JAVIER ZARZALEJOS-El Correo

  • Las medidas de gracia y la mesa de diálogo son la inversión de Sánchez para que Cataluña vuelva a ser el granero de votos decisivo en las elecciones

Si la vida te da limones, haz limonada». Y Pedro Sánchez se ha puesto a ello. Por decisión propia y por sus graves errores, el presidente se ha quedado sin salida hacia el centro. El fracaso de la moción de censura en Murcia, la implosión de Ciudadanos, la sonora derrota en Madrid y los límites insuperables de su sectarismo polarizador le han dejado encajonado sin retorno y a merced de la coalición radical de izquierda populista e independentismo.

Como a estas alturas ya sabe que las próximas elecciones generales, si quiere ganarlas, no las va a ganar en el centro, ha hecho una apuesta temeraria por cultivar el extremismo izquierdista e independentista que se ha asentado en Cataluña. Los indultos y la mesa de negociación son la inversión de Sánchez en la esperanza de que Cataluña vuelva a ser el granero de votos decisivo en una futura confrontación electoral que puede estar mucho más cercana de lo que podemos pensar. En la estrategia de Sánchez, ese retorno esperado compensaría con creces el desgaste que ya experimenta en el resto de España y que va a hacerse más profundo con el alto coste de la decisión de eximir a los sediciosos de su responsabilidad penal.

Esta estrategia seguiría el modelo de Rodríguez Zapatero en 2008. El triunfo socialista entonces se debió esencialmente a la transferencia masiva de votos de Esquerra Republicana de Catalunya hacia el PSC-PSOE. Zapatero rentabilizó así su aventurerismo estatutario de la mano de Pasqual Maragall, mientras la negociación política con ETA actuó como una eficaz credencial ante la izquierda independentista catalana. Las mismas apelaciones al coraje y la audacia para resolver el ‘conflicto’ catalán que escuchamos ahora para justificar los indultos se escucharon entonces, adobadas con la misma demonización de la derecha representada por el PP que prendió en Cataluña. No por casualidad fue en Cataluña donde los nacionalistas y toda la izquierda encabezada por el PSC suscribieron el pacto de exclusión del Partido Popular -el ‘pacto del Tinell’- y fue en el entorno político catalán donde el argumento de la crispación dirigido contra Rajoy y el PP encontró más creyentes.

En aquellas elecciones generales de 2008, el PP, con Rajoy de candidato, obtuvo medio millón de votos más que cuatro años antes, votos procedentes de la franja más moderada del electorado y de anteriores votantes del PSOE que lo abandonaron por la radicalización de las políticas de Zapatero. En Cataluña el PP consiguió un resultado muy apreciable -16,4% en porcentaje de votos y ocho escaños-, pero el PSC-PSOE se disparó hasta el 45% de los votos y 25 escaños, mientras ERC perdía más de la mitad de sus votos, se quedaba en el 7,83% y engordaba decisivamente a los socialistas. A nivel nacional el PSOE superó al PP en 15 escaños (169 frente a 154). Sólo en Cataluña la ventaja socialista fue de 17. Los socialistas consiguieron atraer voto considerado útil de la izquierda independentista, haciendo buena la estrategia de un líder como Zapatero que se había comprometido a apoyar el Estatuto que saliera del Parlamento catalán, para quien la nación era un concepto discutido y discutible y Otegi un hombre de paz.

Zapatero había conseguido quebrar el paradigma y hacer que las elecciones ni se disputaran ni se ganaran en el centro, sino en el extremo que él había cultivado y, a la luz de los resultados, había conseguido que Cataluña y el comportamiento electoral del independentismo se convirtieran en el terreno decisivo de la competición electoral. Eso es lo que Sánchez quiere hacer y espera conseguir con su apuesta kamikaze -para él, para el PSOE y para el país- no sólo para amarrar el apoyo de ERC a lo que quede de legislatura, sino de cara a las próximas elecciones generales.

La reinvención de Sánchez como patriota centrista ya ha quedado fuera de su alcance. De la guardarropía de La Moncloa toca ponerse el traje de audaz pacificador. Zapaterismo recalentado con una esperanza vana de que la historia se repita y le sonría. A Sánchez alguien debería contarle lo que dijeron dos filósofos separados por miles de años y aun así emparentados. Heráclito advertía de que todo cambia y nadie se baña dos veces en el mismo río, tampoco Sánchez, aunque Heráclito en este punto no lo mencionara. Otro, Karl Marx, observa que los acontecimientos históricos se producen dos veces, la primera como drama y la segunda como farsa. A ver si va a resultar que, buscando metáforas, la que mejor termine cuadrando a la operación de Sánchez sea la de Cataluña convertida en su particular y desastroso Vietnam político.