EL MUNDO 28/10/14
ARCADI ESPADA
LEO, y sobre todo veo, las primeras noticias sobre lo que llaman la macrorredada y me viene de inmediato a la cabeza «infame turba». No hay que afectar pedantería. No se trata del verso de Góngora, Infame turba de nocturnas aves, que olvidé con el colegio y mi adorada Sara Freigido, profesora, y literatura ella misma, sino del inexorablemente más banal título de aquel libro de entrevistas de Federico Campbell que tan gloriosamente adjetivaba a nuestra gauche divine. Y aún mucho peor, ni el título ni el verso que mediante la bandada de aves describe la oscuridad de la caverna me viene a la cabeza para aludir a los presuntos delincuentes de la macrorredada, sino a sus captores. No hablo estrictamente de los guardias, sino del complejo jurídico-policial-mediático que trata la detención de unas personas con la ostentación y la retórica de un nuevo triunfo, ante el enemigo secular, del Madrid de Benzema.
No sé que han hecho esos políticos y funcionarios detenidos ayer en varias ciudades de España. Sólo espero que la policía y los jueces sí lo sepan y mi duda no ofende sino que atiede. A los hechos. Hace tres años al juez Ruz –y es sólo un ejemplo entre cien– sólo le faltó enviar los tanques para ocupar la Sociedad General de Autores y detener a aquella pandilla de delincuentes que, tres años después, repito, siguen esperando, no ya sentencia, sino procesamiento o solución.
Nada, como no sea la letal colusión de los intereses, policiales, jurídicos y mediáticos, justifica ese tratamiento del imputado. La imputación es una etapa preliminar en la atribución de responsabilidades criminales. El pueblo, y su autoridad, ha de comprender, y se lo pongo facilito, que los dieciseisavos de la Copa del Generalísimo no son la final de la Champions y que confundirlo perjudica al fútbol. Es decir, a la Justicia.
En esta farsesca Place de la Grève en que se ha convertido España se está imponiendo una idea totalitaria: la de que el castigo mediático de la detención suple la impunidad que al final decretará la justicia. Es sabido que los poderosos conocen mil tretas y que hay cosas, como me decía una flamígera angelita mediática la otra mañana, que son imposibles de demostrar. De esa idea, además, participan muchos jueces. Imparten justicia con los medios, porque es mucho más fácil ser un juez estrella que dedicarse a la hosca, lenta y oscura tarea de impartir la justicia auténtica, de tratar que, en efecto, la Justicia se imponga a todo poder, incluido el de los medios. Y prefieren los atajos. Los atajos de la democracia.