El Parlamento europeo ha partido por la mitad los planes de la eurodiputada Teresa Giménez Barbat. Dentro de unos días tenía previsto inaugurar en Bruselas una exposición modesta, pero intencionada, en que un grupo de escritores elegían y comentaban una foto representativa de un momento importante en la peripecia constitucionalista en Cataluña. Así Savater y el Ja sóc aquí!. David Jiménez Torres y la pierna herida de su padre, Federico. Ignacio Vidal-Folch e Hipercor, Victoria Camps y Ernest Lluch, Vidal-Quadras y el Foro Babel o Xavier Pericay y el nacimiento de Cs. Yo escribí sobre los alegres saltitos de Maragall bajo el ceño pujolista, la remota noche de la nominación olímpica barcelonesa. En el mismo lote constitucionalista estaba prevista una representación de El sermón del bufón, la pieza autobiográfica de Albert Boadella. Una suerte de homenaje al más veterano y divertido discrepante del nacionalismo. Pero el Parlamento europeo ha prohibido la exposición y la obra. Las razones que se invocan son puramente extraordinarias: el Parlamento no puede acoger exhibiciones de naturaleza «provocadora». Aún mejor que «provocadora» sería escribir «inflamatoria», que es lo que sugiere a primera vista el original inflammatory. La razón real de la decisión, como dijo una de las cuestoras que la tomaron, la eurodiputada Catherine Bearder, es que los separatistas catalanes pudieran sentirse molestos y hasta discriminados: hace algunas semanas el Parlamento tampoco dio permiso para que se instalara la exposición Presos políticos, de Santiago Sierra. La decisión merece poco comentario, aunque nítido: el Parlamento europeo equipara la inflamación separatista a la democrática. O sea: la funesta y apaciguadora doctrina del asunto interno llevada a la sala de exposiciones.
En estas condiciones morales y políticas, que Macron, Renzi y Rivera estén planeando una acción conjunta europea es una buenísima noticia. La confusión parlamentaria europea permite, por ejemplo, que separatistas y constitucionalistas militen en el mismo grupo, en razón de su vaga adscripción liberal. Pero esas agrupaciones decaen ante la drástica realidad. Como recalcan los promotores de la nueva plataforma, la única división que hoy importa es la que separa a populistas de progresistas. Unas calidades de convivencia imposible. Aunque bien se empeñen en demostrar lo contrario gentes como la Bearder, en su exquisito tratamiento equiparable de demócratas y golpistas.
(Coda provincial: La articulación de un espacio político común entre Macron y Rivera deja a Pedro Sánchez donde merece, que es al otro lado).