Inquietos que braman

FUNDACIÓN PARA LA LIBERTAD 19/10/13
TEO URIARTE

La crisis política se adivinaba mucho antes que la económica. Desde que el PSOE obviara la lealtad constitucional apoyando el inconstitucional nuevo Estatuto catalán se levantó el telón de la tragedia. Hoy aquella crisis continúa su progresión animada por la enorme brecha que el abandono socialista provoca en la necesaria referencia de unidad constitucional. Garantía imprescindible de estabilidad en toda sociedad política.
Cuando Ibarretxe presentó sus planes secesionistas, siendo el problema vasco de menor dimensión  que el catalán, tuvo una respuesta adecuada y similar por el PSOE y el PP en el Congreso de los diputados, empezando desde entonces a diluirse el  problema vasco hasta incluso alcanzar la liquidación de ETA. Ahora es diferente ante el problema catalán. Primero, porque el Gobierno apenas dice nada, segundo, y más grave, porque el PSOE sostiene una ambigua postura filonacionalista. Es decir, no sólo porque no haya un mensaje común ante el secesionismo desde las dos grandes fuerzas, sino porque la izquierda se manifiesta proclive a él.
Hoy la actitud del socialismo, además de huir de una respuesta al nacionalismo coincidente con la del PP, como ocurriera en tiempos de Ibarretxe, se sumerge en la incoherencia al aceptar la propuesta confederal del PSC, pues el federalismo que asume a la vez el “derecho a decidir” es confederalismo, y al inculpar al Gobierno y al PP de ser parte fundamental de la crisis secesionista al acusarle de incapacidad de negociar, disminuyendo así la responsabilidad de los nacionalistas, engrandece el problema.
Resulta un insulto a la historia que sean precisamente los socialistas los que en España apuesten por el confederalismo, demostrando una de dos, que en su seno existe una gran admiración por la aristocracia sureña americana, u otra aristocracia como la catalana, o, lo que es más probable, el anarquismo ha penetrado en sus entrañas de una forma tan inconsciente como espantosa. Y resulta sorprendente que no atisben que en el desorden centrífugo de las autonomías el federalismo signifique propuesta de unión. Como se le llama al gobierno nacional en USA: La Unión. Federalismo, que de ser sincero, sería más rechazado que lo que hay en la actualidad por los nacionalistas periféricos.
La brecha que la deserción socialista provocó en el edificio constitucional anima a cualquiera, y no digamos a un nacionalismo con solera como el catalán, a salirse del juego pactado con anterioridad y a lanzarse, en estos tiempos de zozobra e inseguridad ante los problemas económicos, a una huida hacia delante, mediante comportamientos nacionalistas de manual. Parece casi increíble que el PSOE no tenga conciencia de la carga de profundidad que ha hecho estallar con su contradictorio comportamiento respecto a los tiempos en los que su papel fue garantizar desde la izquierda la estabilidad política del sistema. Probablemente este giro se explique por el hecho de que con el paso del tiempo el afán de servicio público que animó a los partidos en los momentos heroicos de la Transición se haya transformado, tras mucha gestión de la cosa pública y el uso rutinario del coche oficial, en parasitar el sistema hasta el punto de debilitarlo acercándolo a su más que posible quiebra. Problema, el parasitismo político del Estado y del sistema, que afecta más o menos a todos los partidos en la actualidad. De esta forma hemos traspasado la calificación más limitada que Max Weber atribuyera a los partidos, como expoliadores del Estado, a otra aquí más fatal de parásitos del sistema, sabiendo que el parasitismo puede llegar a no tener límite y acabar eliminando a la víctima de la que se nutre.
Ese comportamiento parasitario del estado seguido por los partidos, vivir de él, provoca su anquilosamiento político, el abandono de la política, convirtiéndose los partidos en instrumentos inservibles a la sociedad, e incluso perjudiciales. Fenómeno apreciable en el PSOE pero que se atisba en un PP exclusivamente centrado, aunque sea muy importante, en la crisis financiera del país, y cuya falta de iniciativa en otras facetas políticas, denominado por el vulgo como “tancredismo”,   pueden ser el resultado de su inicial anquilosamiento político. Aunque en el caso del PSOE sea más evidente que el abandono de la política le ha llevado a los disparates actuales, tras enmendar la plana a la teoría política despreciando conceptos  imprescindibles como el de nación.
