Editorial, EL CORREO, 1/4/12
Los últimos ataques y sabotajes forman parte de la asignatura pendiente que la izquierda abertzale se resiste a aprobar
Los episodios de violencia callejera de las últimas semanas, en especial durante la jornada de huelga del 29 de marzo, reflejan la persistencia de una ‘kale borroka’ que el consejero Ares identificó con la añoranza y que amenaza con perpetuarse como una violencia difusa e intermitente. No se trata de una manifestación espontánea de destrucción en medio de cualquier algarada, sino de ataques premeditados, localizados y organizados, como lo demuestra la celada a una patrulla de la Ertzaintza en el centro de Bilbao el pasado jueves o la utilización de artefactos incendiarios, capuchas y mazos en distintos sabotajes. Las voces que desde la izquierda abertzale han señalado la inconveniencia de esta forma de violencia no parecen suficientemente rotundas como para atajarla. La negativa a condenar el pasado terrorista impide a los herederos de Batasuna exigir abiertamente que acaben estas reminiscencias de la barbarie. Jóvenes adoctrinados en la intolerancia se preguntan por qué ahora se ha decretado el cese definitivo de la actividad terrorista, precisamente cuando ellos se disponían a coger el relevo de su activismo. La respuesta que reciben del entorno más radical no les vale cuando, simultáneamente, ETA se resiste a su disolución y la izquierda abertzale sigue condicionando la paz al reconocimiento de su trayectoria como un factor positivo o por lo menos comprensible en la historia reciente de Euskal Herria. Dado que la violencia terrorista es justificada como expresión de un ‘conflicto vasco’ pendiente de resolución, cualquier exaltado puede arrogarse la autoridad suficiente como para cometer los desmanes citados. El cese definitivo del terrorismo etarra no rebaja en ningún caso la tipificación penal de los actos de sabotaje perpetrados, como tampoco debiera relajar el reproche moral que merecen. Es posible que representen una expresión residual del fundamentalismo violento; pero también podrían dibujar una línea de continuidad del mismo. En cualquier caso forma parte de las responsabilidades que atañen a una izquierda abertzale que se muestra incapaz de autocriticarse y de depurar su conducta gregaria respecto al uso de la violencia aunque esté en puertas de volver a una legalidad de la que ya disfruta de hecho.
Editorial, EL CORREO, 1/4/12