EL CONFIDENCAIL 05/12/13
ANTONIO CASADO
Huele a desencanto. El aniversario de la Constitución Española ya no es lo que era. Ni la Constitución tampoco. Se le han roto las costuras y sus vergüenzas están al aire en jornadas de puertas abiertas. Así que no sé si estamos para celebrar nada. Las sillas vacías en actos oficiales y la decadencia física de un Rey con muletas cursan como metáforas del desaliento. No hay mejor cabeza de turco para los seis millones de parados y la corrupción en la vida pública, las dos grandes preocupaciones de los españoles junto a los partidos políticos, según la última lectura en las entrañas oficiales de la oca (CIS).
Si acaso, el respeto a las canas. Conviene proclamarlo en el 35 cumpleaños de la Constitución más longeva de la historia de España. Y, sin embargo, ha cambiado muy poco desde que nació arropada por una inmensa mayoría de ciudadanos aquel 6 de diciembre de 1978. Apenas dos retoques. El del artículo 13, para que los extranjeros pudieran votar en las elecciones municipales. Y el del 135, para convertir el equilibrio presupuestario en un mandato constitucional, que sigue incumplido, por cierto. Al fin y al cabo, dos reformitas de aspectos accidentales. Lo sustancial permanece. O permanecía hasta ahora.
El tirón político de los nacionalismos catalán y vasco, que reclaman la independencia de sus respectivos territorios, ha reabierto el viejo debate sobre la integración diferenciada de Cataluña y Euskadi en el Estado español. A su vez, supone abrir otro debate, ya no tan viejo. El de una eventual reforma de la Constitución, justamente para volver a hacer frente al reto fundacional: conseguir que esas dos partes del territorio nacional se sintieran cómodas en el orden jurídico-político alumbrado a la muerte de Franco.
· Ninguna obra humana resiste indefinidamente el paso del tiempo. Y si es política, con más motivo, pues opera sobre una sociedad viva y expuesta a los vientos inesperados
Son los socialistas quienes lo plantean unilateralmente. Y no precisamente sobre algo accidental o contingente, sino sobre una de las vigas maestras del edificio constitucional. Es decir, el llamado modelo territorial, desarrollado en el título VIII bajo el nombre de Estado de las Autonomías. El PSOE propone su sustitución por un diseño federalista apenas apuntado en un documento que aprobó este verano en Granada.
Dicho documento se apoya en dos barandillas: descentralización y singularización. A poco que avanzásemos, acabaríamos reinventando el Estado de las Autonomías, que ya descentraliza a tope y confiere a Cataluña y el País Vasco el uso y disfrute de niveles de niveles de autogobierno bien diferenciados. Y eso es lo que ha dejado la propuesta socialista en dique seco, pues todo el mundo la ha visto como una simple forma de marcar distancias con el PP, que no quiere saber nada de reformar la Constitución, ante al órdago secesionista de Artur Mas.
Aun así, no está de más que en este 35 aniversario apelemos por enésima vez a los expertos en ciencia política que nos ilustran sobre el carácter “abierto” de nuestro texto constitucional y nos remiten a los contenidos que prevén el mecanismo de su propia reforma. El principio aplicado es de sentido común: ninguna obra humana resiste indefinidamente el paso del tiempo. Y si la obra es política, con más motivo, pues al fin y al cabo opera sobre una sociedad viva y expuesta a los vientos inesperados.