Cristian Campos -El Español

Ya sería millonario si me hubieran dado un euro cada vez que un líder de Ciudadanos me ha negado que pudiera ocurrir lo que ocurrió este martes en Murcia. Incluso con vehementes argumentos morales de por medio, tan aparentemente irrefutables ellos. «¿Moción de censura, nosotros? ¿En plena pandemia? ¡Nunca! ¿En qué nos estaríamos convirtiendo si hiciéramos eso? ¿Qué nos diferenciaría entonces de Pedro Sánchez?».

Eso me pregunto yo ahora.

No soy tan naif como para creer que un político dice siempre la verdad. Pero sí lo suficiente como para confiar en que de vez en cuando diga algo que no sea mentira.

La cosa tiene su qué porque en España éramos media docena (y cuento bien porque he comido y bebido con todos ellos) los periodistas que seguíamos tratando a Ciudadanos como un partido con futuro y no como una franquicia en demolición.

Franquicia, eso sí, capaz de gobernar en Murcia durante ¡dos años! Habrá que hacer espacio en los libros de historia: nunca se pagó un precio tan alto por un producto tan escaso.

Esa media docena era la misma que, en medio de la campaña más agresiva en cuarenta años de democracia contra políticos y periodistas pertenecientes a la mitad mala de España, la «facha», nos negábamos a creer eso que decía el más inteligente de los políticos de Vox: «Ciudadanos sólo existe ya en la cabeza de unos pocos periodistas».

Y lo decía el tío en 2019. Menudo ojo.

Las elecciones que Ayuso convocó este martes se habrían convocado hace meses si alguno de esos seis periodistas hubiera publicado una sola de las barbaridades que algunos portavoces de Ciudadanos han dicho en privado de Ayuso.

No eran off the record y no hay ningún misterio en ellas. El mismo martes por la noche, Ignacio Aguado llamó loca a la presidenta madrileña («Isabel Díaz Ayuso ha perdido la cabeza»).

Es llamativo que Aguado recurriera al mismo insulto que han utilizado una y otra vez Más País y Podemos para atacar a Ayuso. La ciclotímica Ayuso. La imprevisible Ayuso. La vesánica Ayuso.

En realidad, no dicen de ella nada que no se haya dicho antes de sus predecesoras. ¿Esperanza Aguirre? Una loca. ¿Cristina Cifuentes? Otra loca. ¿Isabel Díaz Ayuso? Loquísima.

Quizá detectan un patrón ahí, en el razonar de la izquierda.

Es llamativo también que fuera Ciudadanos, el mismo Ciudadanos que sufrió en septiembre de 2017 las trampas del separatismo para puentear los reglamentos parlamentarios, quien decidiera tramitar las oportunistas (y esperpénticas) mociones de censura de Más País y PSOE.

[«Un fraude de ley es una maniobra o triquiñuela que consiste en la vulneración de una norma jurídica al amparo de otra norma o disposición legal. Se trata de conductas aparentemente lícitas, pero que producen un resultado contrario a la ley en la que se amparan o prohibido por otra norma»].

Ni siquiera la explicación más benevolente posible, la de que Inés Arrimadas habría querido dar un golpe en la mesa de Ciudadanos para reafirmar su autoridad frente a Toni CantóFrancisco EgeaJuan Marín o el mismo Ignacio Aguado, me convence.

Es más probable que la integración naranja en el espacio socialista tenga como objetivo hacerse con las pocas décimas demoscópicas que el PSOE tenga a bien ceder en el CIS. Que no en las urnas, por supuesto.

Pero si la tesis del golpe en la mesa de Arrimadas es cierta, convendría que Ciudadanos aprendiera al menos la más elemental de las lecciones de Iván Redondo: los problemas internos de un partido se solucionan atacando al rival, no a tus socios.

A Ciudadanos le ha acabado pasando lo mismo que a ese comunismo mitificado. Que la idea era buena, pero se ha aplicado mal. Aunque incluso de eso dudo ya: quizá la idea de Ciudadanos era pésima y se ha acabado aplicando a rajatabla.

La aplicó mal Albert Rivera al negarse a pactar con un PSOE que le habría convertido en vicepresidente vitalicio.

Y la está aplicando mal Arrimadas al buscar la complacencia del PSOE cuando las circunstancias no son, ni por asomo, las mismas que en 2019. Porque el PSOE ya está gobernando hoy con Podemos, ERC y EH Bildu, y eso convierte en redundantes los votos de Ciudadanos.

Dicho en plata. El PSOE no necesita hoy a Ciudadanos para nada. Si acaso, para disponer de un comodín centrista con el que aprobar las leyes que a Podemos le den asquito. Para disponer de un plan B. Ciudadanos es hoy poco más que la coartada del PSOE en Bruselas.

La paradoja es que un partido que nació para serle útil a los ciudadanos ha acabado siéndole útil sólo a aquellos que piensan en cualquier cosa antes que en los ciudadanos.

Quizá esté ciego, pero no lo veo. Creo que tampoco lo ve Toni Cantó.

Buena suerte a Ciudadanos, en fin, ganándose los favores de Enric JulianaAna Pardo de Vera y Marta Flich, sus nuevos compañeros de camino.

Pero no quememos todos los puentes aún. Porque Arrimadas tiene todavía un as en la manga que le ayudaría a mantener ese 5-6% de votos que le permitirían entrar en la Asamblea de Madrid de nuevo.

Ese as en la manga es la decapitación de Ignacio Aguado y el nombramiento de un candidato a la presidencia aceptable para Isabel Díaz Ayuso. Uno de esos capaces de captar voto socialista y de sostener durante la campaña su disposición a pactar tanto con el PP como con el PSOE… para hacerlo finalmente por Ayuso.

Porque la disyuntiva real que se le abre hoy a Ciudadanos no es si gobernar con el PP o con el PSOE, sino si gobernar con la extrema izquierda populista de Más País y Podemos dentro del gobierno de la Comunidad de Madrid o con Vox fuera de él.

Ellos, que tanto criticaron a Pedro Sánchez por escoger a EH Bildu pudiendo pactar con Ciudadanos, deberían tenerlo claro. ¿O no?