente a ETA es exactamente lo contrario de lo que esperaban sus votantes. Lo contrario de lo que dio a entender que haría. Un suma y sigue de la política acomplejada puesta en marcha por Zapatero, que solo halla explicación a la luz de acuerdos inconfesables suscritos sin luz ni taquígrafos a tres bandas (nunca mejor dicho), o bien en base a una ignorancia supina muy difícil de concebir en alguien que llevó la cartera de Interior siendo Aznar presidente. Sea como fuere, desde el miedo. ¿Miedo a qué? Ésa es la cuestión.

Si, como no se cansan de repetir fuentes oficiales, la banda terrorista está acabada, no se justifica el temor a un rebrotar de la violencia susceptible de amenazar la estabilidad del sistema. Matar a una persona es fácil, pero derribar las convicciones de una sociedad cohesionada en torno a unos ideales resulta mucho más complejo, tal como demostró el brutal asesinato de Miguel Ángel Blanco. Desde entonces, desgraciadamente, las tornas han cambiado radicalmente, a falta de líderes capaces de encauzar el ansia de justicia y libertad que alienta en la inmensa mayoría de los españoles. Y así nos va.

El miedo que mueve al Ejecutivo a conceder el tercer grado penitenciario a este malnacido torturador de Ortega Lara no es hoy de índole física, sino política. Miedo a que se sepa la verdad de lo sucedido durante la segunda legislatura de Zapatero, cuando el PP abandonó las manifestaciones de víctimas y Federico Trillo empezó a frecuentar la compañía de Alfredo Pérez Rubalcaba, omitiendo hacer partícipe a su electorado del giro copernicano que había dado a su programa en ese capítulo. Miedo a que el diario El País, máximo valedor mediático de este enjuague negociador, censure en su portada la ruptura de la «unidad de las fuerzas democráticas», entendiendo por tal la sumisión de los populares a los socialistas. Miedo e indiferencia con respecto a las víctimas, su humillación y su dolor.

Lo que no alcanzo a comprender es qué esperan conseguir los de Rajoy con esta infamia. ETA moverá ficha, por supuesto, dado que esto es una partida de ajedrez en la que cada jugador tiene su turno, pero no lo hará en beneficio de Basagoiti, convidado de piedra en un romance cuyos protagonistas vascos son Patxi López y Arnaldo Otegi, Díez Usabiaga o Josu Ternera, según se mire. Aquí el PP sólo juega a perder, empezando por el respaldo de mucha gente de bien.


Isabel San Sebastián, ABC, 3/9/12