VOZPOPULI 17/10/16
JESÚS CACHO
La división se ha instalado en Ciudadanos en su bastión catalán, santo y seña del partido naranja, la comunidad que lanzó a la fama a escala nacional a la organización que dirige Albert Rivera. El germen, la cabeza de la serpiente, parece encontrarse ni más ni menos que en Inés Arrimadas, esa valiente mujer que ha defendido la unidad de España en solitario, casi a cara de perro, en un Parlament dominado por una mayoría independentista. Una entrevista publicada el sábado 24 de septiembre en La Vanguardia (“Arrimadas: `Gobierno y Generalitat han estado alimentando la confrontación´”) apuntaba al cambio de rumbo de la bella Inés, la cara guapa de una política como la española tan plagada de cosas feas. El simple enunciado del titular ya situaba a la jerezana en esa ambigua posición de equidistancia que tan a menudo ha servido de cobijo para cobardes y acomplejados incapaces de denunciar a cara descubierta los abusos del independentismo. “Considero indispensable que haya cuanto antes un nuevo Gobierno en España dispuesto a dialogar y a buscar espacios de encuentro. Ahora mismo no hay nadie al otro lado para hacer política”.
-¿A qué se refiere cuando habla de “hacer política”? –preguntaba el entrevistador.
-“A venir a Catalunya para sentarse a dialogar, rebatir aquellos argumentos falaces del independentismo, y reconocer también aquellas reivindicaciones que son legítimas (…) No podemos cerrar los ojos al hecho de que una parte de los catalanes ha desconectado ya sentimentalmente de España. Y en ese proceso el principal responsable es la Generalitat, que ha alimentado el discurso del victimismo y la confrontación con el “España nos roba”, pero también ha contribuido el Gobierno central al no querer ver lo que estaba pasando en Catalunya”, respondía la presidenta del Grupo Parlamentario de C’s en el Parlamento catalán.
La entrevista de marras provocó una auténtica conmoción entre los seguidores de Rivera. “Ciudadanos ha abandonado a su tradicional votante en Cataluña”, se oyó decir a muchos de ellos. Desde la defensa cerrada de las posiciones de quienes se sienten a la vez catalanes y españoles más allá del Ebro, Arrimadas parece haber evolucionado lentamente hacia una especie de catalanismo integrador, un catalanismo light no independentista, equidistante entre el secesionismo a palo seco y el supuesto “inmovilismo” de Madrid. Semejante viraje coincide con los albores de un nuevo partido que en Cataluña intenta ver la luz sobre los restos del naufragio de Unió Democràtica de Catalunya (UDC), el partido del democristiano Duran i Lleida, socio desde 1978 de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) en Convergència i Unió (CiU), bloque hegemónico catalán hasta que la corrupción y la deriva independentista provocaron su disolución el año pasado. Al frente del nuevo proyecto figura Antoni Fernández Teixidó, ex conseller durante la última etapa de Jordi Pujol como presidente de la Generalitat, además del propio Duran, del incombustible Roca Junyent moviendo los hilos, y del dinero del Banco Sabadell –interesante el papel de la entidad que preside Josep Oliu en el campo de minas de la política catalana, que habrá que contar algún día-, y con gente dando la cara como Xavier Cima, marido desde hace un par de meses de Arrimadas.
Cherchez l’homme. El hombre, en efecto, es Cima, un independentista radical que ha virado hacia posiciones templadas para acabar en la ensenada de Lliures, que así se llama el intento de recrear la aventura de un partido bisagra entre el independentismo y el constitucionalismo en Cataluña. Puede que por aquello de que dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición, o por simple milagro a lo Pablo de Tarso, el caso es que Cima fue abandonando sus cargos en CDC hasta renunciar finalmente a su acta de diputado pocos días antes de su boda con la lideresa de C’s, celebrada en Jerez el pasado 31 de julio. La ruptura con el secesionismo fue tal que Cima llevó su discrepancia a su cuenta de Twitter donde, a la vista de todos, arremetió contra sus antiguos conmilitones rechazando la vía unilateral y reclamando respeto a las leyes. Como no podía ser de otro modo, también Arrimadas inició su propio viaje ideológico aunque en dirección contraria, abandonando los firmes postulados de primera hora para acercarse a posiciones cercanas a las de la extinta Unió. Tras el episodio de La Vanguardia, Arcadi Espada, uno de los fundadores de C’s, denunció la “inmoral equidistancia entre el presidente Rajoy y el jefe del gobierno desleal, a la hora de distribuir responsabilidades por la situación catalana”, de una Arrimadas a la que acusaba de “hablar ya como una catalanista”.
