Eduardo Uriarte-Editores
La frustración social es el origen, así lo considera Ruiz Soroa, del profundo movimiento, “cambio de época”, que padecen nuestras sociedades. Coincidiendo con los albores de este siglo -recordemos el 14M- su generación manifiesta la profunda frustración al contemplar que su futuro va a ser peor que el de sus predecesores, incluso en los países donde el estado de bienestar pugna por sobrevivir entre serios achaques. Las actuales generaciones en España saben que les va a costar acceder a una vivienda mucho más que les costó a sus padres, a un salario suficiente, a una atención sanitaria como hace años. Ni siquiera creen que estén garantizadas sus pensiones de jubilación, máxime en un país como el nuestro dónde la deuda pesa como una losa.
Este ambiente que respira la gente, ya no tan joven, lo empezaron a sufrir con anterioridad con mayor dramatismo en USA donde el imaginario del pasado de gran potencia y país de oportunidades se vino abajo mientras el wokismo y el identitarismo intentaba sin éxito, más bien provocando, encubrir y sustituir las fabulaciones felices de un tiempo pasado. Fabulaciones que no tienen por qué ser ciertas, tener un fundamento real, basta que se crean en ellas, son fabulaciones.
La frustración produce desamparo y ansiedad emocional, terreno abonado para relatos con pedigrí en el pasado que arrastren mediante la emoción a las masas con ideologías arrebatadoras basadas no siempre en ejemplares principios. Nacionalismo, xenofobia, o frentismo político en otros casos, creación del chivo expiatorio en ambos, negacionismo, agresividad en el discurso y en la práctica, acaban por romper el mínimo de convivencia política que hace posible la democracia liberal. Tiempo de falsos profetas en el que encauzan a una muchedumbre frustrada en un proceso radical arrebatador. Profetas arbitrarios, mentirosos, delincuentes, y promotores de peligrosos conflictos internacionales, pues ganan así una adhesión servil sólo recordada en tempos del absolutismo o bajo los no tan lejanos totalitarismos a los que puso freno, precisamente, las democracias liberales hoy en deconstrucción por el populismo.
En la incoherencia del irracionalismo y el dominio de la emotividad surge el oportunismo político que desemboca en un único planteamiento consistente: en el poder por el poder. Blindado, a su vez, en el nada democrático argumento de que no manden los otros, chivos expiatorios de todos los males, fascistas en un lado o neocomunista en el otro. Es práctica común el uso de la mentira y el decisionismo schmiddiano asumido en su día por los nazis, arbitrario y autoritario. Por eso en el lado que sea del populismo la amnistía e impunidad es para los afectos, demonización y condena para los demás. Surgen los líderes designados por Dios, pues incluso salva de atentados, o adalides de la democracia frente al fascismo como “el puto amo”. Estos ungidos ante la historia propiciarán situaciones de conflicto de forma temeraria como parte fundamental de su estrategia.
El oportunismo de los nuevos lideres populistas no tiene límites, y, en el caso cercano de Sánchez, después de erigirse en caudillo del antitrumpismo, en un marco de las relaciones internacionales destruido en esta nueva época, puede acabar acercándose imprudentemente a Putin de la mano de la mayor parte de sus socios Franquenstein y de los compañeros de la Conferencia de Puebla, con el beneplácito de su actual y servil partido, por el pasillo abierto por Orbán. Ello, si la nueva generación no descubre pronto la mentira y no opta por derrocarle.