REBECA ARGUDO-ABC

  • En ese mundo de periodistas correctísimos y supradóciles, habría sido imposible destapar algunos de los más grandes escándalos de este país

Miembros destacados de la (inexistente pero cada vez más probable) Asociación de Periodistas Correctos y Dóciles pedían las sales y se abanicaban el entreteto, sofocados, porque el pasado viernes compañeros suyos habían conseguido colarse en los juzgados de Plaza de Castilla para lograr la foto del día: la de Begoña Gómez, presidenta del Gobierno por poderes, en el banquillo y haciendo el paseíllo hasta él. Que los periodistas somos de respetar las normas y los acuerdos, que qué atropello y qué despropósito, que fíjate, dónde iremos a parar, decían. Como si el trabajo del periodista fuese no incomodar demasiado, hablar flojo y repetir como un lorito, simples transcriptores de mensajes tamizados, lo que declame el poder.

Imaginemos por un momento un mundo como el que exige y defiende la (ficticia pero cada vez más viable) APCD, uno donde los periodistas no se salten jamás la norma y, si el poder les indica que eso no se dice (eso no se toca, eso no se mira, eso no ha ocurrido), pues eso no se dice (ni se toca, ni se mira, ni ha ocurrido). En ese mundo de periodistas correctísimos y supradóciles, que jamás se saltan un cordón policial ni un «por ahí ni se te ocurra», que no dicen una palabra más alta que otra y se sientan en corro en el suelo junto al carguito de turno (tan cercano) que les dicta la noticia, habría sido imposible destapar algunos de los más grandes escándalos de este país. Porque quien no discute jamás una indicación precisa no cuestiona tampoco una afirmación rotunda. Y aquel que cuando le dicen «no puedes pasar» no lo intenta (aún sabiendo que ahí detrás está ocurriendo algo que debería contar) y, con un «jopetas» por lo bajinis (como mucho y por toda protesta) y un mohín contrariado (en el mejor de los casos), se da la vuelta y se va, es el mismo que ante un «ahí no hurgues», deja de hurgar. El que ante un «esto es así porque lo digo yo» afirma con la cabeza, convencido. Es el que jamás habría investigado ni destapado los GAL, ni la trama de corrupción en Baleares, ni el caso Gürtel, ni el Cursach. Jamás habría fotografiado, y denunciado, los abusos por parte de EEUU a prisioneros en Abu Ghraib, en Irak, en 2003. Ni la ayuda humanitaria retenida en aduanas y echándose a perder por intereses políticos tras el terremoto en Haiti en 2010, ni la ocupación del islote de Perejil en el conflicto entre España y Marruecos en 2002. Y no solo eso: es el que habría evitado que otros lo hicieran. Hasta luego, Watergate.

Para la (imaginaria pero cada vez más verosímil) APCD, el periodismo debe ser confortable, ordenado y educadísimo. Uno controlado por las autoridades competentes para que no se vaya de madre; sumiso, obediente y domesticado. Que no se mueva de donde debe, ni diga lo que no conviene. Más que periodismo, propaganda. Y funcionarios todos, a poder ser.