Arcadi Espada-El Mundo

Mi liberada:

Sin que sirva de precedente, tenía razón Pablo Iglesias cuando hace algunos días, al salir de la entrevista que los reunió, aseguraba que el Valido había abandonado la unilateralidad. Lo que no dijo es el motivo, tal vez porque es un motivo incómodo de mostrar. La unilateralidad se abandona cuando dos bandos en liza están de acuerdo en lo fundamental. Y el Valido e Iglesias están de acuerdo en que la salida a la crisis institucional, política y jurídica de Cataluña es un referéndum de autodeterminación. Y así piensa también parte de la mayoría que gobierna España.

El objetivo del hombre que tan frágilmente lidera el nacionalpopulismo, Pedro Sánchez, es consolidar y ampliar su mayoría en las próximas elecciones. No es probable que el resultado le alcance, ni remotamente, para gobernar en solitario, pero confía en afianzar sus actuales alianzas. Por dos importantes novedades. La primera afecta a la podemia. Durante una época tuvo la esperanza de convertirse en la fuerza hegemónica de la izquierda. La esperanza ha caducado. A semejanza de la experiencia vital e hipotecaria de su líder máximo, ahora se dispone a gestionar la zona de confort que le garantizan cinco millones de votos. La zona es amplia y excitante, como ha demostrado el proceso de renovación de la televisión pública. El líder máximo lo confesaba con candor de nuevo rico: «Nunca hemos mandado tanto». La segunda novedad afecta a los independentistas. Su oscilante bravuconería apenas puede ocultar lo sustancial: el fracaso de su asalto a la democracia. Los hechos objetivos, más allá de la fraseología y la propaganda, son que el antiguo gobierno de la Generalidad está en la cárcel o el exilio y que no saldrá de ahí con facilidad. La energía de las masas que iban a declarar la República mediante la toma de carreteras, caminos y puertos solo ha dado para anudarse lazos hepáticos o protagonizar charlotadas degradantes como la siembra de cruces en las playas. Estas dos circunstancias facilitan la capacidad de maniobra de Sánchez. Como cualquier otro político, Sánchez tiene, además, la ambición de cambiar el mundo. Aunque en su caso el cómo y el qué son secundarios y lo único importante es que él protagonice el cambio. Cualquier acto de gobierno o desgobierno que se produzca de aquí a las elecciones solo tendrá como finalidad apuntalar la actual mayoría de censura: lo tiene la entrevista de mañana con el Valido como lo tendrá cualquier declamación futura contra el Valido. Declamación, digo. Voces más o menos flautas. Es improbable que de aquí a las elecciones se produzcan hechos comparables a los que tuvo que encarar Rajoy.

Si la mayoría nacionalpopulista obtiene un resultado electoral que le permita gobernar con soltura, Sánchez puede tener la tentación de resolver el pleito nacionalista español. La tentación partiría del tradicional punto de vista de la podemia respecto a la cuestión territorial. Como han repetido muchas veces sus dirigentes, ellos son favorables a un referéndum de autodeterminación en el que ellos votarían en contra de la independencia. Para plasmarlo en el programa de la alianza nacionalpopulista deben convencer de esa doble actitud a una parte suficiente del independentismo y al conjunto del Psoe. A los primeros mediante la evidencia: perdieron su asalto revolucionario y no van a poder ganarlo. A la evidencia se añadiría el ofrecimiento de un nuevo marco territorial, basado, someramente, en la fórmula del Estado libre asociado. Y el Estado celebraría el acuerdo ejerciendo alguna forma de magnanimidad con los presos políticos, para entonces ya sentenciados y con sólidas probabilidades de estar en la cárcel. La tarea de convicción del Psoe estaría basada en que el ejercicio de autodeterminación no alteraría la unidad básica de España y que el Estado se aseguraría, mediante cláusulas rigurosas, la imposibilidad de convocar otro referéndum en varias generaciones. Y en la vanidad, lógicamente: el Psoe como el gran actor de la refundación de España.

Como incluso tú habrás adivinado, la formalización de semejante escenario requeriría de un cambio constitucional para el que se necesita el acuerdo de 234 diputados. Nunca, ni siquiera en la ocasión más propicia, que fue la de 1982, la alianza entre la izquierda y el nacionalismo ha llegado a sumar tal cantidad de escaños. La Constitución Española es el resultado estricto del pacto de la Transición, es decir, un pacto entre la derecha y la izquierda. Modificarla obliga a renovar el mismo pacto. Por lo tanto, y en contra de lo que pretende su propaganda, la moción de censura que apartó a Mariano Rajoy del Gobierno no ha hecho más que alejar las posibilidades de una solución constitucional profunda a la crisis provocada por la Generalidad desleal. Por bastante tiempo el Psoe debe olvidarse de llegar a acuerdos con el Pp de un calado comparable. Y aún más difícil es que llegue a tejerlos con Cs: cuestiones de pura naturaleza. Si una solución de ese orden aproximado pudo diseñarse, el ingreso de Sánchez en el bloque nacionalpopulista lo hace prácticamente imposible.

Así pues, la reforma constitucional está descartada. Ya nadie habla de ella, ni como pasatiempo. Pero al contrario de lo que pasó en los años de gobierno de Rajoy, la mayoría nacionalpopulista puede realizar cambios decisivos en torno al artículo 92 de la Constitución que regula las modalidades de referéndum. El jurista Francisco Rubio Llorente defendió repetidamente, en los últimos años de su vida, la posibilidad de una reforma de la Ley Orgánica 2/1980 que permitiera al Estado la convocatoria de un determinado referéndum limitado a Cataluña. Pero la propuesta nunca rebasó los ambientes propios del tercerismo, dada la imposibilidad de una mayoría que pudiera modificar esa ley orgánica. Esa mayoría ya existe y el objetivo del frente nacionalpopulista es consolidarla en las próximas elecciones. Naturalmente, la estrategia tiene muchas posibilidades de fracasar. No solo electoralmente. Hay otro asunto principal: se sabe que Pedro Sánchez lidera el frente nacionalpopulista, pero no se sabe con precisión si también lo lidera el Psoe.

En cualquier caso, las debilidades y las ambiciones de los actores están en el punto adecuado de fusión que se considera previo a cualquier posibilidad de pacto. El Valido acude a Madrid sabiéndolo –bien: el que lo sabe en realidad es el prófugo Puigdemont–, y el que lo recibirá en la puerta de La Moncloa también lo sabe. En el plazo corto, el presidente Sánchez reclamará al Valido que sus inevitables actos de palabrería y propaganda no amenacen, sobre todo en los arduos meses que esperan de juicio y sentencia, la consolidación de la mayoría nacionalpopulista. Porque esa mayoría es la condición primera de lo que puede ofrecerle en el plazo largo.

Por lo demás, tras su viaje a las alcantarillas, mañana saldrán diciendo, con toda coherencia y sin mentir demasiado, que hay acuerdo para mejorar las infraestructuras de Cataluña.

Y sigue ciega tu camino.

A.