Uno va albergando cierta simpatía por razón de utilidad hacia Alberto Núñez Feijóo. Más que nada por la comparanza. Basta ponerlo junto al marido de Begoña para que resplandezcan incluso virtudes que hay que buscarle afanosamente. No digamos si tuviésemos que elegir al tándem presidencial, como propuso el de la de Sánchez en aquella ocasión en la que compareció junto a ella durante la campaña a las generales de 2015. Llevaba un vestido rojo, aunque no recordaba en casi nada a Kelly LeBrock, las cosas como son. El color era para hacer juego con la corbata del marido y ambos posaban contra un fondo de bandera española gigante, bandera que, según explicó el candidato socialista, “el PSOE siente como suya”. No hace falta que se imaginen al de la de Sánchez junto a su parienta y comparen al ticket con Núñez Feijóo y Eva Cárdenas. Cualquier comparación es absurda.

Lo del sentimiento socialista por la bandera española era mentira, claro. En los actos de masas del PSOE menudean las banderas republicanas, también las rojas con el puño y la  rosa y enseñas de las autonomías: ikurriñas si el acto es en Euskadi; señeras, si se desarrolla en Cataluña; blanquiverdes si en Andalucía y así sucesivamente. Pero no hay banderas españolas. Pagaré gustoso una cena a quien aporte una foto de un festejo socialista en el que se vea media docena de enseñas nacionales.

Dicho lo cual, uno se ha pasado las últimas semanas en una notable incomprensión hacia la política de los populares que abandera Núñez Feijóo en esa parálisis ante cuestión tan urgente  como designar al candidato del PP a la Presidencia de la Generalidad. No es que no lo entienda: Alejandro Fernández  no era el candidato preferido por Génova ni por la dirección del PPC, pero sí por las bases de los populares catalanes. Fernández encabeza  en el presente un exiguo grupo  de tres parlamentarios, el octavo del parlament.

Uno comprendería que el PP se hubiera cobrado su cabeza la misma noche electoral en 2021 en aplicación de una lógica inexorable. Pero tres años después, las encuestas son unánimes al pronosticarle un crecimiento espectacular al PP: 15 escaños según La Vanguardia, entre 13 y 15 para Sigma-2. No son horas y Alejandro Fernández es un excelente orador que tiene un discurso irreprochable contra el nacionalismo y el socialismo, los dos peores males que tiene ante sí la política española.

No ha habido posibilidad de acuerdo con los otros dos partidos constitucionalistas de Cataluña. El PSC no lo es, lo miremos como lo miremos y tanto Ciudadanos como Vox están presos de la imagen de pasados esplendores: los seis escaños que siguen a Carrizosa y los once que encabeza Garriga. Es evidente que C’s va a desaparecer del mapa catalán. Un millón cien mil votos y 36 diputados desvanecidos en el aire en dos legislaturas escasas, hay que ver. Es más que probable que Vox quede por debajo de los resultados que le auguran las encuestas al PP de Alejandro Fernández, que propone superar el procés y el sanchismo, objetivos loables pero que no se van a cumplir el 12-M. Sí es más realista su intento de absorber el voto de Ciudadanos y aprovechar el descontento de Vox. Las encuestas también predicen el triunfo de Illa, lo que viene a demostrar las carencias éticas e intelectuales de una parte importante del electorado catalán. No digo más.