José A. Vara-Vozpópuli
Inés Arrimadas da un paso al frente, se adelanta a la España Suma del PP y pone sobre la mesa una propuesta que en su día rechazó Rivera
Inés Arrimadas ha descendido de su peana de sacerdotisa inaccesible de la centralidad y se ha ofrecido al PP (sin mencionarlo) para ‘aunar esfuerzos en momentos desesperados’. Algo se mueve en el paquidermo catatónico del centroderecha nacional. Cs toma la iniciativa y asume la idea de la España Suma que tanto despreció. La líder naranja, que será confirmada en la cúspide de su formación el mes que viene, lo tiene claro: o suma, o desaparece. Y en ello está.
‘Las derechas’, como las llama Adriana Lastra con insistencia de alegre papagaya, empiezan a abandonar mansamente el pozo negro de su pesadilla. El PP sucumbió en un estado de abatimiento tras la moción del whisky y el bolsito de Soraya. Casado ha sobrevivido milagrosamente al canibalismo tribal que se desató intramuros de su partido. Rivera no lo logró. Pereció en su extraña pirueta hacia la derecha en su afán de convertirse en el Adolfo Suárez del siglo XXI. O en el Kennedy ibérico. O en el Macron de la calle de Alcalá. Diez escaños y con los pies colgando. A casa y a otra cosa.
Frente al Gobierno socialcomunista de Sánchez, tan débil de escrúpulos y poco respetuoso de la primera norma, se imponen los acuerdos
Pasada la hecatombe, hay síntomas de deshielo en la familia constitucionalista. Arrimadas ha abierto audazmente la puerta que Rivera cerró con siete candados. Cataluña será el laboratorio de la hasta ahora impensable unión del centroderecha. O conjunción, o liaison o como quiera llamarse. «Acuerdos trasversales», los denomina la prudente Inés, musa de la movida. O sea, el viejo proyecto de la ‘España suma’ de Génova, administrado en pequeñas dosis. Primero Cataluña. Luego, País Vasco y Galicia, donde Ciudadanos nada tiene y a poco aspira. Frente al implacable Gobierno socialcomunista de Sánchez, tan débil de escrúpulos y tan poco respetuoso con los consensos de la Transición, el bloque constitucional, que aún tiembla cada vez que le llaman ‘ultraderechista’ o ‘fascista’, se sacude los miedos y se dispone a lanzarse al ruedo de la contienda.
Dos más dos no siempre suman cuatro, es cierto. Pero quizás sumen tres y medio. O, al menos, tres. Lo que está claro es que, sin acuerdos mediante, PP y Cs marchan en esas tres regiones ‘históricas’ camino de la inapelable extinción. Arrimadas, en gesta prometeica, se impuso hace dos años en las autonómicas catalanas con 1,1 millones de votos y 36 escaños. Los sondeos auguran ahora 17 escaños a Cs y tres o cuatro al PP. Vox, que no entra en este juego de la fusión trasversal, irrumpirá con fuerza en el Parlament. Si van de la mano, Ciudadanos y populares pueden superar los veinte puntos, apunta algún analista. No sin dificultades, porque el votante de Cs en Cataluña está más a la izquierda que en el resto de España.
Ha de hacerse bien. Dejar de lado protagonismos y siglas, afinar programas y objetivos y asumir el reto patriótico que el pavoroso momento reclama. Sólo desde la unidad de los demócratas se podrá frenar el infame proyecto de Sánchez, evidenciado este viernes en la escena de la humillación ante Rufián, con ribetes de esperpéntico sadismo.
Cs era la socialdemocracia limpia y moderna, europea y liberal, llamada a erigirse en la fuerza líder del centroderecha español
Hasta la renuncia de Albert Rivera, el partido naranja nada quería saber de aproximarse al PP. En Ciudadanos despreciaban el conservadurismo provinciano y viejuno del joven Casado y la herencia pútrida de Rajoy. Cs era la socialdemocracia limpia y moderna, europea y liberal, llamada a erigirse en la fuerza líder del centroderecha español. Todo era hermoso en el universo naranja tras las elecciones de abril del pasado año. A nueve escaños y apenas 300.000 votos de un PP declinante, artrítico y casi periclitado. Rivera subía y subía y a Casado se le comían sus barones por los pies. Encabalgado en la euforia, Ciudadanos no se tomó en serio el aviso de las municipales y autonómicas de mayo. El PP mostraba signos de resurrección y Cs apenas se colaba en algunos gobiernos regionales y municipales (Madrid, Murcia, Castilla y León) por la puerta de atrás. Nunca fue la prudencia el plato fuerte de Rivera. Así acabó.
Con Abascal no se cuenta
Carlos Carrizosa (Cs) y Alejandro Fernández (PP) ya intercambian los primeros cromos para cuando el desportillado Torra convoque a las urnas. Malo será que el PP no ceda un ápice de su tradicional soberbia y que Ciudadanos profundice en su actual proceso de sensatez. «El nacimiento común de las cosas es imperfecto y sólo cobran fuerza con el crecimiento», recordaba Aristóteles. «Siempre, siempre, siempre pondré a España por encima de otros intereses», remacha Arrimadas. Palabras sustanciales. Es tiempo de audacia y de nobleza. De reflexión y sacrificios personales. Con Vox no se cuenta, porque Abascal no quiere. Está en el ‘pin parental’ y la guerra de la sucesión. En hacerse con las riendas de la derecha cuando PP y Cs sean ya historia.
Inés Arrimadas, desprovista ya de esa estéril arrogancia ciudadana, y aferrada a la voluntad de supervivencia, se ha lanzado al salvavidas de Casado. Es la única opción razonable, para ella, para su partido y, naturalmente, para el centroderecha. «Circunstancias excepcionales, momentos excepcionales y lugares excepcionales», ha clamado Arrimadas, a dos pasos de convertirse en la suma sacerdotisa de la España que suma. Si se pudieran «rebobinar las posiciones», en palabras de Alfonso Guerra en lo de Alsina, no cabe duda de que la mejor opción sería Inés, cabeza de cartel en Cataluña, como antaño, y Casado (quizás) a la recuperación de la Moncloa. En política no existe el replay. Hay que jugar con lo que hay. El paso de Arrimadas era tan esperado como necesario.