José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Tiempo al tiempo para Arrimadas, porque a una dupla como la que forman Sánchez e Iglesias no hay que entrarle al capote a la pastueña forma de Casado y Abascal
Cayetana Álvarez de Toledo declaró el domingo pasado al diario ‘ABC’ que “el giro de Arrimadas es un error de ingenuidad y me ha decepcionado”. Se refería la portavoz del grupo popular en el Congreso al voto positivo de los 10 diputados de Ciudadanos a la quinta y, este miércoles, a la sexta y última prórroga del estado de alarma. Es dudoso que la líder naranja sea ingenua, es decir, que actúe con “falta de malicia” o con “candor”. Posiblemente, todo lo contrario.
Los propósitos de la líder de Cs al ejecutar este ‘giro’ de apoyo al Gobierno en las dos últimas prolongaciones de la situación de emergencia son bastante obvios y ninguno inocente o inocuo. El primero consiste en una revisión tácita del ‘riverismo’. Arrimadas fue una fiel escudera de Albert Rivera y se cuidó de criticarle cuando el catalán diseñó una doble y errónea estrategia: desbancar al PP del liderazgo de la derecha y negarse a plantear después de las elecciones de abril del pasado año una coalición con Sánchez y el PSOE en términos similares a la de 2016 pero con la diferencia de que el Ejecutivo resultante dispondría de una mayoría absoluta de 180 escaños.
Tras la última asamblea general de Ciudadanos en la que no hubo autocrítica, y después de la salida del partido de los más afectos a Albert Rivera, Arrimadas, sin verbalizarlo, está haciendo —quizás a destiempo— la política que su mentor debió ejecutar cuando el sentido común, la coyuntura política y la propia vocación fundacional de Cs lo aconsejaban perentoriamente. No lo hizo y el 10-N hundió electoralmente el partido y él, de forma precoz, tuvo que apartarse de la vida política. Probablemente, no de forma definitiva.
El tercer propósito de Inés Arrimadas, nada candoroso, ha consistido en introducir contradicciones en la mayoría de investidura. Su colaboración con el Gobierno en la quinta prórroga molestó a ERC y, menos pero también, al PNV, cuyo portavoz parlamentario, Aitor Esteban, acuñó en agosto de 2019, en una sesión de
la Diputación Permanente del Congreso, la denominación “montapollos”, que ha acompañado a la presidenta de Ciudadanos hasta hace muy poco tiempo. Si en la quinta prórroga, el Gobierno pactó con EH Bildu al tiempo que lo hacía con Arrimadas, en la sexta, este miércoles, lo hizo con los republicanos independentistas, a los que garantizó que la mesa intergubernamental con la Generalitat se retomaría en julio. Y eso en el fragor del caso Marlaska. Ni Arrimadas ni sus diputados, sin embargo, se dieron por aludidos. Sí lo hizo Gabriel Rufián, irritado por el apoyo de Ciudadanos a la propuesta gubernamental, en una intervención gesticulante y torpe.
El riesgo que corren Inés Arrimadas y su partido es doble, aunque su intención política inicial no conlleve ánimo de desestabilizar el bloque que ahora conforma la derecha política en el Congreso y en varias autonomías. Primer riesgo: que cargos de su partido interpreten a su aire este movimiento de colaboración con el Gobierno y lo entiendan como un cambio de estrategia. De ahí que el discurso de Edmundo Bal fuese este miércoles muy didáctico. Segundo riesgo: que los propósitos de Arrimadas no los comprenda su ya exiguo electorado y le causen perplejidad, más que por la actitud colaboradora con el Gobierno, por la falta de coherencia y lealtad de Sánchez, que combina el acuerdo con el partido naranja con otros con republicanos y ‘bildutarras’.
Ciudadanos ha hecho una apuesta. Se ha tratado de un movimiento parlamentario que podría preanunciar otros o quedarse solo en el apoyo a dos prórrogas del estado de alarma. Lo sabremos cuando llegue el proyecto de Presupuestos Generales del Estado al Congreso de los Diputados —auténtica prueba de estrés para la coalición— y se agudicen algunas contradicciones en gobiernos autonómicos que comparte con el PP y el apoyo de Vox.
En todo caso, no hay en Arrimadas ninguna ingenuidad, como supone Cayetana Álvarez de Toledo —quizás ella lo sea en su dialéctica sin concesiones—, y, por lo tanto, tampoco un particular motivo para mostrar su “decepción” con la presidenta de Cs. El problema de la portavoz del grupo parlamentario popular es de rigidez, incompatible con la comprensión de ciertos movimientos ajedrecísticos en la política.
La de Ciudadanos es una táctica que puede tener éxito o fracasar. La de Albert Rivera concluyó de manera desastrosa. Ahora, en otro contexto, dejemos que su sucesora ensaye una forma distinta de gestionar un partido que nació para regenerar la política frente a la corrupción y evitar que el nacionalismo y el independentismo fuesen el gozne de la política nacional. Quizás esté intentando Arrimadas hacer de la necesidad virtud. Tiempo al tiempo, porque a una dupla como la que forman Sánchez e Iglesias no hay que entrarle al capote a la pastueña forma de Casado y Abascal.