José Alejandro vara-Vozpópuli
- La presidenta de Ciudadanos se abona al chavismo de Nogales. Ni rojos ni azules. La ‘tercera España’. Un equilibrio voluntarioso y letal, cuando a un lado están los socialcomunistas y al otro los demócratas
Pasada la fiebre de Tom Wolfe, el cronista de las ambiciones, burbujeante y excesivo, mordaz y ácido, demasiado frívolo y neoyorquino para nuestro periodismo cateto y local, tan severo y circunspecto como la cicatriz de Scarface, llegó Ryszard Kapuscinski, comprometido y adusto, 27 revoluciones, 40 arrestos y 4 sentencias de muerte. El periodista-héroe, el de ‘los cínicos no sirven para este oficio’, profundo, veraz y sobre todo, ¡ah sí, por favor!, muy, muy ‘comprometido’. Ahora estamos bajo el signo de Chaves Nogales, ni republicanos ni nacionales, ni de derechas ni de izquierdas, el retratista de esa ‘tercera España’ que nunca existió. Ahora los periodistas son chavistas, de Chaves no de Chávez, y algunos políticos también. Levitan con su ejemplo, lagrimean su trayectoria, recitan a sangre y fuego como si fuera el catecismo del perfecto escribidor.
Así, Inés Arrimadas. Ni rojos ni azules. Ni de derechas ni de izquierdas. Ni los ‘hunos contra los hotros’, que escribió Unamuno. Esa letanía le funcionó muy bien a Albert Rivera. Llevó a situarse a ocho escaños del PP. El sorpaso al alcance de la mano. Hasta el gran golpazo, cuyas causas aún escrutan en la sede naranja de la calle de Alcalá. El caso es que Ciudadanos se precipitó al abismo y ahí sigue. Con diez escañitos y braceando para sobrevivir. La historia de un desgarrador naufragio.
Aunque Sánchez la ignore, Lastra la desprecie, Iglesias le sacuda y Echenique la escupa con displicencia. Su capacidad de aguante se sitúa entre la obcecación del capitán Ahab y la templanza del santo Job
Arrimadas, abrumada por el espanto, temblorosa ante el vacío, ha optado por aferrarse a las raíces. Se aleja del PP, para borrar Colón y se acerca al PSOE, todo lo que se le permite. Lo hace sin timideces ni complejos. Aunque Sánchez la ignore, Lastra la desprecie, Iglesias le sacuda y Echenique la escupa con displicencia. Su capacidad de aguante se sitúa entre la obcecación del capitán Ahab y la templanza del santo Job. No pestañea, siempre hierática y firme. Ni se duele ni gimotea. «A esto se viene llorado de casa», repite con frecuencia. Eleva el mentón como las tonadilleras en noche de triunfo. Arrimadas tiene un plan. Bien sencillo. Resistir.
Ataques a la monarquía
Auxilió al cesarín de La Moncloa en los momentos duros de la primera ola de la pandemia, con su decidido apoyo a las prórrogas interminables del estado de alarma. Aplaudía al Gobierno y evitaba escuchar las feroces las arremetidas contra la monarquía, el Estado de derecho, la Constitución, los jueces y las leyes. Finalmente, saltó en marcha de tan peligroso convoy casi en vísperas de la aprobación de los Presupuestos, que a punto estuvo de respaldarlos. «Hemos demostrado que Sánchez tenía otra opción. Que no necesitaba a Frankenstein», declaró para justificar su extraña cabriola.
A tal objeto, ha decidido simbiotizarse con el espíritu de Chaves Nogales, ahora que reeditan su ‘Obra completa’, y reivindica la ‘tercera España’ contra la polarización cainita, el guerracivilismo despiadado y la política a trompadas. Este chavismo templado y buenista está ahormado con todo tipo de irreprochables virtudes, lo que le granjea una unánime aceptación y un aplauso garantizado. ¿Cómo abominar de quien porta como estandarte los valores del diálogo, el consenso, el entendimiento y la paz? Es como proyectar Frozen en un cumpleaños infantil. Éxito asegurado, que diría doña Lola la de Garzón.
«Tanto más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de Falange que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas»
Las cosas sin, embargo, no son tan sencillas ni tan elementales como las diseña el equipo de Arrimadas. Cierto que Chaves Nogales vivió y relató nuestra mayor tragedia. «Tanto más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de Falange que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas», dejó escrito el periodista andaluz. «Un hombre como yo, por insignificante que fuese, habría contraído méritos para haber sido fusilado por los unos y los otros».
No, el escenario no es el mismo, ni los protagonistas. Hay ahora, a un lado, un Gobierno socialcomunista inédito en toda Europa. Y más que aliados, está en manos de unos socios que representan el mayor de los peligros para nuestra estabilidad democrática y nuestra convivencia. Sus líderes respectivos están incursos en algunos de los delitos más graves del Código Penal. Junqueras, cumpliendo condena en la cárcel por sedición y Otegi, de nuevo ante los tribunales por integración en banda terrorista. Ese es el bloque que, en su ingenuidad manifiesta o en su desesperante intento de supervivencia, Ciudadanos contrapone a las dos fuerzas de la derecha, PP y Vox, que no han incurrido, al menos hasta el momento, en agresión alguna a nuestro orden constitucional y el Estado de derecho.
No cabe camuflarse en la figura de la ecuanimidad desapasionada, el equilibrado distanciamiento, la aséptica neutralidad mientras se exhibe a la desesperada los garrotazos de las pinturas negras de Goya. No cuela. Son fórmulas ahora tan indigeribles ahora como la rastrera equidistancia que esgrimió este lunes José Luis Ábalos, ya en fase crepuscular, al situar en el mismo plano a Otegi con el Rey. Ese centrismo de primera comunión, de no haber roto un plato, de niño bueno con sonrisa pánfila, nunca ha gozado de enorme éxito en nuestro país. No pasa nada. Tampoco en Gran Bretaña o en Estados Unidos, donde impera el bipartidismo desde siglos sin desdoro alguno a sus hercúleas democracias.
Ciudadanos lo tiene complicado. Rivera estuvo a punto de lograrlo, pero se estrelló contra su ego. Arrimadas persigue ahora situarse en el papel del funambulista imposible, lejos de estos y aquellos, como si ambos fueran lo mismo. Un Gobierno de izquierda dinamitera y radical a un lado, y una oposición democrática al otro, compuesta por dos partidos que defienden la Constitución, la Corona, la unidad de la Nación, al otro, ni alientan ni justifican la aséptica equidad. La apuesta por ese chavismo bueno y buenista tenía antaño su sentido. Ahora chirría. Y ofende.