Innombrables

IGNACIO CAMACHO, ABC – 11/04/15

· Los candidatos huyen de las siglas; la refundación partitocrática ha empezado por una apostasía de la nomenclatura.

La crisis de la partitocracia convencional ha devuelto a la política española una fuerte dosis de personalismo. Los candidatos de las organizaciones clásicas huyen de las siglas buscando resaltar perfiles propios para zafarse del peso muerto de la denostada etiqueta bipartidista y las fuerzas emergentes se articulan alrededor de figuras carismáticas cuyo principal problema de campaña va a consistir en encontrar el don de la ubicuidad y el desdoblamiento. Ciudadanos no tiene aún otra marca que el liderazgo de Albert Rivera; Podemos se identifica hasta tal punto con Pablo Iglesias que en las pasadas europeas convirtió en logotipo su coletuda silueta.

Estos nuevos partidos han centralizado su estructura sobre la imagen de sus fundadores mientras nutren sus candidaturas de aluvión lanzando opashostiles contra sus parientes próximos: unos sobre UPyD, otra formación tan hiperpersonalista que está a punto de reducirse a Rosa Díez, y los otros sobre una Izquierda Unida que a falta de referencias individuales no sabe si enrocarse bajo la vieja bandera del PCE o disolverse en las abstractas marcas blancas del podemismo. El concepto gramsciano del partido como «intelectual orgánico» está de capa caída; se lo ha cargado la epidemia de desafección por la política.

El PP siempre ha presumido, con razón, de la cohesión que lo articulaba como única expresión del centro-derecha, pero de repente sus dirigentes se sienten amenazados por el desgaste de la marca. Alcaldes y presidentes autonómicos buscan con desesperación fórmulas simbólicas para alejarse de la tutela del marianismo. Quieren presentarse ante los votantes como tipos esforzados que han tratado de mejorarles la vida mientras el Gobierno maltrataba a sus sectores naturales de apoyo: algo así como «yo no soy el que te ha subido los impuestos sino el que te ha arreglado la acera». Temen que los ciudadanos ajusten con ellos la cuenta pendiente con Rajoy.

El presidente tuerce el gesto y ha ordenado a sus huestes presentarse a la fuerza bajo la identidad corporativa de la gaviota azul. No lo va a conseguir porque en su peculiar manera de repartir el poder ha dejado muchos cabos sueltos en la dirección ejecutiva del partido, incapaz de imponer métodos y disciplina. Gente como Monago escamotea los símbolos nacionales y Esperanza Aguirre ha dado un paso más: su campaña está planteada directamente contra el PP, al que pide medidas ideológicas como si estuviese en la oposición (que lo está). Cunde la estrategia susanista, triunfante en Andalucía con un eslogan plebiscitario que ya quisiera para sí Artur Mas: ≠ yo consusana. En la campaña de mayo encontrar siglas del PSOE y del PP va a ser como buscar a Wally; la refundación partitocrática ha empezado por la apostasía de la nomenclatura. El nombre, escribió Borges citando a Aristóteles, es el arquetipo de la cosa. Y la cosa se ha vuelto innombrable.

IGNACIO CAMACHO, ABC – 11/04/15