Un viraje peligroso para el futuro
Los mal pensados se malician que el Ciudadanos desteñido de Arrimadas y el futuro partido de Cima podrían acabar encamados en algún tipo de proyecto, una tercera vía, un catalanismo dispuesto a “desbloquear” (sic) la situación catalana, algo que desde luego encajaría malamente con la defensa cerrada de la españolidad de Cataluña que ha venido siendo el santo y seña de C’s en la región. Muchos de los fundadores y dirigentes de primera hora no están obviamente de acuerdo con un viraje que pretende moderar el discurso de denuncia contra el secesionismo para intentar seducir a los votantes de CiU, en general, y de Unió, en particular, que han huido espantados ante el salto al vacío independentista. Como era de esperar, el malestar, cuando no el simple cabreo, se han instalado en el partido en Barcelona. De momento, Rivera guarda silencio: “No comento ni mi vida privada, ni la de Inés Arrimadas, ni los artículos de Arcadi Espada, aunque sea un fundador de Ciudadanos”. Una encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat que hay que coger con pinzas (apenas 800 entrevistas) aparecida este viernes, situaba a C’s como cuarta fuerza política catalana con el 6,4% del voto directo, muy lejos del 17,9% logrado en las autonómicas del 27 de septiembre de 2015. Albert Rivera debería tomar nota: Dejar en la estacada al votante tradicional de Ciudadanos en Cataluña podría no salirle gratis.
La pérdida de identidad de Ciudadanos en Cataluña supondría, de confirmarse, un duro golpe no solo para los afiliados y votantes del partido naranja al otro lado del Ebro, sino para todos los que en el resto de España saludaron con entusiasmo al partido encabezado por Rivera como un proyecto regenerador que, partiendo de su capacidad para denunciar la corrupción, la manipulación de los sentimientos y la tergiversación de la Historia del nacionalismo separatista, iba a ser también capaz de rescatar a la democracia española de su pobre condición actual. Hasta ahora, su éxito en Cataluña ha sido indudable, un éxito que ha corrido en paralelo con su fracaso como proyecto globalizador español. La razón está clara: las huestes de Rivera acertaron con el diagnóstico en Cataluña, mientras parecen haber fracasado en el conjunto de España. En Cataluña decidieron combatir la impostura nacionalista a cara descubierta, denuncia tras denuncia, bajo la premisa de que con el nacionalismo no se puede transar nada como ideología supremacista y enemiga de las libertades que es, condición que le ha llevado al baúl de los recuerdos en todo el mundo civilizado. Ante la renuncia de PSC y PPC, forzados por sus centrales madrileñas, a defender derechos y libertades de todos los catalanes, Ciudadanos se convirtió en la única alternativa creíble como valladar capaz de oponerse al totalitarismo nacionalista. ¿Hasta ahora?
Fallo en el diagnóstico español
Ciudadanos dio forma en Cataluña al diagnóstico que de manera tan audaz como tosca, a pesar de su brillantez intelectual, había formulado Alejo Vidal Quadras antes de ser purgado por José María Aznar, según el cual en la región era imprescindible proceder a diluir los perfiles del eje izquierda/derecha para centrarse en el combate de una ideología que basa su fortaleza en la primacía de la emoción sobre la razón, ello como única forma de consolidar con el paso del tiempo una alternativa a maquinaria tan potencialmente devastadora para el progreso y las libertades personales. Ciudadanos ha errado en su análisis del momento histórico español, se ha equivocado al elegir su camino para rescatar España del marasmo al que le ha conducido la Transición: víctima de sus veleidades izquierdistas, ha renunciado a sustituir al PP como el partido de la derecha democrática española, lo cual hubiera implicado, no solo perseverar en la lucha contra la corrupción sino abandonar esa ridícula pretensión de jugar al centro derecha por la mañana y al centro izquierda por la tarde; lo cual hubiera exigido, además, repescar los valores liberales del esfuerzo y del mérito como escalera para la realización personal, con desprecio de la agenda social de Zapatero, el personaje más nefasto por disolvente que ha conocido la España contemporánea. La pérdida de su tradicional bastión catalán, hoy aquejado de Arrimaditis en fase avanzada, podría suponer el principio del fin de un Ciudadanos también infectado, como el resto de partidos españoles, por el virus Podemos, el final del sueño que muchos pusimos en un partido capaz de convertirse en pilar sobre el que edificar el gran proyecto de regeneración nacional que España está demandando.