ABC 30/12/12
JON JUARISTI
El precio de la revolución política del Islam lo pagan en sangre las minorías cristianas, inocentes de nuestros días
HE visitado en el Chiostro del Bramante, muy cerca de Piazza Navona, la magnífica exposición de los Brueghel, abierta el pasado día 18, que Roma acoge hasta el 2 de junio. Sólo incluye un cuadro del más grande de los pintores de ese nombre, origen de su linaje artístico, Peter Brueghel o Bruegel el Viejo: una Resurrección mal acabada por discípulos suyos o, más probablemente, de su hijo, Jan Brueghel, también llamado el Viejo. La estirpe de los Brueghel ilustra la rápida decadencia de la escuela flamenca a lo largo del siglo XVII, mientras en las Provincias Unidas del norte surgía la magnífica pintura holandesa (la Scuderia del Quirinale ofrece estos mismos días una muestra amplia de la misma, con ocho obras de Vermeer). Los calvinistas de Delft descubrían la vida cotidiana al mismo tiempo que los católicos de Amberes la iban olvidando para engolfarse en complicadas alegorías y bodegones florales. Sin embargo, hay un tema tradicional que sobrevive en los Brueghel menores, un tema que les llega desde la imaginería cristiana medieval a través de los primitivos flamencos y, muy en particular, del patriarca Peter: la matanza de los Inocentes.
Los estudiosos de Bruegel relacionan la presencia de este episodio en su pintura con el dominio español en Flandes y la represión del protestantismo en la región de Brabante. Algunos incluso quieren ver en él una alusión a las ejecuciones de los condes de Egmont y de Horn. Esta interpretación de la pintura de Bruegel en clave antiespañola, muy de leyenda negra, es la que prevalece en la soporífera película de Lech Majewski sobre el artista flamenco — El Molinoyla Cruz (2011)— que se estrena ahora en España. La fotografía es excelente, que es lo que se dice de toda película que aburriría a los muertos.
Si Peter Bruegel se permitió introducir alguna connotación antiespañola en sus cuadros de asunto evangélico, lo hizo con tal precaución que ni se nota. Su hijo, Jan Brueghel, volvió sobre la matanza de los Inocentes. Ejércitos luteranos, calvinistas y católicos devastaban por entonces Europa, alquilándose muchas veces a príncipes que no necesariamente compartían sus lealtades religiosas. La fe comenzaba a despolitizarse por exceso e iba emergiendo en los campos de batalla la nueva religión de la modernidad, el nacionalismo, todavía bajo la apariencia de las lealtades a las diferentes iglesias, pero cada vez más vaciadas éstas de sus pretensiones trascendentes por los intereses geoestratégicos: cuiusregio, eiusreligio, a la región de cada cual su religión propia.
¿Pensaban los Brueghel en las víctimas de los conflictos de su tiempo cuando pintaban la matanza de los Inocentes? No lo creo. Bruegel el Viejo pintaba un calendario intemporal, la proyección del año litúrgico, con su Carnaval y su Cuaresma, su Pasión y su Pascua, su Adviento y su Navidad, sobre la vida intrahistórica de las muchedumbres urbanas y rurales de la época y el país en los que le tocó vivir. Dos planos que se yuxtaponen sin confundirse. La fusión de la historia sagrada y de la profana —o más bien la profanación de la primera— se produjo más tarde, con las Revoluciones (empezó cuando Cromwell se soñó a sí mismo como Moisés enfrentado al Faraón). Una transferencia de sacralidad a la política que dejó, como es sabido, muchos inocentes masacrados en elcamino. Estupendas las revoluciones, que Europa no se cansará de jalear mientras bajen el cielo a la tierra, como la gran convulsión del Islam político, primavera inacabable y sangrienta cuyo precio pagan los cristianos de Egipto, de Irak, de Sudán, de Pakistan, de Nigeria, inocentes de nuestros días.