Jon Juaristi-ABC
- A la memoria de la poeta argentina María Elena Walsh (1930-2011), defensora de la letra eñe y autora de la ‘Canción de la Vacuna’
La pandemia ha facilitado a la izquierda deliberadas confusiones conceptuales, como la de víctimas del terrorismo con víctimas de la plaga. En gran medida, esta confusión ha sido tácita: ni siquiera se necesitaba explicitarla, pues la abrumadora cantidad de muertos por coronavirus ahogaría las protestas de las asociaciones de víctimas ante el traslado masivo de presos etarras al país vasco: una iniciativa oportunista que habría obtenido un éxito completo de no mediar Arnaldo Otegui, que ha reclamado la inscripción, en el muro del Memorial de Víctimas del Terrorismo, de los nombres de los etarras muertos por las Fuerzas de Seguridad, provocación estúpida que ha conseguido deslucir la maniobra de Marlaska, restaurando involuntariamente la diferencia entre las víctimas de ETA y las del Covid (aunque -como sugiere el escritor Fernando Castillo Cáceres-, no habría estado mal que, junto a los nombres de las víctimas de ETA, figurasen los de sus asesinos, distinguiendo rigurosamente una categoría de la otra).
Otros dos conceptos mezclados en la cháchara de la izquierda son los de ‘inmunidad’ e ‘impunidad’. Ya en el primero de ellos la pandemia (y las vacunaciones) inducen a una confusión entre inmunidad como resistencia al contagio e inmunidad como exención de responsabilidad civil o penal en razón del desempeño de un cargo o función (como en ‘inmunidad diplomática’, por ejemplo). Un caso análogo es la confusión entre distancia profiláctica y distancia social a la que recurrió el gobierno socialcomunista para convertir España en una ergástula, con la anuencia cobarde de la oposición.
Más sutil e insidioso, en el momento actual, se revela el uso de los términos ‘inmunidad’ e ‘impunidad’ (exención del castigo por comisión de un delito) como si fueran sinónimos. Podría parecer sólo un atavismo de la cultura egabrense (como confundir anglicismo con anglicanismo). No obstante, ante el horizonte inesquivable de los indultos a los golpistas, nos recuerda que el Gobierno de Rodríguez Zapatero concedió de forma simultánea y ya no tácita, sino simplemente opaca, la impunidad a ETA y la inmunidad a Euskadi, es decir, a la criatura política del nacionalismo vasco, protegiéndola para siempre de la amenaza del artículo 155 (que había llegado a insinuarse en los días turbios del plan secesionista de Ibarreche, último estertor de la estrategia del frente abertzale de Estella). Desde entonces, el nacionalismo vasco, encantado de la vida, cesó de dar el cante. Se trata de que los indepes se comporten del mismo modo una vez se les hayan inoculado impunidad e inmunidad, ambas de rebaño, con la vacuna bivalente del Doctor Fraude, que vuela a Gulubú en su Concorde cuatrimotor (¿o es un Falcon?), para que las vacas no digan ni mú, como en la inolvidable canción de María Elena Walsh sobre el brujito criminal que esparcía virus letales en dicha comarca catalana.