Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli

  • Sánchez ha logrado ejecutar con maestría todas las formas de corrupción concebibles e inconcebibles: lógica, moral y cognoscitiva

Mañana es el día de los Santos Inocentes, fiesta algo decaída que durante mucho tiempo fue día de las bromas ingeniosas con un nombre propio e idiosincrásico: inocentadas. Esta fiesta reconoce el importante papel moral de la inocencia para amortiguar el riesgo de caída entre los peligros mayores de la imbecilidad y del cinismo, pues la consciencia de ser a veces uno mismo un poco inocente preserva de ambos extremos. Solo la gente pervertida sin remedio y los tontos de capirote carecen de esa conciencia, imprescindible para la vida emocional equilibrada, de saber que hasta los más honrados y listos se engañan de vez en cuando.

De Herodes a Sancho Panza

Supongo que esa es la razón de que, en su sabiduría bimilenaria, la Iglesia reservara una fiesta para la santa inocencia, dedicada a las víctimas de Herodes, aunque las pobres criaturas asesinadas, más que inocentes, fueran inconscientes. Otras religiones y tradiciones tenían fiestas parecidas. En la antigua Mesopotamia, origen remoto de casi todo, tenían una fiesta del falso rey que, según Mika Waltari en su hermosa novela Sinuhé el Egipcio (símbolo literario del inocente), elegía a un imbécil como rey provisional por un día; esa patochada divertía enormemente al pueblo, sobre todo porque el pobre iluso era ejecutado al día siguiente, si no tenía la suerte o astucia de pasar de rey fijo discontinuo a propietario del trono. Los romanos llevaron esa inocente diversión político-plebeya a un grado superior con la institución del panem et circenses en la que, por desgracia, no podemos detenernos.

Los grandes mitos se heredan atravesando los milenios; hallamos una inocentada parecida a la babilónica en el famoso capítulo del Don Quijote cervantino donde Sancho es convertido, por fin, en gobernador de la Ínsula Barataria prometida por su señor don Alonso Quijano para diversión de los duques, pero sin sangre, aventura donde el buen Sancho tiene ocasión de comprobar los sinsabores del poder y de dar algunos consejos de buen gobierno erasmista, enjaretados con inagotables refranes manchegos. Los ejemplos y variaciones históricas y literarias del tema del imbécil elevado al poder son inabarcables, así que baste con este. Conformémonos por hoy con señalar que a menudo los imbéciles del cuento no son los que parecen serlo.

Desde 2004 España viene beneficiándose de una serie interminable de inocentadas que nos han convertido en la nación más risueña del mundo. Fue ese bendito año cuando ganó las elecciones don José Luis Rodríguez Zapatero, un tipo especialmente bromista

La popularidad política de las inocentadas tiene que ver con su prestigio histórico. En efecto, momentos álgidos de la historia resultaron de memorables inocentadas, quizás un tanto brutales para la delicada sensibilidad actual. Qing Huang Di murió envenenado con preparados de mercurio que sus alquimistas le daban como filtro de inmortalidad; Agripina ofreció a su esposo el emperador Claudio un suculento plato de setas letales, más amanitas que cesáreas; Alejandro VI Borgia murió por distraerse, pues bebió la copa preparada para un cardenal muy molesto.

En nuestro caso, desde 2004 España viene beneficiándose de una serie interminable de inocentadas que nos han convertido en la nación más risueña del mundo. Fue ese bendito año cuando ganó las elecciones don José Luis Rodríguez Zapatero, un tipo especialmente bromista. Ya accedió al poder surfeando la ola de indignación popular por el salvaje atentado del 11-M que el pueblo soberano, con su acostumbrado sentido de la broma pesada al estilo Miguel Gila –“¡menuda broma, me he quedado sin hijo!, pero ¿y lo que nos hemos reído?”-, atribuyó a la derecha gobernante, en vez de a sus autores.

Rajoy y el público fácil

Una vez arriba, Zapatero no perdió el tiempo: cada intervención, acción y omisión ofrecía una inocentada más hilarante que la anterior. La de España es una nación discutida y discutible estuvo bien, pero la superó con el fin pactado de ETA, logro mundial de la historia del pacifismo porque resucitaba al terrorista dolorosamente derrotado, y con aquella maravilla de que España jugaba la Champions League mundial de la economía tras superar, ¿se acuerdan?, a Italia y casi a Francia. Y la soltó justo en la víspera de la catastrófica crisis financiera del 2008, durante la cual se hundió la mitad del sector bancario, las Cajas de Ahorro. Si no te ríes con algo así…

Cansados de este bromista, la mayoría eligió a otro de tono más sutil y refinado, venido de Galicia, en la persona de Mariano Rajoy. Podía parecer soso comparado con Zapatero, pero conquistó el general aprecio tratándonos como al público fácil que somos. Logró dilapidar una mayoría absoluta con una pasividad tan artística que podía confundirse con el aburrimiento y resultaba así incompresible para el vulgo, que casi le retira la confianza. Pero remató el espectáculo con un chiste genial: tras ganar apuradamente, se dejó engañar por el PNV tras pactar con ellos los Presupuestos y dio a la posteridad la foto inmortal de su escaño ocupado por un bolso en plena moción de censura. No digan que no fue para partirse la caja.

Sánchez entró para expulsar a la corrupción cual ángel exterminador, y ha terminado superando hasta cotas antaño inimaginables la corrupción de los precedentes

Sin embargo, el honor de hacer cumbre en la inocentada política cupo a don Pedro Sánchez, Hillary y Tenzing en una sola persona de la historia mundial de la estafa de inocentes. Desde su afortunado ejercicio de la cucaña que le permitió cambiar el colchón matrimonial de Moncloa, no ha habido un solo día en que no haya protagonizado desternillantes inocentadas, que pueden sintetizarse en una sublime: entró para expulsar a la corrupción cual ángel exterminador, y ha terminado superando hasta cotas antaño inimaginables la corrupción de los precedentes. Pues además de la corrupción económica habitual, prevaricación, cohecho y colocación de ineptos afines, etc., Sánchez ha logrado ejecutar con maestría todas las formas de corrupción concebibles e inconcebibles: lógica, moral y cognoscitiva.

«Españoles, Franco ha muerto»

No es fácil mentir todos los días a todas horas y sobre cualquier clase de tema o asunto, y seguir dando esperanzas a los inocentes que piden “Sánchez, no vuelva a mentirnos más, dimita si tiene decencia”, y el resto de la pía letanía habitual en estos casos. Y así durante seis años. Nunca jamás se había admirado mayor turris ebúrnea ni rosa pristina de la inocentada que Pedro Sánchez. Pero, decidido a divertir a la plebe hasta el final de sus días, que prometen ofrecer un espectáculo aún inconcebido, ha proclamado 2025 Año del Jalogüin Permanente: hasta cincuenta actos ya programados, que muy apropiadamente comenzarán en el museo más difunto de Madrid, el Reina Sofía, nos recordarán aquello de “españoles, Franco ha muerto”. Y, sobre todo, que esa victoria de Eros sobre Tánatos es también Mérito Suyo. Logrará que no se hable de otra broma.

No digamos que no es divertido. Habría que ir cambiando la divisa del escudo nacional, ese “Non plus ultra” que además está en latín y ya no cae en selectividad, por un “¡Inocente, inocente!” a un lado y “No se podía saber” al otro. Pues las inocentadas no van a cesar este año próximo, ni seguramente al siguiente. Preparémonos para verdaderas orgías de incontenibles carcajadas. Ría, que es mejor. Y tengamos todos un muy feliz y casi prospero año 2025.