El rumbo del PSOE se ha visto contestado por algún inquieto viejo militante como Jesús Leguina, que en una entrevista reciente llegaba muy lejos –bramaba- en la respuesta que se debía de dar al secesionismo y en reclamar el abandono que su partido necesita de todo lo que ha significado el “zapaterismo”. Pero también la inquietud es mostrada explícitamente por Aznar –bramando también- hasta llegar a acusar de falta de iniciativa a su partido,  pues un partido con mayoría absoluta con iniciativa política, marcando el paso ligero que exige enfrentarse a toda crisis, no facilitaría tanto al PSOE tirarse hacia monte con el resto de la izquierda y abandonar el mínimo imprescindible de consenso constitucional. El comportamiento pasivo del presidente del Gobierno, apoyado por una mayoría absoluta, recuerda al de aquel que confesó que iban cinco mil gallegos y les rodeó la pareja de la guardia civil. Las mayorías absolutas sirven para realizar profundas reformas políticas, y en momentos de crisis éstas incluso se tienen que hacer con mayoría simple. Sería una pena que desaprovechara tal apoyo electoral y se conformara tan sólo con remendar la economía que heredó de sus antecesores.
Sin embargo, a pesar de las críticas de Leguina, en el caso del PSOE, si hacemos caso a la entrevista que Ramón Jáuregui daba a El País, responsable de la conferencia política del socialismo en la que tantas esperanzas ha puesto, hay que temerse que las incoherencias actuales sean refrendadas, eso si en un tono amable, con apariencia teórica hasta la cursilería, al gusto de un discurso catalán, con unas conclusiones más incoherentes aún. Pues en el momento de presentar dicha conferencia, tras una frase digna de ser impresas  en oro en las solapas de la documentación a entregar a los asistentes, buscando argumentos filosóficos para hacer frente  las diferentes facetas de la crisis, llama al socialismo a “recuperar lo que Norberto Bobbio llamaba la estrella polar de la izquierda: la igualdad”. Igualdad que sólo sirve para dar altura retórica al inicio, contradiciéndolo inmediatamente de una manera frontal, digamos que soez,  al proponer como elemento asilar de la política socialista una reforma constitucional que reafirme la singularidad de Cataluña.
Sólo en el socialismo actual, que se pierde en la bondad de las palabras a la búsqueda de frases para titulares, se podría plantear así tan fragante contradicción en tan poco espacio. Igualdad y singularidad de parte son concepciones antagónicas, y creo, que va siendo hora, pues la crisis nos ha dejado sin dinero para engrasar, aliviar, o endulzar las contradicciones, aplicar una cierta lógica, si es posible cartesiana, a nuestros discursos políticos. Si hiciéramos caso los socialistas a Marx recordaríamos que “las viejas libertades temen la libertad y el privilegio entraña más privilegio”. Por disparatado que fuere, por la singularidad catalana en la Constitución no pasa hoy la solución de los secesionistas, como no pasó para la vasca la disposición final primera de la Constitución, sino que la acrecentaría, pues el nacionalismo catalán no acepta hoy ni siquiera la vía confederal. Como dice Artur Mas, “la cuestión está en otro estadio”.
Ante ello, o se asume la autodeterminación controlada civilizadamente por el Estado (Ley de la Claridad), o se rechaza la pretensión secesionista desde una legalidad que el nacionalismo catalán también votó. Lo que propone Jáuregui (como el Roto) es la igualdad en la desigualdad para todos, lo que agravaría el problema. Quizás la reforma debiera venir en sentido contrario, hacia el unionismo, en reordenar la dispersión territorial y facultar al gobierno central de control sobre las autonomías. Es decir, en auténtico sentido federal.